miércoles, 17 de noviembre de 2010

ESTERTORES DE TRISTURA

Estábamos buscando un lugar para tomar el sol con mi hermano Ricardo. Bajábamos por una especie de cornisa muy escarpada, cuesta abajo, se supone que al final de la cual se encontraba la mar. El sitio en cuestión se hallaba repleto de gente, pero curiosamente no había ni una sombrilla. Estando ya tumbados, noto una repentina sensación de pánico generalizada que precede a un maremoto de proporciones devastadoras. Me despierto sobresaltado en el momento en el que el agua, que me va cubriendo el cuerpo lentamente, acaba por ahogarme por completo.
Cuando la muerte golpea súbitamente es inútil echarse a un lado porque nadie escapa al dolor de la pérdida. Puede ser un sentimiento circunstancial pero no por ello menos doloroso, sobre todo si no hablamos de familia directa.
De todas formas, lo peor es ver sufrir a los tuyos. Sufres por ellos disfrazado como el espectador más cínico del mundo, atento a cualquier gesto de debilidad o desvarío, justo antes de que todo se tambalee. Al ponerles en tan macabro púlpito, te desarmas de inmediato. Y cuando ya no sabes qué hacer ni cómo diablos moverte, escudriñas el suelo intentando no cruzar la mirada con nadie, cosa que puede provocarte un desagradable picor por todo el cuerpo.
Cuánta suciedad. Ella estaba destruida por una pena que, lejos de remitir, era de todo menos frívola, y yo contra eso no tenía ningún antídoto [aunque supiese de antemano que no tendría ningún motivo para necesitarlo].
Toda la vida batallando, ¿para qué? No podrías soportar tanto pesar. Crees que también te podría pasar a ti. ¿Y por qué no? ¿Deberías estar toda la puta vida privándote de cosas? ¿Haciendo números, cábalas y demás cabriolas? Es inevitable vivir el presente posando un ojo en el futuro [probabilidades de desastre a parte].
Ese dolor ajeno ha llegado a poseerme. Me he sentido asténico total. ¿Lo arregla el paso de los días? Inútil es pensar que todo va a ir bien. Pensar que hay que vivir al día, como dice la canción, o que, a modo de reset, todo tiene que acabar para poder gozar de un nuevo y esperanzador amanecer... Sea como fuere, me suena fatal.
Es jodido porque la conciencia de un estado similar evita a la pasajera suerte con mucha mala leche, nada que una capa de tristura, en estos asquerosos días de noviembre, pueda subsanar del todo.
Oigo el silbar de una guadaña que corta las noches con su acero más atroz. Es desesperante, suerte que el barman es amigo mío. Quisiera un funeral irlandés, bañado por alcohol y música nuestra, ya me entiendes, le digo.
- ¿Cómo?
Y que los que todavía se mantengan en pie, que velen sin pesadumbre ni caras sacadas del Actors Studio, y que limiten el aforo y los  putos silencios incómodos [a ser posible]. 
Recuérdalo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

PERIPLOS ESPACIALES


TRATADO AERONÁUTICO SOBRE UN ESTADO NATURAL
No ha sido especialmente duro volver a la noche, atisbar todos los canales permitidos hacia remotos confines como reflejo de una soledad que está al final de la adolescencia [según Pavese].
No obstante, sobre la exploración del espacio sideral, fuera del alcance de nuestra órbita, pocas noticias hay. Aquella vieja sonda espacial debió rebelarse, dado que la soledad no ha vuelto a ser lo mismo desde entonces. Puede que haya sido, incluso, un objeto convenientemente sobrevalorado.
Mucho ha cambiado desde entonces, aunque no todo para bien. La economía no consigue estabilizarse ni una regulación adaptable a los tiempos que corren, pero esto no es nada nuevo. Más cerca, en los límites de la verja exterior, todo parece haberse paralizado; supongo que la coyuntura actual ha favorecido, en parte, cierto alejamiento del centro de gravedad idolatrado otrora. C’est la vie.

Como todas las cosas que mutan y están en constante movimiento, la soledad como tal no les es ajena. Huelga decir que mi concepción del término, en valores absolutos, ha cambiado radicalmente, de tal manera que no imagino una visión menos estrecha que la que pueda sentir mi otro yo lejos de mi.
No pienso abandonar esta elipse. No podría alcanzar la velocidad de escape necesaria; no lo pienso sólo por poseer las llaves del portal, emblema que ratifica la existencia de materia oscura, ni tampoco a causa de los campos de atracción que pueda originar mi nuevo anillo de poder [me toparía con Doppler]. En verdad, se trata de una rotunda sensación: la certeza de un estado natural nada desbarbado.


No concibo ningún otro viaje ni vida sin esos parámetros.