La MODA DE CORRER, II |
Escribía hace dos años sobre las bondades de los neurotransmisores y el correr, disciplina que luchaba por mantener su lugar y estatus entre el CrossFit, la Calistenia y demás modernas y abyectas «modalidades deportivas», por llamarlas de alguna manera.
Hace mucho más, concretamente hace doce años, hice un primer intento de hablar sobre el tema a cuenta del libro de Murakami («De qué hablo cuando hablo de correr», 2007) y Raymond Carver —este último cabecera mío de entonces— cuando me mudé a la campiña bergadana y empecé a correr por el bosque en plan Forrest.
Poco ha llovido desde entonces. Alamedas enteras han desaparecido para dar lugar a más pastos de conreo. La naturaleza se contrae. Y yo sigo en el paro.
He de recordar con frecuencia que sigo teniendo una hernia discal y que los deportes «de impacto» no se aconsejan para tal dolencia; parece, además, que también hay estudios que abogan por evitar el correr al llegar a cierta edad y se postulan por los ejercicios de fuerza, la nueva moda (que casa bien con los que tenemos problemas de espalda, hay que decir). Esta corriente, de hecho, se basa en el hecho de poder generar y crear músculo como base y elemento imprescindible para prevenir la osteoporosis —el desgaste de los huesos—, el cáncer y darle un meneo a las endorfinas, con lo que vuelvo aquí a hacer referencia a los benditos neurotransmisores.
¿Cómo no iba a triunfar, semejante tendencia, vendida así? Teniendo más que claro que hay que hacer deporte para mantener una vida sana y equilibrada y alargar lo máximo posible nuestra juventud marchita —este es otro tema digno de un post aparte—, los ejercicios de fuerza, para los que ya sobrepasamos los cuarenta con creces, es prácticamente la única opción viable hoy en día. Y es que nuestra capacidad funcional y autonomía, ahora que nos vamos haciendo viejos, parece que depende de la fuerza que sean capaces de soportar y mantener nuestros huesos y músculos, el engranaje sobre el que sustentar toda maquinaria que se precie. ¿O qué crees que hacían nuestros ancestros en las cuevas?
El hecho de correr, el running, que previene enfermedades cardiovasculares y ayuda a regular la flora intestinal y el sueño según la tradición, ha quedado relegado a un segundo plano, y eso que vivimos en una sociedad medicalizada más que evidente; en este sentido y según otros estudios, que España sea el mayor país del mundo en consumo de benzodiazepinas, que para el que no lo sepa, son unos hipnóticos que crean adicción, es relativamente alarmante.
Porque, ¿quién no ha tenido la sensación clara y latente que su compañero de trabajo iba un poco más lento de lo normal o decía cosas que no venían a cuento?
Puede que nadie quiera una sociedad de yonquis de mierda, no lo sé. O puede que interese. Sé que se pretende generar endorfinas, la hormona de la felicidad, de forma «natural», pero las empresas farmacéuticas no dirían su última palabra; se habla del sedentarismo, del estrés laboral, del nivel de vida y la inflación, de la conciliación familiar… peccata minuta. Mismo traje, diferente disfraz, solo que ahora nosotros somos otros. De hecho y si me apuras, hay espacio para todo, en cuanto a deporte: los entrenamientos de alta intensidad o HIIT son un buen ejemplo, un lugar en el que converger si no te decantas por gastarte unos miles en una bicicleta de esas con motor, otra alternativa moderna más (tan en boga, por cierto).
Es jodidamente insoportable. Porque sí, porque dentro de un tiempo saldrá una nueva disciplina basada en el estudio de un finlandés, una británica o el maestro yogui de turno que lo volverá a poner todo patas arriba, a lo que habremos de sumar el desarrollo e innovación tecnológica loco de este futuro distópico que estamos viviendo en vivo y en directo con todo en contra para los que queremos resistir en algún tipo de rebeldía que todavía no sabemos ni cuál es. Como las Ruffles jamón-jamón, que ahora resulta que, debido a sus componentes de aromas de humo, van a tener que «reformularlas». ¿Y qué pasa con los frankfurts y las cenas rápidas y fáciles para los niños cuando no tienes nada más en la nevera? ¿Qué será lo siguiente, la Nocilla? No tenemos suficiente capacidad mental como para soportar todo este montón de mierda sin daños colaterales.
Con todo, todavía no tengo edad para una bici de esas, ni mucho menos el presupuesto. Pero, con los datos en la mano y en mi entorno de la campiña, todavía puedo decidir algo: no voy a dejar de correr, esté de moda o no, haya más presión social o menos para hacer tal o cual deporte en concreto (¿habéis sucumbido ya al pilates reformer?), independientemente del estrés laboral, la capacidad de lidiar con la frustración, los asuntos familiares, el saldo de mi cuenta corriente o el bombardeo social que nos devora.
es porque me encanta no encontrarme a nadie durante el trayecto, porque disfruto de mi soledad.
Porque me gusta escuchar a los pajarillos esconderse entre los arbustos junto a alguna que otra culebrilla sorprendida. Porque intento cazar con la mirada a conejos y liebres antes de que se escapen al oír mis pasos, y por las fiestas que me hacen las mariposas que me rodean y me siguen unos metros hasta que se cansan y se refugian en alguna flor.
Corro por oler las maravillosas y punzantes árgomas de un amarillo tan intenso como el pelo de mi sobrina Sígrid, por respirar a medida que avanzo metros. Por poder encontrar mis latidos, esprintar cuando mi cuerpo me lo permite, bajar pulsaciones si recibo un aviso anormal. Por pararme a contemplar unos minutos cómo se esconde el sol entre los pinos quemados por los incendios del 94 en alguno de mis enésimos atardeceres lejos del mar.
Corro porque pienso y me relajo y me permite ver las cosas con claridad. Corro por notar la fría brisa del norte recorriendo mi cuerpo, corro porque estoy vivo. Corro porque me hace sentir bien y porque me encanta enjuagarme la cara con el sudor.
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