domingo, 31 de enero de 2016

VUELVO A CUMPLIR

Considerar nuestra mayor angustia como un incidente sin importancia, no sólo en la vida del universo, sino en la de nuestra misma alma, es el principio de la sabiduría. Considerar esto en la misma mitad de esa angustia es la sabiduría entera. En el momento en que sufrimos parece que el dolor humano es infinito. Pero ni el dolor humano es infinito, pues nada humano hay que sea infinito, ni nuestro dolor vale más que el ser un dolor que sentimos nosotros.
Estoy vivo y tengo buena salud. Mi mujer y mis hijos tienen buena salud. Doy gracias por ello, y por amarles y que ellos me amen a mi como si no hubiera un mañana.
Quería recordar esta cita de Fernando Pessoa en este día que ya no es tan especial para mi -puesto que hay otro cumple que copa toda mi atención- como tributo a la mutación pasada del verdadero ser que subyace al tipo de treinta y seis años que teclea esta mierda en este mismo instante.
La filosofía siempre fue la misma (como en Tool y el resto de referentes culturales), ya que siempre supimos que la lucha era jodidamente irreal, algo tan abstracto como las divagaciones dedicadas al tiempo ocioso pertinente sobre el que edificamos nuestro modus vivendi.
Nunca existí.
Hoy doy gracias por ello.
(Sobre esto mío ya encontraré la manera de trampearlo).



jueves, 21 de enero de 2016

POSTAPOCALIPSIS

Los restos de un paisaje urbano postapocalíptico en una carretera abandonada me recuerdan lo efímero que es todo.
Luego intento hacer la vieja campiña como antaño y me cuesta, sufro entre el vaho helado y una baja forma que duele y revienta por igual.
Cuando me conecto a la enormidad de la naturaleza y a la actuación del ser humano no puedo más que sentir una gran humillación que me atormenta por las noches, cuando intento actualizar a Pavese y encontrar mi sitio.
No siento la Fuerza. No siento más que el peso de mis piernas que se quejan por unas jornadas tan largas como innecesarias. Y el olvido... si ella supiera... No hay curación. Y para la culpa, ay, amore, para la culpa... No hay medicina que palie semejante desazón.
He pensado en volver a delinquir. Puede que sea la clave que me permita volver a hilvanar aquellas maniobras locas de antaño. Y por qué no, dormir del tirón un montón de horas.
Los restos de un paisaje postapocalíptico -a una semana de los cumpleaños- nos guiarán.

sábado, 9 de enero de 2016

A PAVESE Y LA MALDICIÓN

Una de las cosas que más me está gustando del aparcado Pavese, recuperado para la causa para empezar bien el año, es su absoluta falta de dialéctica trascendente para con los otros. En su afán interior, demasiado poderoso como para poder vivir tranquilo, es imposible no recordar a nuestro amado Pessoa, adalid de una soledad esfereïdora por antonomasia.
Su historia es tan trágica como la propia naturaleza humana, condenada al fracaso de antemano. En esta línea, los problemas de desamor que tuvo el piamontese, a la postre desencadenante de su triste final, no tienen ningún sentido para estos días de aceleración y perversión social. 
El miedo a quedarse solo ha desaparecido entre las causas del dolor mundano y, en cuanto a rapporti sentimentali, está como de moda escupir las relaciones mal cultivadas así de sopetón. En estos casos siempre la entidad más débil es la perjudicada, viendo traspuesto todo su sistema de valores y obligado a cambiar radicalmente de vida (sovint con una mano delante y otra detrás). Lo jodido es que suele haber hijos de por medio, aunque una voz autorizada me dijo hace poco que nuestra generación no notará los efectos de tamaña variable, y eso me temo.
Es cierto que la sociedad ha cambiado sobremanera y lo que antaño era un modo lógico de relacionarse, basado en unos postulados excesivamente marcados por una mojigatería propia de ambientes cerrados y privados de libertad, es hoy un anacronismo que nada tiene que ver con la velocidad a la que se mueven el mundo y la tecnología. Incluso con suerte pronto apartaremos definitivamente la visión de la mujer esclava equiparando los sueldos y las tareas del hogar. 
El origen de estos males está claro: los nuevos adultos somos unos críos. No hemos necesitado subsistir porque, cuando hemos estado al límite en estos años de carestía, una entidad supra familiar ha ejercido de cojín salvador. Es contradictorio con mi modo de ver el mundo, sin duda, algo que en todo este embrollo reconozco que me atemoriza y alerta por igual: yo quiero formar una familia tradicional. De hecho lo estoy haciendo, solo que no sé dónde me deja eso, si en lo anacrónico de antaño o en lo estúpido de la limitación de recursos que supone una crisis eterna como la actual que lo dificulta todo. A este último respecto, hace poco un vecino de mi barrio que no suele prodigarse me dejó una perla con un he vist a la teva dona, ets molt valent, eh!, dejándome así anonadado y sin respuesta. Luego hueles escletxes que te retrotraen a una maldición atávica que no quieres ni visualizar más de un segundo.
Como suelo decir, la soledad, aparte de un estado de ánimo, es necesaria. Yo lucho por reconquistar mi solitudine sin renunciar al amor de un núcleo vertebrador fuerte. Y ahí se tienden puentes entre mis autores preferidos y mi amigo noruego.
Pavese escribe tanto al desamor que es imposible obviar esa tinta que tanto apuré. Es un exiliado, un expatriado de la libertad y su añorada tierra. Sea como fuere, parece estar contento con su aislamiento y lo mismo me pasa a mi, sobretodo cuando, en esos días en que oyes silbar al viento helado fuera como al acecho de algo más perturbador, enciendo el fuego mientras mi hijo toca la batería y jugamos a escondernos en el castillo y mi compañera de viaje reposa con los pies en alto, no sin antes encerrarnos a cal y canto y pensar un momento en que no hay maldición que tanto pueda pesar.