sábado, 31 de diciembre de 2016

EL TORREÓN

Desde el torreón pude distinguir con claridad aquella dulce figura que parecía bailar con el orgulloso sol del mediodía.

Y vi la pureza reflejada en sus ojos -los ojos de la única criatura que ha permanecido a mi lado hasta ahora, brillando en la inocente sonrisa que le siguió después; una sonrisa que deformó su fino rostro transformándolo en una mueca de amor único e indivisible, una mueca de imperfecciones orgullosamente ocultas a otros ojos.

Como destinatario de tales confidencias, un abrupto estremecimiento recorrió mi cuerpo, preludio inequívoco de un oscuro silencio que, fotograma a fotograma, trasformó mi pensiero* hasta transportarlo -ya mutado- hacia la excesiva conciencia de estar vivo.

Lo siguiente que recuerdo es un miedo paralizador y la sensación de pérdida envolviéndolo todo con su asqueroso manto. Lo había perdido todo y, sin embargo, podía ver el futuro con absoluta precisión: un futuro con ella y, como no, desde el antiguo palomar.

*pensamiento

martes, 27 de diciembre de 2016

CLAUSURA XVI (DOBLETE)


Un año más, un año menos.
2016 será recordado por el nacimiento de mi segundo vástago. Nuestro proyecto vital, en marcha y a toda mecha.
Las ranuras de la mente y el declive del máximo ser querido pusieron el contrapunto amargo a la sensación de plenitud de semejante proyecto. La lucha a ese nivel, junto con la sublevación del sueño y sus incoherentes estadios, está siendo la mayor sfida (desafío) de estos tiempos.
Íbamos a ser cinco, pero la gordita se nos quedó en el camino. Son el contrapunto negativo, ambos, a un año de celebración.
Culturalmente no sé qué decir. Año de pocos sobresaltos. Como fue año olímpico y, en consonancia con los tiempos actuales de modorra tecnológica, destaco el vídeo del espadachín francés al que se le cayó el teléfono móvil en plena confrontación. Para mear y no echar gota.
Deseos: mucha salud. Todo lo demás es insignificante y puede irse al carajo. 
¡FELIZ 2017!




domingo, 18 de diciembre de 2016

ACTIVAR FONDO CON FORMA

Venía en el coche a trabajar escuchando mi lista de música delicatessen, no la que me hizo Dani para la boda, no, si no la mía, en modo aleatorio, y las tres primeras canciones, Los colores de una sombra, de LOL, Hoy por ayer, de Piratas, y Londra brucia, de Negramaro, me han devuelto otra vez a una época que ha quedado grabada a fuego en mi.

Antes la música era muy importante en mi vida, pero parece que, en ese sentido, algo se detuvo en 2006. Coincide con el último disco de Tool, el siguiente deseado de Deftones tras la magia del White Pony -que resultó ser un truño y el desvío de mi foco de atención-, y el Amputechture de The Mars Volta, el grupo que sustituyó esas carencias hasta bien entrada la treintena.
Todavía sigo esperando el disco de Tool. De hecho, es como una especie de búsqueda interior, como la del Grial. 

Aprovecho para recomendar aquí Enigmas de nuestra historia, una serie de documentales de Discovery Max dirigidos por el magnífico periodista del misterio Lorenzo Fernández Bueno. Rigor, datos y ganas de preguntarse porqueses.

Siempre me he guiado, de alguna manera, por los símbolos. Y es curioso porque, cuando trato de activar mi posible fondo de escritor, es como si hubiera dejado de lado todas aquellas cosas que un día me identificaron. Restan aquí al lado, latentes, esperando a ser accionadas de nuevo. Esos resortes van desde la música, que transporta recuerdos, hasta vivencias de todo tipo, incluso las malas. De hecho, las malas son las que más he valorado porque tradicionalmente me han dicho quién quiero ser y en qué clase de persona me he querido convertir, aunque esto ha ocurrido casi siempre a posteriori, cuando el mal anidaba.

Intento superar aquello de que una vida plena seca la tinta. En cierto sentido, es como si pretendiera profesionalizar algo con lo que antaño, joven y sin las ataduras típicas del dolce far niente, me salía brotando de la nada.
Supongo que es una cuestión de edad. Ya no estoy sujeto a los cánones de la permeabilidad; no quiero decir, con ello, que haya eliminado el elemento sorpresa en mi vida, ni mucho menos. Es más bien que, a medida que me hago más viejo, le doy menos importancia a las cosas y soy menos impresionable mientras sigo luchando contra el talibán que llevo dentro. He tratado este tema con anterioridad en esta bitácora, y es porque me preocupa haber perdido esa capacidad de retener nuevos referentes culturales, aunque menos que antaño. Ahora es solo una mera cuestión estilística, de orientación futura.

Dejé la ciudad hace mucho. Llevo cinco años alejado del bullicio y las tentaciones que conlleva y no lo echo de menos. Disfruto cuando me desmarco y no me importa trampear mi tiempo en familia rebuscando mis filias entre los escombros de los llantos de mi bebé y las peleas amorosas con mi salvaje primogénito. Debe de ser un tema de autoestima -como mi calva-, como si percibiera con claridad que esa batalla no necesitara ser ganada ormai ('ya').

¿Quién hubiera dicho que yo tendría hijos? Y dos, para más inri. Siempre me visualicé como un lobo solitario, una especie de eremita antisocial, psicopático perdido. Todo el mundo sabe que llevaba ese camino, y a fe que lo cultivé durante algún tiempo. Nunca he querido ser parte del rebaño ni he escondido esa parte mía, quizá algo oculta hoy en día, como decía. Pero siempre acaba volviendo, la puta oscuridad, sieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeempre. 
Mi amigo Xavi dice que no se puede extirpar. Que no vale la pena luchar. Que hay que construir a partir de eso. No puedo estar más de acuerdo. 

Es como si la viera en mis sueños, premonitoriamente, persiguiendo una idea de justicia que nada tiene que ver con la auténtica poesía. Como la tormenta que no ceja en su empeño y amenaza a los agotados marineros de una desvencijada embarcación, con los arrecifes y la agitación del adorable silencio cerca, en un encuentro casual sospechosamente programado de antemano y destinado al más terrible de los finales: la muerte por congelación.