miércoles, 28 de marzo de 2007

SOLITUDINE E SOCIEVOLEZZA


Todo me afecta.
No hay manera, no encuentro el camino. Hago cosas cuando no debo, digo cosas cuando no debo. Quisiera que todo aquél que se haya sentido agraviado por mi mala sangre me dejara en paz, porque no puedo hacerlo mejor y tampoco sé despedirme. Largaos ya, que no puedo più. Necesito estar tranquilo, que vuelve todo y ya he tenido mi primera noche de ansiedad latente. Pulmones apretujados, sin aire, casi me muero, cabrones, y no me pasa nada...
Estoy fatal y enfermo.
Iros todos al carajo.

miércoles, 21 de marzo de 2007

IL CIELO SOPRA CAGLIARI

Se resiste el sol. He estado algo liado. Solitudine significa “finalmente sono tutto”.
O puede que no signifique nada, pero cada vez que la veo es como si yo fuera otra persona, una persona nueva, mientras que ella sigue igual. Con la misma ropa, impertérrita a los devenires del tiempo y a mis pensamientos, con el antídoto en mano el hechizo no surge ningún efecto, totalmente desalentador. Qué sensación tan extraña… si por mi fuera, no haría nada más ya por ella, no tengo ganas de nada. Como si buscase llamar su atención, cambiante según las lunas, le diría que soy único y “hola qué tal, cuanto tiempo”, sin parecer forzado. Renovarme cada vez para no cansarla, hasta que sea definitivo, coge mis llaves y haz lo que quieras, cualquier cosa, que sé yo…
Il cielo sopra Berlino. Bruno Ganz. Nacido en el 41 en Suiza, con 45 o 46 años (según el mes) en el momento del estreno del film. Allá por mis 7. Tardé una media hora en desembarazarme de su Hitler de El Hundimiento, no podía dejar de ver sus duras facciones de cabrón despotricante en el búnker. Cuando lo conseguí y en la escena del circo, por ejemplo, no podía dejar de emocionarme. El rubio me recordó a algún bailarín ruso de los que hablaba Angie, tan cercano y perecedero de un abrazo como pocos. El blanco y negro, el color después de ángel, una imagen abierta y soñada de la Berlín castigada por la guerra y el jodido muro… y un alegato humano de esos que dejan la piel de gallina, que es donde siempre voy yo. Pensé rápidamente en verla en castellano para quedarme bien con todo, que hay mucho. Señor Wenders, ¿dónde estuvo? Veo… veo… planos secuencia por doquier, City of Angels… maldigo la cultura pop-televisiva o lo que sea que te hace tener una idea preconcebida antes de gozar del original y auténticamente bello, cazzo. Colombo convertido, cine moderno en los confines de los 80, años harto vilipendiados, ¿debo revisar ya acuradamente ese decenio?
El amor. Qué no he pensado ya sobre “eso”… A las chicas: que hay un ángel para todas y cada una de ellas. A los chicos: que somos nosotros y que queremos ser nosotros. A la humanidad: que hay esperanza, que en cada esquina aflora esa dulce melodía que ahoga nuestras voces y nos hace suspirar, perder el aliento. Y que hay que amar, que se puede. Haz lo que digo y no lo que hago.
Voy a salir a la calle a ponerle la mano encima a todos los hombros que me encuentre…

LA ALFOMBRA ULTRAJADA


HERENCIAS, MANÍAS, MOCOS Y OTRAS DEIDADES MENORES
Hay pocas cosas tan grandes y poco reconocidas como las madres, pero ahora sólo quiero rememorar “cosas” (por seguir vagueando) que nunca me permitió; pequeños dogmas que, sin llegar a los extremos de dejadez paterna, sí que marcaron e influenciaron una conciencia en crecimiento, la mía.
Cosas que empecé a cambiar cuando me largué de casa, porque eran tan obvias que a ojos de los otros resultaban casi ridículas. Gracias a vuestras reacciones he aprendido mucho, aunque la suma de ambos mundos me convirtió en un maniático de la hostia, a algunos hechos y a uno en concreto os remito, si queréis continuar leyendo.
Recuerdo un día (en época de instituto) que vino Ace a casa y dejó la cartera del cole encima de mi cama. Ante mi negativa, su cara grabada en mi memoria y el principio del cambio: Angie lo desaprobaba porque decía que traían (las carteras) mierda de la calle, que si quería dormir con semejante bagaje y soñar en reinos polvorientos de pulgas y princesas ataviadas con excrementos y otras bondades, que si me parecía normal. Teniendo en cuenta mi herencia familiar sentimental disfuncional –es decir, una madre haciendo de padre y madre y un padre haciendo de… de… lo olvidé-, y siguiendo con la mierda, me viene a la mente el término “zapatillas de estar por casa”, ya de por sí cutre a más no poder. Y las bambas. Jamás entrar en casa con ellas, calzarse las anteriores nada más llegar y no andes ni un paso más, forastero. Es aplicable el mismo patrón. Recuerdo… recuerdo… sí. Tenía unas Nike blancas de esas bajas (como las que redifusionan ahora, sin pasar por la exageración del Belpaese, claro está) con el símbolo en azul. A la mínima que se ensuciaban eran carne del betún. Teníamos una estantería entera dedicada al mundo del betún -quizá fuera una moda-, joder, que las bambas quedaban horribles, con el símbolo manchado mil veces -era imposible no tocarlo, ¡quería engañarme!- como una fulana colocada maquillada. Fue imposible advertirles, de hecho, lo primero que hizo Angie cuando nos cambiamos de piso fue comprarse un presidente del gobierno para el recibidor…
Alfombras. Esta es buena. De nuevo mismo patrón pero añadidle bacterias. Y no es que quisiera soñar con un harén tapizado, Alí Baba y su puta madre, pero en verdad sí que no me costaba mucho verme rodeado en mi cama por una. En el primer piso alaceno aún no me venía, pero en el segundo, ya con mi palacete en ciernes, se convirtió en algo palpable, y ya que Angie nunca estuvo por la labor (según su doctrina), denostando uno de los valores que no inculcó con suficiente brío para que permaneciera en mi interior hasta el final de mis días. Fue en Ikea -dónde comprendí lo que significa ser joven según los cánones actuales- el lugar del cual partió mi primer ejemplar de alfombrilla, verde y con hilillos a los lados, por unos 10 euros si no recuerdo mal, tampoco hace tanto. A los pies de mi cama, para no despertarme y pisar en frío o dando tumbos buscando mis zapatillas de esparto (después de todo, las que prefiero para estar por casa, aunque nunca encuentro blancas o rojas de mi número), para no tener la primera bronca de la mañana (más bien mediodía tirando a la hora de comer) conmigo mismo y acentuar esa cara de perro que nadie comprende.
Cagliari. Quise “olvidarme” de traérmela (hay un límite de peso y volumen que puedo soportar en mis maletas), hasta que me topé con un tenderete en el Mercatino de la Piazza Carmine, un domingo cualquiera. Eran más bien sobrias, nada de colores chillones, elegí una azul. Pensé que con mis sábanas rojas se complementaría bien, y veía un poco el mar en ella. Pero siguiendo un acto inconsciente como un psycho-killer sonámbulo apuntito de caramelo, me disfracé de Angie y la metí en agua. No sea que bese mis pies cada día sin haberla lavado antes, a saber la de vueltas que habrá dado antes de acabar aquí… En esas que el dichoso trozo de tela o sucedáneo empezó a perder color, chorreaba tinte azul como si algún cabrón apretara con todas sus fuerzas miles de bolígrafos blu en su mano, bocabajo, o como cuando de niño imaginé que debiera ser el período femenino pero en rojo. Encogida y extraña, al secarse parecía otra, y cada vez que me dispongo a lavarla (no muchas dado el vía crucis) me pregunto que nueva forma adoptará, en la ironía de la vida cuando veo las transformaciones de Célula ogni giorno en la TV italiana mientras como…
Por cierto, ahora estará ahí fuera mojándose, ¿por qué pienso en los gremlins de los cojones? Creo que toda esta paranoia se traslada a la gente. ¿Sabéis? Todo el mundo que ha entrado en mi palacete la ha pisado. Repito. Todo el mundo. No se salva ni el gato.
Seguramente pensarán: “este pezzo di merda debe estar aquí por error, se podrá pisar seguro y no pasará nada”. O directamente ni la ven. Para mí se ha convertido en un puto misterio, ya que suelo recibir visitas a menudo, me enclaustre o no. La más habitual fue advertida hace poco, para al día siguiente haberlo olvidado por completo ante mi asombro inicial y principio de molestia (vena frente hinchada, guadaña armada y peligrosa) posterior, cuando oteé sus dos pies de lleno en mi puta alfombra. Incluso para Amélie no tiene gran valor, ya que no le importa demasiado someterla a la dictadura de sus roídas all stars (si fueran sus Asics nuevas probablemente me importaría menos).
Tengo el palacete en perfecta armonía con mi feng-shui particular (muebles escasos pero bien arrinconados, calzado en línea y del resto nada al azar), y en ese estadio la jodida alfombra azul le da ambiente a la habitación. Desde aquí aprovecho para pedir algo de rispetto hacia ella, de hecho aprovecho para clamar al cielo, en este día lluvioso-viento-frío del diablo, que debió percatarse estos días del lugar donde perdió su silla y ha desatado toda su furia e ira sin importarle demasiado la suerte que pueda correr mi alfombra, totalmente a merced de los elementos y esperando un nuevo diseño. Tranquila cara, que te recojo en breve…

miércoles, 7 de marzo de 2007

EL EXILIO DE AMÉLIE Y EL CHAINTILLISMO


Amélie también lanza piedras al agua, pero las suyas son minúsculas y lo hace para intentar ver como “se van mareando mientras se hunden”. Si no hubiera estado en el puerto y sí en otro lugar, como en la playa, imagino que haría lo mismo pero con los pedruscos esos. O quizás no y, ante la imposibilidad de encontrarlos en amarillo, hubiera hecho una batida a gran escala. Así hubiésemos pasado todo el día. En el lugar en que las horas vuelan sin nada que hacer, compartir el tedio asimilado con Amélie es menos pesado.
Questo è estilo libero, a ver quién la suelta más gorda, más real.
Amélie dice que hace años que las lleva, si le digo que todo el mundo calza unas all star, pero que será que es como todo el mundo. Siempre he creído que hubo una época en que dejaron de fabricarlas, allá por los mediados 90. Estuvo 8 días en Egipto sin cagar, mientras me enseña una foto con su barriga apunto de estallar.
Al final del día, a veces, Amélie se queda horas mirando fijamente una foto de ella con su Tormento, en su portátil. Lo mira a él, odiándole cada día un poco más, preparándose para un reencuentro perfecto soñado. Otras veces se mira a ella misma, “estaba mal, mira qué bolsas”, escudriñando aún las causas de un pasado que ya no volverá. Todo empezó entonces…

Oigo a Amélie aquí mismo, en mi casa. De golpe se transforma, su cara muta, y suelta un par de eructos cortos, no muy sonoros, como deben de ser dos disparos secos de una arma de cañón corto:
en marcha, caminando por Via Roma
- Hoy es el típico día que cogería un coche (si lo tuviera, aunque allí tampoco lo tengo) y me iría por ahí con un par de cedés buenos.
Amélie, súbitamente
-A mi me encanta ir en coche de copiloto y momentos así. ¿A ver, cúanto dinero tienes?
- No lo bastante, además, sabes qué, la alemana me debe 13,5 euros de la cena de ayer y eso me jode […].
por los cerros de úbeda. Amélie, entre la cháchara
- […] ¿Qué podemos hacer?
- Me apetece un helado. ¿Te apetece un helado de esos en Piazza Yenne?
- Venga sí. Y además ya sé de que me lo voy a pedir.
pensándose, mirando al cielo con la mano derecha en su mentón
- ¿De qué?
- De "chaintilly".
- ¿Y qué cojones es eso?
- Una crema extraña.
- ¿De esas con licor?
- No, normal.
- Joder, es la tercera palabra nueva que aprendo hoy contigo.
bajando por Via Manno, llegando a Piazza Yenne, nos encontramos a 4 austríacas del mundillo-
- […] Andiamo a fare un gelatto […].
- […] Oggi è lunedì, è chiuso, anche noi abbiamo andato prima! […].
oliendo a pizza al taglio, huyendo
- Va, pues un taglio, que es lunes.
Amélie, súbitamente
- Sí, y vamos a un sitio cerca de mi casa que todos dicen que es el mejor.
en ruta, con la copa a la máxima desorientación
- No sabes dónde vamos.
- Es que es una de estas calles… (cambio de tercio) ¿Entramos en esta tienda? Mira, es de postales. Aquí quiero seguir con el rollo, paso siempre por aquí pero nunca he entrado.
post-it en el aparador, “torno subito”, y una postal grande muy chula de un pie de 180 euros
- Pues nada, vamos.
de nuevo en ruta, oliendo a kebab. Amélie:
- ¿Nos comemos un kebab?
- Yo le llamo “pita” con mis colegas. Son las 6 de la tarde, estás flipando…
- Es que tú no conoces mis horarios, yo suelo cenar a esta hora.
- Yo decía más bien de unas patatas y un par de birras para matar el hambre, hacer tiempo hasta cenar.
Amélie, imaginando fritura ketchup y mayonesa mil
- ¿Qué tipo de patatas?
- No, de esas “Frit Ravitch”, de bolsa.
Amélie, interrumpiendo y con las ideas claras y haciendo como que no escucha
- Así puedes cenar luego dos veces… Pero vamos a otro, ven.
ya ante él lugar concreto, entrando
- Aquí he traído a todos mis novios.
- ¿Qué novios?
con sendos tenedores de plastica, picando para luego poder cerrar el kebab y comerlo guay, de nuevo en movimiento, Amélie se percata de algo anormal
- Esta salsa es como de yogur, ¿no?
- Joder sí, y qué mala es. Y el pan es pequeño y no está tierno…
Amélie, contrariada
- Ya no me harás caso nunca más, ¿verdad?
- Qué va… sólo que la próxima vez elijo yo.
exhalaciones de aire y silencios entre esas sonrisas cómplices que tanto nos gustan y nos recuerdan que estamos vivos
En las escaleras de Santa Eulalia, Jaime, el tangeriano que luego me comería un rato la cabeza (4 años a la sombra en Aragón), nos saluda, mirándome (“qué bien te lo montas, chico”): “Buon appetito!”. Grazie. Luego aparece Giuseppe, su coinquilino, para confirmar nuestra locura: “hasta luego”, se va con cara de “vaya par de giraos”.
- Creo que me estoy comiendo el tuyo, este lleva picante.
Decidimos subir a ver fotos y escuchar algo de música.
subiendo las escaleras de su casa
- Eh, no me mires el culo, ¿¡eh?!
- Estaba mirándote el culo y el tenedor que llevas en el bolsillo (de atrás).
- Joder, ¿aún lo llevo? Total, no tengo culo…
Amélie recibe golpes de todas partes y está algo asqueada, pero lo lleva bien:
- Pienso llamarte mogollón cuando estés en Barcelona.
- No sé si estaré en Barcelona cuando acabe esto.
- Da igual, donde sea.
tirado en su cama, boca arriba, me sale una frase ociosa
- Tienes que poner algo en el techo, es todo muy blanco.
Una rareza del destino, entre bocanada y bocanada de tiempo, y
como surco áspero al recorrer el camino de vuelta a casa. Como si fuera verdad que mi debilidad me alimentara y fortaleciera, dejará palabras sin descifrar que escondan mentiras aprendidas esculpidas entre cenizas…

(súbitamente, interrumpiendo mi recuerdo heroicosilencioso)
- ¿Quieres escuchar la canción más bonita del mundo?