viernes, 24 de noviembre de 2023

UN ESTOICO Y SU CEGUERA

 Me paso las horas dejándome la voz con toda la mierda estoica que he hecho mía este año y resulta que es terriblemente agotador.

Podría escribir aquí un montón de frases que se han ido convirtiendo en mi filosofía de vida estos últimos meses, incluso preguntas que han intentado ponerme los pies en el suelo día tras día, pero no. Y reconozco que ha sido un buen anclaje, un momento de pausa y distracción necesario para esta vorágine agotadora del "no llego" (eso sí, sin soltar aquello de "no me da la vida", qué rabia).


Mi problema es que no estoy preparado y me faltan herramientas. Sí, joder, me repito más que el ajo. Por eso voy dando tumbos desde que abrí este maldito libro, el único fuera de lo que implica las aulas; todo lo hago en esa clave, pero en una soledad casi apabullante. Incluso si da igual lo que diga o como me sienta: mañana nadie se acordará.

Quizá eso sea algo bueno, no lo sé. Y como no lo sé porque nadie me cuenta una mierda más que sandeces de despacho, pienso, pues al menos que quede la persona. El colmo de este teatrillo de lo absurdo llegó con la oración siguiente, siempre en el mismo libro sobre los estoicos:

"Señor, concédeme la serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, el valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y la sabiduría para entender la diferencia".

¿De qué coño sirve ser un estoico si luego no tienes lo que hay que tener? A quién coño le importa. A quién coño le importa, si la cotidianidad nos devora, amansa y destruye inmisericordemente. La ceguera de aquel que no quiere entrar en diálogo porque su zona de confort quedaría en entredicho; la de aquel que sonríe apretando los dientes y rehúye la mirada; y qué hay de aquel que, aunque mire, traga saliva cada vez que intenta articular palabra en un careo; y ay de aquel que nos da tabaco y vino agrio... ¡que no se entretenga!

En efecto. Todo está en Héroes del Silencio y en Tony Soprano. Absolutamente todo.

Sobre todo la ceguera del estoico y este agotamiento que clama a gritos una mongeta màgica.

Y suelto una pregunta de estas al infinito:

¿Con qué frecuencia sufrimos por cosas que todavía no han ocurrido?

Como diría Séneca, "mientras escribes, no pienses en el futuro. Céntrate en el aquí y el ahora".

Así le fue al hijoputa.