miércoles, 24 de junio de 2009

DOS AÑOS DE TOLERANCIA (EN TRAVESÍAS POR DESIERTOS MOVEDIZOS)


La tolerancia es un bien que escasea en nuestra sociedad moderna actual.
Las migraciones masivas del nuevo milenio (y la Era de Acuario) han destapado una cruenta realidad -aquella que pregonaba Fukuyama y no sé porqué recuerdo hoy- basada en el choque de civilizaciones; en vez de hacer un frente común para darle cierto sentido a la palabra "global", la mayoría de habitantes de este planeta han/hemos decidido barrer hacia nuestro propio territorio sin escrúpulos ni lavarse/lavarnos las manos antes. Cualquier novedad es recibida como una amenaza de lo más temida, justo cuando otro término, el tan manido "cambio" (change mejor), no paraba de invadir los salones de nuestras moradas. ¿Qué elegir, pues?
Que con qué nos quedamos (si decidimos obviar burdas demagogias). Demasiada responsabilidad resulta, si ambas vías siguen por los mismos derroteros y no pretenden ni aspiran a contraer matrimonio (por más que nos sigan intentando vender la moto y no podamos huir de la guerra entre realidad y/o ficción).
La reacción primigenia es el pánico. Tenemos miedo. Miedo al otro y a lo desconocido, miedo a cambiar de verdad y sin gastar su única y originaria acepción (que nos acercaría al movimiento), punto de inflexión necesario cada cierto tiempo y para cada época; miedo a que el Real fiche también a Ribéry pese al triplete, miedo a no poder dejar de mirarnos el ombligo y, en una postrera consumición, miedo a morir. Pero basta ya de cháchara. Sin el individuo no hay gracia ni desgracia, ni flechas, ni Croacia. Ser tolerante en un conjunto como el que versionamos es tarea harto difícil, ya que tendemos a enclaustrarnos; a más de uno lo enviaríamos a la puta mierda sin dudarlo ni un instante, ya que no hay nada como el volcar tus insatisfacciones en una espiral de violencia y agresividad. Asomarse a la azotea es un riesgo que se tendría que asumir sin grandes aspavientos. Añádase la crisis económica más grave desde el crack del 29 (del siglo pasado), y nos toparemos con una auténtica bomba de relojería en las calles día tras día.
Ser condescendiente, pues -tanto como paciente o hijo del ser más elocuente-, es una virtud que, al igual que el resto de sus congéneres, Enzo parecía no poseer. Como buen regente en Acuario, el aire no le traía ni buenos recuerdos ni impulsos altruistas de ningún tipo. Era el único error de su carta astral, pero esto no generaba conflicto alguno para su actual mecenas, perdida la musa de antaño, néctar prohibido del árbol de la vida.
Llevaba dos años en el barrio comprándole sus podridas manzanas a Omar, el hombre de la eterna sonrisa. Sobrevolando las moscas -dura es la vuelta-, acusado por sus más íntimos. ¿Que de qué lo acusaban? De ser intransigente, entre otras cosas. Él siempre respondía a la defensiva -incluso yo misma le advertí cierto desespero-, siguiendo los mismos patrones que aquí escribo. "Tenías que haberme visto hace cinco años, aquello sí que era auténtico canguelo", antes de que empezara a moverse (para certificar lo genuino y pregonar con el ejemplo) y no hubiese ni siquera contemplado el mero hecho de regresar.
Es cierto que a cada persona unas cosas le afectan más que otras, y que, de manera inexorable, esto no se manifiesta de la misma forma con respecto a unos u otros; puedes vivir más de diez vidas al mismo tiempo, no hace falta fortuna alguna, y en todas y cada una de ellas ser un ser distinto. Suele divertir, pero no tanto como para transitar por estos desiertos movedizos durante dos malditos años(sin absolutismos de por medio). Si dos de las personas que más le conocían coincidían en su diagnóstico -él se escuda siempre en que jamás le hicieron pruebas y que resultaba superficial y arbitrario, pero yo lo achacaría más al hecho de haber acudido a las personas equivocadas-, pese a sus múltiples intentos por demostrar o parecer lo contrario, es que algo no andaba bien. Si la actual coyuntura, como decía, no le era muy favorable -si seguimos teniendo en cuenta el inconsciente colectivo de Jung como punto de partida- ni halagüeña, y ya no le quedaban recursos para bucear en su interior más de lo necesario sin autolesionarse ni respirar artificialmente, es que se había metido en un buen aprieto. Y vaya uno para decirle nada, que poco le hace falta para hacerse una montaña e imaginarse enfermedades secretas, menudo negocio...
Él seguía pensando que, en realidad, no tenía nada que cortar. No obstante, no hizo falta demasiado para que de una charla informal saliera una profunda disertación animada; una de las cosas que sin ninguna duda podría asegurar de Enzo es que, si invitas tú y le ofreces un cigarrillo tras otro, te cantará hasta el himno italiano como si fuera el mismísimo Gattuso (el obtuso) crecido, pero me temo que de esto ya dije algo y no quiero apestar.

Lo achacaba todo al tedio, arma sedentaria de doble filo. Si no existe el tiempo y no hay posibilidad de rendición en esta vida, es que no tenía intención/interés en salirse del guión establecido; había echado raíces como siempre había temido, pero no fue conmigo ni cerca de mí.
Creo que detestaba esa dualidad que torturaría a cualquiera al irse a dormir por las noches (sin excepción), albergando inalcanzables deseos que le oscurecerían el rictus y le harían castañear los dientes al mediodía y sin previo aviso -para mí, la última vez que yací con él, como si de un muerto en vida se tratase, asquerosamente apático-. Porque cuando uno cree que lleva dos años navegando por tierras baldías y promesas vacías, cediendo cada pulgada de una boca en situación de leve y poco franca sonrisa, pasito a pasito, y no halla recompensa ni amparo en nada palpable, es que debe volver a la casilla de salida urgentemente.
Creo que él lo sabe y quiere ponerle remedio y un pequeño apósito temporal -como sin duda diría-, porque ni la tolerancia ni la más rancia propuesta que tenga que llevar a cuestas le provoca consuelo, estoy segura.
Sobrevalorar la capacidad individual de transportar pedacitos de tolerancia y miedos infundados implica preguntar y preguntarse, quizá lo mismo que volver a ver a un persona que conociste una vez con la que te llevaste realmente bien. Y cito literalmente, "para mí es muy fácil matar al mensajero, criticar sin piedad o llorar a la mala suerte, pero, que yo sepa, todavía nadie ha encontrado aún la piedra filosofal de los cojones".
Ya no creo que San Juan sea el día perfecto para invadir un país,
al menos no el mío, desde luego.