Desde el torreón pude distinguir con claridad aquella dulce figura que parecía bailar con el orgulloso sol del mediodía.
Y vi la pureza reflejada en sus ojos -los ojos de la única criatura que ha permanecido a mi lado hasta ahora, brillando en la inocente sonrisa que le siguió después; una sonrisa que deformó su fino rostro transformándolo en una mueca de amor único e indivisible, una mueca de imperfecciones orgullosamente ocultas a otros ojos.
Como destinatario de tales confidencias, un abrupto estremecimiento recorrió mi cuerpo, preludio inequívoco de un oscuro silencio que, fotograma a fotograma, trasformó mi pensiero* hasta transportarlo -ya mutado- hacia la excesiva conciencia de estar vivo.
Lo siguiente que recuerdo es un miedo paralizador y la sensación de pérdida envolviéndolo todo con su asqueroso manto. Lo había perdido todo y, sin embargo, podía ver el futuro con absoluta precisión: un futuro con ella y, como no, desde el antiguo palomar.
*pensamiento
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