domingo, 18 de agosto de 2013

FALSOS DIOSES A HIPNOTIZAR

Es una historia simple. 
En verano, en plena ola de calor si es posible, escucho siempre Radio Italia. Anima la espera y rescata la cuerda de mis días soleados que ansían sus ofrendas correspondientes anuales.
Luego, como no, estaba la cuestión de las primeras vacaciones con el niño. No sé cuándo decidimos que mis suegros se venían o si fue consensuado o qué cojones. Debió de pertenecer a mi breve época de humo verde, con sus lagunas correspondientes, o a un momento de dejadez infinita e inconsciente (por si los porros no se agotaban y la lucidez fuese puesta en duda). 
La realidad del rosario de relaciones intrafamiliares es igual de extraña aunque no hubiese motivo para alarmarse; a priori, nada hacía sospechar que los dos últimos días me convertirían en un mero espectador, hastiado hasta del mismo hastío. Tal era el motor del anticorporativismo que jamás podré comprender aquello que me trasladó a un mundo hipnótico en el que resoplaba al son de antiguas imágenes y viejos miedos y dioses atávicos, si bien soy consciente de que estoy creando un corporativismo puro sin ningún tipo de referencia anterior.
Me acordé de un día soleado, esplendoroso en su calor matutino, en el que fuimos con Chloe a pasear allá por donde voy a correr, en la campiña bergadana. Hay una masia de turismo rural (el agriturismo vecino al que suelo referirme), una casucha de esas de campo impresionante, y de alquiler suelen celebrar bodas de estas que se llevan ahora que empiezan a las seis de la tarde. Pero era por la mañana, temprano. A las nueve ya pega el sol y curte la piel de los pocos campesinos que me saludan con un ademán ajeno mientras piensan para sus adentros '¡extranjero!'. Había un coche de alta cilindrada en la puerta, fuera un pareja de mediana edad miraba alrededor con desdén y ganas de preguntar a cualquiera. Los reconocí al instante aunque tardé un poco en situarlos. Me había escabullido por una costa lateral en el que mi perrita suele hacer sus cosas, sin cerciorarme de que ya me estaban preguntando algo que parecía urgirles de verdad. Respondí con un exabrupto en plan psicópata, así debí quedar seguramente, como los payeses cuando me miran mal. Agarré a mi Chloe y seguí a lo mío alejándome dando saltos como si pisara brasas, no fuera que algún falso dios me quisiese captar y yo hubiese perdido mis poderes hipnóticos que un día me hicieron famoso.
Eran los padres de un antiguo compañero de colegio con el que tengo un contacto menos que casual. Luego me sentí mal y pensé para mis adentros que esa no era la figura paterna que mi hijo merecía. Y seguí cavilando: ¿cuándo he sido yo un tío familiar? ¿Qué sé yo sobre familias, cuánta familia tengo yo? ¿Debía de ganarme a mis suegros aún?
Tenía que aprender de la nada y rápido.
La vuelta fue dulce y amable y las aguas volvieron a sus cauces. Recordé que había salido ¡cinco! mañanas a correr y que, en una de ellas, hice la foto que subtitula esta entrada. El aroma a mirto y la conciencia mediterránea perenne me sobresaltaron y tuve que pararme un momento. Al cabo de ese par de días encendí el ordenador y la primera canción que sonaba era una de Negramaro que no conocía. El verano aún resoplaba.
È una storia semplice.

lunes, 5 de agosto de 2013

PERCEPCIONES A CARCAJADA LIMPIA



La carcajada. Esa sonrisa extrema y ruidosa que me eleva hacia los cielos del encaje.
Tres grandes momentos distinguí recientemente:

Primero; al ir a trabajar el último lunes de julio -último día del mes para mi también-, tarde y con las prisas para variar. Con el coche a todo trapo, esquivando moscas al ritmo del último de Queens of the Stone Age. Surcando los aires -cayendo la noche- poseído por la adrenalina de la velocidad y sus límites.

Segundo; la serie Hannibal. O mejor, el actor Mads Mikkelsen y su juego de equilibrios, tan refinado como terrorífico en este Lecter superior y renovado. He tenido que controlarme para ver sólo un par de episodios diarios (para disfrutarlo mejor en el tiempo, se entiende).

Tercero; hoy por ayer domingo en la piscina de plástico de nuestra terraza. Me fui al tumbarme, pude percibirlo claramente (un auténtico momento de joya y bienestar). Era un apoteosis fugaz como el nirvana, cercano a la ostra desde la que mi Príncipe pavoneaba el equilibrio.

Esta semana partida de inicio del mes de agosto, con sus tormentas de tarde frenadas y un sofoco abrumador, pensaba en esa risotada como el sonido más maravilloso que había oído jamás. Y eso me creó una ansiedad terrible y amenazadora por si se apagara y el llanto inundara la habitación sin remedio, ya que antes de ese derroche -como en el Big Bang- no había nada, todo era oscuridad.

Todavía no estamos de vacaciones y ya pasamos de los seis meses y una semana. Lo de las 6 de la mañana no se lo tendré en cuenta, así como mi absoluta falta de bronceado. El jodido danés. Qué pulcritud, qué saber estar...
Paseando con Chloe por la campiña se me coló en un agriturismo vecino, tan desobediente y acalorada ella. Estaban preparando la cena según su horario y pocos aspavientos excepto por cuatro banderines daneses estratégicamente situados. Pensé: jodidos daneses. Jodidos noruegos. Jodido Mads Mikkelsen...

La carcajada. Ese canal directo entre la excelencia de la felicidad y el desarraigo del deseo efímero (por suerte pude percibirlo en toda su amplitud).