domingo, 22 de abril de 2018

PASAR INADVERTIDO (Y QUE TODO SIGA GIRANDO)

Al amparo del bastión que he creado, se reduce a pequeños conatos como el de hoy, esa debilidad intrínseca mía digo, y no quiero ponerte en antecedentes antes de decir que acabo de ver la serie de Unabomber y de que estoy releyendo Caballo de Troya, de J. J. Benítez mientras busco mi momento y lugar en este circo. La relación entre ambos, entre Ted Kaczynski y Jesucristo -con el que sigo obsesionado*-, dos personas frágiles a su manera, me han devuelto a ese estado en que las noches vuelven a ser tan interminables como irritantes.

¿Cómo puedo pasar desapercibido? Pasar inadvertido, pasar inadvertido... ¿es eso a lo que tú le llamas pasar inadvertido? ¡Pasar inadvertido no es lo que haces, no es coger a dos chicas de rehenes, no es matar a policías y desde luego no es incendiar un edificio!, como le diría Clooney a Tarantino en la celebérrima Abierto hasta el Amanecer.

Son tantos los días en los que quisiera desaparecer... Uno descubre con cierta gracia, por suerte, cómo ha aprendido a manejar semejante mierda interiorizándola hasta convertirla en una pequeñez digna de salir a flote de vez en cuando y va que te estrellas. Convivir con tus traumas, según me dijo una amiga recientemente, puede ser una arma de doble filo: te puede convertir en inmortal o te puede matar. El cáncer, ese enemigo invisible pero letal y amenazante como pocos -sobre todo a medida que vamos cumpliendo años- tiene mucho de psicosomático, me decía mi amiga. Y todo venía porque a una conocida nuestra, compañera de trabajo, le han diagnosticado un colon. Y me ha dado que pensar porque ya empiezan a ser muchos, caídos o no, los que se ven sometidos a largas temporadas de médicos, pruebas y tràngols parecidos. Eso sí, si lo superas o consigues asumir lo inevitable, te conviertes en inmortal, como decía antes. Y es ahí donde entran Ted y Chus; ambos, incomprendidos, con un mensaje por difundir y una misión vital que nada (ni nadie) puede detener. Ni la ciudad, ni la enfermedad ni ná.

Todo sigue girando, por lo que también bajé a Barcelona a ver a Isalen. ¡Dos años lleva ya trabajando en la Casa del Libro, dos malditos años! Y haciendo la cuenta no me llegaban los dedos para contar cuánto hacía que no nos veíamos. Creamos un nexo sin fecha de caducidad allá en nuestra isla (de eso no hay duda), y ver cómo se sonreía porque era incapaz de aguantar mi mirada estrábica me dio tranquilidad porque me trasladó a ese lugar en el que no hace falta fingir. Cómo añoro nuestros largos paseos por las callejuelas de la vieja ciudadela marítima... sin ellos mi erasmus no hubiera tenido sentido. Pero yo, que soy estúpido, no hacía más que contemplar con asombro la ciudad y sus influjos, una ciudad que no solo aborrezco sino que además me molesta. Y lo hice como tic nervioso, como para tener algo de que hablar (¡ni que eso fuera necesario para con ella, necio de mi!). Y nos hicimos unas pocas fotos con su móvil chulo y me hizo una en modo retrato con una calidad altísima justo enfrente del Verkerke, la tienda de pósters, y pensé que la colgaría en algún sitio y retomar, y por qué no, mi abandonado blog (prometo tardar en volver a airear mierda política como la que vomité en mi último post).

Y antes de Sant Jordi salía el disco de A Perfect Circle, Eat the Elephant, y ese día miré a todo el mundo extrañado porque nadie corría a la tienda de discos a hacer cola, pero claro, no lo sé, ya no estoy en la ciudad, aquí no hay tiendas de discos; en mi casa nadie me lo recordó, mis amigos iban tarde y los profesores de mis hijos estaban demasiado ocupados como para pensar en tal nimiedad; los padres, que deberían mostrar nervio y ansia, hacían como si nada mientras colgaban las chaquetas de primavera de sus retoños entre bostezos matutinos y una desidia atroz. Nadie hablaba del disco, nadie hacía ningún comentario al respecto; nadie paseaba por la avenida del pueblo con los cascos puestos y, la panadera, por supuesto, no lo escuchaba mientras despachaba a los clientes comentando lo bien que ya se estaba en la calle a las nueve de la mañana...
Entré en un bar del pueblo, en el que por cierto hacen un café buenísimo, a hacer un cortado rápido y el autómata trajeado de la tele sufría ante la impasible audiencia lo absurdo de las noticias, como el profesor que no consigue captar la atención de sus jóvenes alumnos. Seguí mi camino hasta el supermercado, a ver si allí sabían algo del tema, ¡a ver si estaban desesperados por oír al nuevo Maynard!, pero nada: las abuelas no recibían llamadas de sus nietos ("¿Maina? ¿Y ese quién es?"), los empleados no se escaqueaban al office a escuchar el disco y los repartidores sí que iban y venían a toda hostia, pero no por conseguir el cedé, no, sino más bien por alargar la hora del bocata y el descanso...
No, señoras y señores. Niente. Mi mundo avanzaba ajeno al acontecimiento musical del año (de momento), y a nadie parecía importarle una mierda. Pensé: qué cojones, si ellos no tienen prisa, yo tampoco. Y me fui a correr y luego ya me lié y me olvidé hasta última hora de ayer, cuando justo antes de ir a currar volví a entrar en trance y a sumirme en ese estado de ensoñación que tanto me gusta tras hacerme con una copia y conducir a todo trapo en dirección a Manresa, mi ciudad.

Las prisas, me dije, las prisas no son buenas consejeras. Ni los tatuajes, ni escurrir el bulto, ni exagerar mi fragilidad. Y si tengo que dar explicaciones, pues las doy. Ríete si quieres. Lo único bueno, aparte del abrigo familiar, son los playoffs y la idea de volver a coger el coche hasta Huesca. Oh, cómo estoy disfrutando con Utah Jazz y Ricky Rubio (resucitado también), qué final de temporada más épico, joder (y cómo me gusta ese uniforme/tramonto tan Twister de antaño)...
Ni siquiera me comentan lo roído de las zapatillas de mi hijo, así que qué coño importa. Le hemos comprado otras Diadora para que las destroce pero hasta que no se le salga el puto dedo y salude no le pienso cambiar las viejas. Y Albert viviendo en Salt Lake City, tiene guasa.

Jesucristo, en un acto de humildad y en su afán por quitarse importancia, era un simple mandado, un mensajero, y ya sabéis a quién se cargan primero... Ted Kazcynski pensó que para salvaguardar su legado no podía alegar locura ante el tribunal: eso le convertiría en un enajenado y toda su carrera, todo su pensamiento ("la tecnología y la evolución van en contra de la naturaleza humana") sería desprestigiada y vilipendiada. Y yo, que todavía ando buscando mi propia voz, solo aspiro a pasar inadvertido y a que todo siga girando. Más que nada para que cuando llegue mi momento me pille despierto, pendiente y sosegado. Por si consigo encauzar mis mierdas y me reconocen como lo que en verdad soy.


* He escrito dos relatos sobre su figura este año y leo y escucho todo lo que pillo sobre él. No me preguntes por qué, pero me tiene loco su figura. El Hombre, la construcción de su leyenda, la manipulación de la Iglesia, el rollo divino, la fe... todo eso me interesa y me atrae mil.