jueves, 10 de septiembre de 2009

SEÑORA DESESPERO

Mujeres.
Díselo, ¿qué es lo que te hace olvidar tan rápido y permite crear algo nuevo de la nada?
Olvidar. Puede que sea esa la palabra clave. Querer olvidar. Si se tuviese que omitir un recuerdo que no es tal, ¿cómo cojones se haría eso? No es que hayas sido bueno con ella, ni que esperes gratitud de ningún tipo (descarta un último polvo, no es buena idea). No te conviene saber la verdad, porque de hecho, no hay cuchara (¡ni recuerdo!).
Siempre te sentiste culpable por no quererla, por sus atenuantes y toda su mierda. Y sí, el sexo te mantenía pegado a ella. Le dijiste a un amigo: seguiré ahí hasta que se canse, y eso será lo que me lleve al zurrón. Un vaso de vino y un chusco de pan seco me acompañarán en las frías noches de invierno, pero tú sabías que habría algo más. Siempre hay algo más.
Mujeres.
No recuerdas cuando te convertiste en ese monstruo, pero sí podrías asegurar que ellas te han hecho así. Seguro que ahora comprendes que quisiera olvidar, era demasiado evidente. Nunca diste tu brazo a torcer, y aunque eso no te corroa los domingos por la mañana, sí que es tu puta rémora.
Todos te dejan solo. Me refiero a que si no tienes pareja, hoy en día, te miran raro. No haces lo que se supone que debes hacer. Incluso si te has dejado recientemente, tus amigos se muestran reacios a comentar el hecho de que puede que ella ya se esté follando a otro. Tú intentas mostrar una naturalidad nada natural en tí, qué cojones ibas a hacer, ¿parecer afectado?. Mejor que esté con un oso que le dé abrazos y la mime. En el fondo, vuelves a casa con un par de copas de más, algo tontito; has tenido que recriminar esa actitud en pos de tu amistad, entre tragos y jirones de humo, y no aciertas a saber por qué, ya que no sentías nada por ella ni podrías hacerlo en cien años de vida en común y pedos en la cama.
Un trayecto de 15 minutos se convierte en media hora larga de paseo. Aún hace calor, pese a estar a finales de septiembre, y decides disfrutar del trayecto poco a poco. Abstraído en tus pensamientos, intentando encontrar la raíz de la recaída, se te ocurre que cualquier hijo de puta podría atracarte, lo tendría verdaderamente fácil. Pero en tu puta ciudad de provincias nunca pasa nada, excepto los pensamientos absurdos repetidos como ése.
Mujeres.
Cada nuevo encuentro con una fémina remueve tu mundo y lo pone patas arriba. No es una cuestión de debilidad, ni existe tal guerra, desde luego. Es el principal juego de la vida, el que más bordea al córtex, en el que además todo son idas y venidas. Si pasas y no ofreces algo más importante que tú mismo… no sabes qué cojones seguiría. Sólo crees que ya no ves posibilidad de perder nada por el camino. Ella ya no está, como antes aquella se fue, y hoy ya hay otra. Es por tanto injusto soltar mierda por la boca o disparar al mensajero, porque tú haces lo mismo que ellas: esto es, seguir hacia adelante. Seguir y seguir y que pasen los años; puede que algún día te sometas al yugo del deseo compartido y ansíes dejar de buscar estúpidas respuestas, pero mientras tanto, ves las cosas venir como si ya no tuvieses nada que ganar, dejando a un lado el desespero.
Las apariencias son instrumentos que debes aprender a tocar. Si vives en sociedad no hay otra opción, y a fe que es difícil dominar esos resortes. Todo lo que no dependa de tí te parece improbable y remoto, pero no basta con eso para hallar la tecla adecuada: nadie está preparado para obviar esa mierda. Bueno, nadie excepto aquél eremita del que no recuerdas el nombre. Como esclavo de los ojos, pues, lidiarás con Argos y le brindarás la victoria de tu nueva mecenas, artista inocua, próxima víctima. Es parte de la doble moral que hay implícita en estas líneas: querer o pretender sufrir… para qué, si muy probablemente ya te habrás follado a otra tu también, maldito truhán.
Mujeres.
De ellas se dice que depende la existencia, y no vas a ser tú el que diga lo contrario, dichoso Sansón. Son capaces de querer y olvidar (de querer olvidarte) en unas pocas horas de diferencia, mientras tú seguirías sin duda atónito el cariz de los acontecimientos. Las entiendas o no (inútil discusión), no cometas el error de preguntar cuál es la distancia entre el olvido y el amor, hazme caso, que el reloj sigue corriendo y la realidad no es tal, que de la nada te tropiezas con desespero (ahórrate el pensar que eres especial); anda
, ve y déjaselo claro.