domingo, 24 de abril de 2016

EL ATAÚD

Ayer fui a Terrassa a la entrega de los premios del VII certamen de relatos cortos del diario de la misma ciudad.
Me llamaron el lunes desde un número largo y pensé, mierda, alguien me quiere joder. Pero no; eran los del diario que me notificaban que había quedado finalista y querían que confirmara mi asistencia a la ceremonia del 22, día antes de Sant Jordi, en la Nova Jazz Cava.
Qué puedo decir... me puse nervioso de contento. Se presentaron 1403 relatos inéditos, de los cuales 931 en castellano (mi categoría) y 472 en catalán. Seleccionaron 20 finalistas así que, joder, había para fliparse. ¡Para ser la segunda vez que me presentaba a un concurso no está mal!
Llegamos tarde, por lo que no pude beber nada antes. Fue todo muy serio y breve pero al menos lo pasamos bien con mi amigo Ace, que ya tocaba. Y luego hasta nos fuimos a descubrir la ciudad y todo.
Dejo mi relato a continuación:

EL ATAÚD
Resulta que estaba muerto pero no parecía preocuparle a nadie.
El tanatorio estaba atiborrado de gente. A muchos no los conocía y además sonreían y hablaban en voz alta como si estuvieran en un funeral irlandés; había en el ambiente un jolgorio generalizado difícil de entender.
El lugar era enorme, con un estilo barroco un tanto recargado y flores por doquier. Pese a que no había ningún símbolo religioso, pensé que no sería mala idea darme una vuelta y observar de cerca el panorama antes de proseguir mi camino.
Mis amigos acudieron al entierro con poco tiempo de antelación. Con ellos no iba la cosa, sabían de mi generosidad. Mi mujer, que lucía un velo negro y un sencillo tocado de plumas, lloraba sin consuelo y se tambaleaba agarrada al ataúd, que aparecía cubierto con una bandera local dejando el suficiente espacio como para verme bien arregladito -con aspecto cerúleo, eso sí. Me sentí aliviado.
Al otro lado, en la entrada, los de la funeraria repartían recordatorios con aire distraído y trajes de tonos claros. A poca distancia, mis hermanos les observaban con desdén, atentos a cualquier posible maniobra mientras mis dos socios, dos tipos con los que hacía barbacoas y salía en bicicleta los domingos, discutían sobre cómo recoger los pedazos de la exitosa multinacional que, con mi fallecimiento, había dejado de ser un triunvirato; apartados, en el fondo de la sala, urdían su complot sin esconder una evidente agitación que haría palidecer al mismísimo César.
Dentro de la algarabía general, una figura aislada destacaba sobre las demás por su discreción. Todos querían su parte del pastel menos él, que permanecía impertérrito, ajeno a la inquietud de los conjurados. Me deslicé con cuidado por si percibía mi presencia; desanimado, decidí acabar con mi excursión poco después. Era la única persona a la que siempre temí, la única a la que dejé fuera del testamento pese a darme la vida primero y quitármela de improviso después.

martes, 19 de abril de 2016

ENEMIGO ESPACIAL HUSMEANDO

El otro día fue el cumpleaños de mi madre.
Lleva veintitantos días alejada del mundo, a resguardo de pérfidas influencias y una realidad obsoleta; yo ya vuelvo a estar como si nada si no fuera por lo agotadas que me resultan las noches. 
Hay tres factores que me han hecho pensar, volver atrás: la película Enemy, la canción de Bowie Space Oddity y las cajas y recuerdos que quedaron en el piso de mi madre.
No suelo regresar al pasado para regodearme. Me gusta volver porque intento encajar las piezas del puzzle que soy; a través de cartas, escritos u objetos de todo tipo, mi personalidad se ha ido formando a lo largo de los años con absoluta sensación de continuidad, como si adquiriera conciencia de necesitar toda esa mierda inútil para más adelante. Lo jodido es que, tantos años después -tanto Diógenes adquirido, pregúntenle a mi mujer-, no tengo respuestas para explicar quién soy; sin embargo, la buena noticia es la claridad con la que vislumbro los acontecimientos de mi pasado. Me he reído con la mierda que sufrí entonces hasta el punto de preguntarme ¿en serio? ¿Eso hice? ¿De veras fui tan gilipollas? y cosas por el estilo. Luego hay cartas que esperan pacientemente ser releídas, misivas que sonrojarían hoy a más de uno... Es mi vida, y me gusta verla a través de la mierda que conservo.
Decía que la peli Enemy me dio que pensar también. Está claro que el director de Prisioneros tiene algo que decir. Y Jake Gyllenhaal, un actor brutal que si no fuera por su constante cara de osito sería uno de los grandes. La jodida araña y los recovecos de la mente... 
Aunque me dejó una sensación agridulce, me pilló desprevenido y me impactó; en términos artísticos, tiene todo lo que le puedo pedir a un film: una dirección brillante (con una fotografía sepia muy atrevida), una historia original e interpretaciones geniales.
El tercer factor que quería destacar, así en este desorden como si reinara el caos este que no anda tan lejos, es la canción de Bowie, pero lo es más Bowie si cabe en general: nunca he explorado su universo, y tenía el disco Space Oddity muerto de risa apartado en alguna esquina. El hecho es que el videoclip de Blackstar, título de su último disco también, junto con el de Lazarus, me tocaron la fibra en su momento; al estar repletos de referencias ocultistas y cierto oscurantismo, era cuestión de tiempo que, aunque ajeno al fenómeno universal del artista, me interesara puntualmente por el genio neoyorquino recientemente fallecido. Y lo hago poco a poco porque, después de todo, reconozco que su música me resulta difícil de digerir. No obstante, la absoluta veneración que mi amigo Albert le profesa -se casó en Las Vegas con su célebre rayo maquillado o lo que sea eso rojo y su peluca-, ayudó a que, en un mix de temazos para las travesías que nos pegamos en coche, no dudara en incluir el tema homónimo del disco que comentaba al principio. Y la sorpresa es que, sin comerlo ni beberlo, ¡mi hijo va y la canta y se sabe la puta letra! Y me la acabo aprendiendo también y resulta que el tío es un náufrago espacial y que podría relacionarse el rollo con su último disco pero no sé si con toda su discografía o su arte en general, y a mi que me hace un tilín que no sé yo...
En esas circunstancias pienso estos días. Todavía me quedan cajas por abrir. Estoy centrado en los #playoffs. Y mi madre estará bien porque amar es querer sentirse vulnerable, si no fuera porque estoy tan agotado que la jodida primavera y todo su circo -después de la nieve de Ensija y sus buitres al acecho- podría irse tranquilamente al carajo mientras intento no caerme.


lunes, 11 de abril de 2016

25 DÍAS DESPUÉS

Veinticinco días después, vuelvo al tajo. Y lo hago con amargura, pero no con la amargura del tipo que os imagináis: sé que voy a descansar más que ahora.
Mi compañera de viaje, a la que debo lealtad y por la que siento auténtica devoción, se está tirando de los pelos en alguna esquina de la casa. Y es porque sabe que esto empieza de verdad.
Hoy fuimos de boda por si acaso, y es gracioso porque me viene el tiburón robot mordedor, con toda su terminología no sé de dónde sacada, y me pregunta la juez si siento algún tipo de coacción; a la hora de tomar la decisión tan importante, se entiende, pero yo no pude no soltar una carcajada aturdida mientras miraba de reojo esos viejos archivos y trataba de no pensar en primeras ediciones de William Shakespeare.
Siento un amor profundo. Los residentes, pobres ellos, pocos incentivos tienen para tirar p'alante con cada día nuevo que se les plante. Son como ese tiburón, que solo se mueve por los desplantes de mi hijo, resortes como los muelles de las colchonetas de las ferias. No tienen un objetivo, solo tienen que ESTAR. Ser y estar, como la jodida gran miseria del ser humano y su puta conciencia...
Veinticinco días después, y ya estoy harto aunque en principio todo esté donde tiene que estar. Lo de SER ya no está en mis manos -que no son las de Curry-, y si la primavera empieza a afectar a la peña pues allá ellos.

domingo, 3 de abril de 2016

UNA HORA TARDE

Esta semana he ido una hora tarde a todos lados. El cambio horario me ha sentado fatal, con una sensación de que voy mal y no remonto ni aunque quiera. No había pensado en ello hasta que Xavi lo soltó ayer volviendo del restaurante, en esa carreterucha tan especial de los Rasos, tras una comida de lo más pantagruélica. Disfruté del día junto a mi amigo, su pareja y mis hermanos y luego el clásico lo estropeó todo.
Estoy leyendo a Raymond Carver, ese punto en que puedo ser productivo y pasar de el ataúd -un microrrelato basado en la muerte de mi compañero A. y la peli Enter the void que publicaré en su momento- a otras cotas; en mi última semana de permiso, siento que la libertad y la presión de querer ser algo y un buen padre al mismo tiempo pueden ser compatibles. 
Esta semana ingresamos en la casa de campo los restos del olvido y, joder, no necesito tantas emociones. No voy a negar que es duro y que hay desencuentros que debilitan, incluso si no sé cambiar la puta hora del coche una semana después y voy una hora tarde a todos lados -con influencias e influjos de miei bimbi.