Queridos padres treintañeros:
No os veo en el supermercado porque normalmente, en una familia nuclear, uno de los miembros se queda en casa pringando y esperando con ansia el regreso del otro, que hará lo que sea para dilatar esa 'escapada' aunque en casa haya un incendio y arda Roma entera.
Os veo, pues, empujando un carrito con aire distraído, disfrutando de uno de esos momentos de soledad perdidos y, cuando nos cruzamos en el pasillo de los productos de limpieza, nos miramos con una mezcla de picardía y orgullo secreto, como si ambos fuéramos cómplices de una misma ofensa
inofensiva, valga la redundancia.
He pasado casi todo el mes de julio en la piscina pública de mi pueblo y, si hay un espejo de lo que es ser padre ahora en verano -con este jodido calor-, es una piscina pública con unos
lifeguards deseosos de usar su silbato y suplantar nuestra autoridad. Ahí vamos: saltando de la pequeña a la grande y a la mediana indistintamente y según vayan apareciendo estímulos para nuestros pequeños, sin tiempo para maravillarnos con sus payasadas porque estamos demasiado estresados concentrándonos en evitar leñazos y males mayores. No estamos distraídos, estamos pendientes y agradecidos si podemos turnarnos la vigilancia y los juegos para nadar unos largos y conseguir así unos minutillos extra de tranquilidad.
Es cierto, estamos cansados. Nuestro cuerpo no es el que solía ser pero no es solo debido a nuestros hijos, ya que el paso de los años y la pereza de algunos hábitos adquiridos -nocivos, se entiende- han hecho mella en nuestros torsos antaño tonificados.
No pasa nada. No voy a ofenderme porque me llamen gordo (¿fofisanos, dirían?) o porque se ensañen con mi blanco nuclear o mi progresiva pérdida de pelo. No son heridas de guerra. No le voy a echar la culpa al hecho de haber querido formar una familia, al hecho de haberlo ELEGIDO.
Puede que los veinteañeros estén cerca o al otro lado, yo qué sé. Yo no los veo. No creo que ojeen revistas, más bien deben estar pegados a las pantallas de sus
smartphones buscando algún Pokémon o de postureo con los dichosos selfis, eso sí. No creo que piensen en el mañana ni en lo que se van a convertir.
Hemos dejado de pensar en nosotros mismos, desde luego, pero no por eso mi mujer o yo mismo vamos a dejar de lavarnos el pelo cuando toque. Ellos son la prioridad, está claro, y lo de perder horas limpiando, cocinando o contando cuentos no puede suponer una tortura. Nosotros lo asumimos como parte del
proceso con una naturalidad fingida aceptada sin resquemores.
Aquí ya somos bilingües por nacimiento y podemos llegar hasta ser trilingües si hace falta. Los niños no son solo esponjas, sino que son como una tienda de esponjas con almacén y todo, como diría Fernando Pessoa. Los dibujos animados como
Peppa Pig o
La Patrulla Canina, todo un fenómeno global en este mundillo de padres, servirán como estupefaciente y como preludio para las aventuras que sean capaces de imaginar en sus brillantes e inocentes cabecitas. ¿Negociar con terroristas? Jamás. Si cedes o te comen la tostada, estás muerto. No pueden salirse con la suya: es una lucha que, por nuestro bien, no nos pueden ganar. Nos va nuestra capacidad de ejercer cierta autoridad y disciplina cuando sea necesario.
Así es nuestra vida. Claro que no es fácil... ¿y qué?
No creo que estén relajadamente leyendo un libro, tumbados al sol que más caliente, los cuarentones. Yo alargo mis intervalos en el baño con el libro que esté leyendo en ese momento, y así voy trampeando; en vez de cagar en diez minutos, lo hago en veinte y nadie se queja (ni a nadie le importa).
Ser padres forma parte de un
proceso inextricable que, dentro de la propia existencia, asume unos condicionantes propios que requieren cierta adaptación; cosa que, así mismo, precisa TIEMPO.
Los cuarentones, en realidad, están aburridos, eso es lo que les pasa. Los cuarenta son como el invierno: aunque se acerquen y sean inevitables, yo los quiero lejos.
¿Cómo iba a dejar de pensar en mi durante toda una década? La paternidad no puede ser para nada excluyente.
Queridos padres treintañeros:
Disfrutar de vuestros peques. Vivir la vida. Y dejad los putos móviles de lado, por favor, que parecéis unos simples veinteañeros...
Con cariño,
Javi.
*una respuesta simpática al artículo de Catherine Dietrich, del mismo título, publicado en El Huffington Post.