domingo, 28 de marzo de 2010

MARZO REVERDECE




Una voz tenue y casi susurrada ya le había advertido sobre lo que pasaría, pero él decidió no hacerle caso alguno. Además era invierno total aún, y sus manos seguían sufriéndolo de mala manera. Justo antes del cambio horario, la tragedia se mascaba: no habría vuelta atrás.
Tiraría por la borda veinte años de matrimonio por una sensación que ni siquiera sabía hacia dónde iba, pero ya era demasiado tarde. Buddy, it's too late, repetía su amigo Johnny.
Se miraba constantemente su dedo anular y jugueteaba con el anillo, como si fuera a quitárselo de una vez para siempre. No hay que pensar tanto, deja que todo fluya. ¿Pero quién diablos fue el que dijo eso?
Prefería pensar en lo del pelo para quitarle importancia a un hecho que, se decía a sí mismo, le pasaba a mucha gente. No era especial, simplemente, estas cosas pasan. Ni Johhny ni Elijah ni Harper ni Eloy ni Teddy le servían, y no había más capacidad para el autoengaño ni para saber a ciencia cierta sí lo que había hecho estaría bien, si sería lo correcto. Ya no importaba, ya no le importaba nada un carajo. Se había vendido todo el pescado tras un fin de semana de buceo interior intenso. Había que hacerlo aunque la soledad llamara de nuevo a sus puertas.
Esa situación de bucles y extraños silbidos le había colocado en una tesitura de espera que no recordaba haber pasado nunca. O quizás sí, pero mucho tiempo atrás. Pasó una mañana espléndida con las gafas de sol, el cuero negro y la espada al cinto. Paseando, disfrutando de las sonrisas y el sabor de los zumos de naranja. El arrebato duró muchísimas horas y no estaba muy seguro sobre cuándo irse a casa.
Al día siguiente, al despedirse de su esposa, sintió un alivio esperanzador que trasladaba el dolor a un mundo mejor y abría la veda; discutió con la gracilidad y las ideas claras de la incertidumbre, pero acabó diciéndose a sí mismo que no era necesario, que ya recuperaría su swing llegado el momento. Ahora no dependía de él y viviría por encima de eso,
que de lo que se despedía ayer no era sólo del mes de marzo, la buena suerte y el frío, si no más bien de su fina y larga caballera, pardiez.


Todo empezó el día en que decidió cortarse el pelo.

jueves, 18 de marzo de 2010

A CONDICIÓN HUMANA

De pequeños solíamos imaginar cómo sería el futuro.
También de pequeños nos preguntábamos cómo seríamos en el año 2.000, a los 20 años, o si los coches volarían como en las pelis; para entonces, ¿habrían llegado los extraterrestres?
Yo de mayor quiero ser un caballero cruzado, decía la inocencia propia de mi niñez. Un juego con mucho jugo en el que siempre andábamos mirando hacia arriba y hacia adelante, ideando mundos que un día sin colegio no podía eludir, despertando cerebros que no podían ni sospechar lo que estaba por venir. Era todo tan sencillo que no podía durar demasiado.
Transcurrido todo este tiempo, mientras el Hombre busca maneras de separar su existencia humana del mundo animal y de la Tierra (como diría Hannah Arendt) sin ayuda de El Capitán Trueno, las cosas por el barrio se han ido deteriorando. Por añadidura a semejante condición y en consonancia con la luna, varios estados se han ido sucediendo a toda prisa, sin previo aviso, convirtiéndose en procesos que han originado -y originan, en este continuo que no cesa- conflictos de todo tipo.
A estas alturas en las que solemos repetir que ya no tenemos edad para tonterías como hijos de una experiencia todavía por calcular, nos enfrentamos hoy a todo aquello que ya no sabemos valorar y que tantos sudores está provocando; el abandono al prójimo y la persecución al individuo sellan esta especie de cruel cruzada que amenaza con el exterminio, y eso que los coches todavía no vuelan.
¿Por qué dañarías a lo que más quieres? Es demasiado tarde para replantearse vínculos y no es menester, y si algunos modus vivendi se quejaran o chirriasen por el derecho a la prima notte mal andaríamos, mon amie, así que olvídalo, no va a pasar.
¿Por qué complicarse la vida? De los nuevos retos no me despido, prometo volver (no sin antes avisar): ya no somos unos críos, pero tampoco somos tan mayores. Si reducir los sueños a poco más que escombros significase tirar piedras contra tu propio tejado, aquellos ínfimos niveles de subconsciencia bien se guardarían de enfrentarse a tumba abierta ante enemigo de semejante calado (por agradecido).
¿Qué puedo lamentar, pues, sobre ese nexo? Si los miembros de tu familia no superan los dedos de una mano y además éstos juegan en otras ligas, ese término se convierte en algo poco más que sagrado. Nuestra propia naturaleza, que nos hace poseedores (que no acreedores, ¿o era al revés?) de un poder descomunal que intento desentrañar aquí, no será capaz de interponerse ni de joder la cosecha.
¿Y qué hay de ellas? Desgraciadamente no conozco ningún remedio casero que haga callar ese runrún, así que te pagaré con indiferencia, maldito barquero. Torres más altas han caído, pero no voy a ser yo el que niegue cierta dicha que rechazaba como solista habitual; para el resto, un saludo, y que la ingenuidad reprimida y la acción desorbitada no contamine lo poco que nos queda,
que para ser el futuro ya es mucho.

miércoles, 3 de marzo de 2010

UN MISTERIO TRAS OTRO



*
Era noche cerrada y no había ni una alma en la calle.
Me hallaba yo en una extraña plaza circular investigando la muerte de J. R., preguntando a diestro y siniestro en las diferentes bocacalles iluminadas con un verde tan tenue como triste, sobre todo a los líderes respectivos de la zona en cuestión; éstos gastaban unas pintas de mucho cuidado, en las que el cuero y el negro predominaban por encima de cualquier otro detalle.
La muerte de mi antiguo amigo J. R. había tenido lugar en el Bar T., curiosamente el único antro que había en dicha plaza. Ésta era tipo la Piazza del Amfiteatro de Lucca, en la Toscana, y mis pesquisas e interpelaciones con los diferentes cabecillas y personajes del lugar tenían lugar en los túneles de entrada, en esas bocacalles que decía antes. Uno de ellos, en un momento dado, me espetó en la cara que al volver de la Copa del Mundo, a mi amigo se le giró la olla de repente y acabó por perder la cabeza.
Por lo que se desprende de sus palabras, parece que la fatalidad hizo el resto, y yo decidí dar por concluida mi investigación y zanjar el asunto.
Ni siquiera recordaba su cara o aquellas pequeñas cosas que le hacían especial, y mi padre aparecía demasiado joven como para darle credibilidad a todo aquello. Al despertarme, volvía a arderme la cabeza y su rostro había sido borrado de la foto. Deseaba no haber estado allí, hubiera preferido que fuese un mal sueño, agotando así la posibilidad que un café y un cigarrillo pueden ofrecer de buena mañana.
En tres días -contados con los dedos de sus frías e inertes manos- había exprimido todas las naranjas que me quedaban y ahora ya no sabía que más hacer; la paciencia no es un don, pensaba, y hacia la múltiple personalidad de aquello que se conoce y lo esperable me encaminaba.
No era si no la viva imagen de ella, de modo que, momentáneamente, de sus palmas ya no tan frígidas manaba un dócil sendero a seguir, teniendo en cuenta lo difícil que es completar una vida virtual y depender de ella (que resulta más complicado aún).
Siempre he escapado a eso. No obstante, de las cosas que ni tan siquiera yo había llegado a procesar (por obra y arte de la sustancia tóxica más brutal y los efectos del alcohol barato), constaba un archivo repleto de imágenes, gestos y palabras pronunciadas. Todo bien documentado pese a la fragilidad del instante, y no sé hasta qué punto depende del carácter en cuestión o de aquella maldita y múltiple personalidad que antes mentaba y que ella podría llegar a detestar.
La importancia de toda esta historia me traslada directamente a mi estadio actual, ese en el que uno ya no sabe qué hacer ni qué decir y que te aleja claramente una vez más y por desgracia, de una vida familiar ejemplar.
Mi padre, los gritos ahogados en medio de la noche, Lucca, las gafas encima de una cama que no pude tocar ni oler y apenas morder... y mi amigo muerto. No he tenido cojones de chequear mi teléfono celular. Bajaré el nivel de decibelios y que el miedo no haga cundir el pánico, todo lo demás escapa ya a mi control, querida metro setenta.

para Cristilupis, la creadora de sueños

*Lucca, febrero 2007

"Adelante Bonaparte" (I)