sábado, 7 de mayo de 2016

DESCONECTANDO


A veces, cuando cierro los ojos y me dejo ir, tengo la sensación extraña de querer no pertenecer a este mundo e imaginarme cómo sería la vida sin mi.
Veo las cosas desde fuera y el apoyo paterno que tendrían mis hijos no existiría, tal y como nos pasó a nosotros, abandonados a nuestra suerte a no tan temprana edad.
Reconozco que me puede el sueño y que la conexión que he establecido con mi hijo mayor, mi luz, es tan fuerte como el amor lactante y desesperadamente psicótico de una madre.
Mi hijo pequeño ya sonríe y yo me veo conduciendo de noche por la ciudad desierta con la banda sonora de Drive a todo trapo; no hay nada original en pensar en la soledad que otros llevan como una pesada losa y a mi me eleva hacia lugares en los que estuve y que invariablemente forman parte de mi ser.
Siento una desconexión hipnótica irreverente que hace que, a veces, quiera ser ese puto caracol que tiene la paciencia suficiente como para llegar a buen puerto. Y me arrastro por la campiña buscando cierta decencia para mi condena, ésta que se desarrolla en la dualidad del mundo que envejece y se desgasta con las palabras que trato de utilizar mientras ubico a cada militar en su lugar.

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