viernes, 24 de junio de 2011

COMO SI NO SUPIERA RELACIONARME

Llevo unos días fuera de mí y no sé si echarle la culpa al eclipse lunar del día 15.
Se me acaban los argumentos para justificar un cataclismo de máximo secreto, con lo que mi nuevo estado civil no alcanza para destapar el gran misterio y provoca que pretenda reventar mis órganos internos más lentamente de lo habitual, 
si bien no antes del anuncio definitivo.
¿Puede ser la culpa suya? Es un esfuerzo ínfimo el que me reclama, y yo soy incapaz de concederle semejante afán. Me gustaría saber cuándo se activó en mi ese resorte que me empujó a estar constantemente en guardia; tradicionalmente con demasiada frecuencia –por desgracia-, no he sido un toro fácil de lidiar a la hora de, por ejemplo, mantener una conversación de intensidad baja. Y no es que fuera yo una persona de altos vuelos -cosa que me han achacado a menudo-, no. Los motivos varían según con quién hables y se cuentan por miles; algunos comentan que, tras mi enamoramiento definitivo, ha habido una clara relajación en cuanto al carácter y los desvaríos, cosa que juega a mi favor. Entre los asiduos, las más agradecidas, las novias de mis amigos. Otros, no obstante, aluden sin ningún pudor a lo que yo llamo fin de la inocencia y caída de los mitos, o lo que es lo mismo, el jodido e inexorable paso del tiempo, un tema, más que trillado, principal 
(en esta bitácora).
Que la vejez afloja esfínteres es indudable y más que evidente, pero de la propia evolución personal pocos hablan, y eso es debido a que es mía-propia, personal e intransferible, y de eso sólo sé yo. En esta materia, ninguna opinión es de recibo. Sin embargo, cuando crees que tus retos ya no pueden llevarte más allá, descubres que siempre acaba surgiendo algo nuevo que te obliga a mantener tu credo inalterable, lejos de la impaciencia habitual. Es esa otra manera de estar en guardia, más acorde con las necesidades actuales. El cómo combinar esas dos esferas (la personal y la social), es algo que ni yo mismo me explico cómo me sigue costando tanto, a estas alturas. ¿Un defecto de fabricación, tal vez?
Había una cena, pero mañana surgirá otra cosa y hoy ya era Patum. Siempre hay algo que me sirve de excusa para dilapidar meses de trabajo en un solo instante, en una sola frase. Mi boca arde por escupir toda la rabia contenida como si fuese un jodido reactor nuclear apunto de estallar y, a partir de ahí, intentar que no salpique con daños colaterales. La gente lo entiende como una digna consecuencia del estrés acumulado y sonríen con un cuchillo entre los dientes, en vez de seguir utilizando una obviedad tras otra como piedra angular de la miserable cháchara que comparten con animosidad. No soy mejor que nadie, pero tampoco desenvainaría gratuitamente mi espada láser. 
Siempre hay una razón de peso de por medio.
De vuelta en el refugio, que es en lo que pienso desde el primer segundo en que empiezo a sentirme mal, reviso las huellas de una vida animal y me dejo caer entre las suaves sábanas de lino blanco de mi cama. Es temprano, huele a café recién hecho y los albatros canturrean al unísono. Estoy contento, el peligro ha pasado, vuelvo a estar preparado para el contacto (justo antes del anuncio definitivo).

miércoles, 8 de junio de 2011

CHLOE


Una interminable lista de agravios y entradas pendientes me caía hasta los pies tras ser desplegada a modo de acusación. Esto me producía un profundo desasosiego difícilmente tolerable, pero el escriba apenas se inmutaba. Mientras me iba haciendo una montaña del asunto y calculaba las horas que tendría que dedicarle (descubriendo no pisar suelo firme y que el papiro era inagotable), la extraña postura que manejaba el fulano –irradiando bondad por doquier- minaba mi paciencia y las ganas de responder ante un jurado hostil, cosa que, por otro lado, no podía posponer.
Sonaba un piano de fondo, lo hacía con piedad. Me desplacé flotando hacia el origen exacto de la celestial melodía, pero sólo alcancé a ver unos larguísimos y huesudos dedos itinerantes. Estaba agotado, no quería seguir malgastando mi tiempo, yo sólo intentaba satisfacer la demanda a toda prisa. La lluvia parecía no tener fin. Percibí una presencia a mi lado que no acababa de mostrarse. Sentía que el pánico se apoderaba de mi, no podía controlar la situación. El fulano era decididamente esquivo, resultaba inútil tratar de averiguar qué demonios pretendía.
Al otro lado de la calle, la bella Chloe se desplazaba con unos pasitos cortos muy graciosos. Se contoneaba con una gracilidad hermosa de ver y todos, menos el escriba, la miraban. Éste asistía impertérrito al espectáculo; su rostro, tan altivo como difícil de encajar, dejaba al descubierto una extraña sombra a la altura de la barbilla. Chloe, tan lozana como de costumbre, se empeñaba en intentar demostrarme todo su cariño al tiempo que solicitaba mi absoluta atención, pero yo no estaba por la labor. Con todo lo que me estaba cayendo encima, era irritantemente impertinente.
El pianista no llegaba a sacarme de mis casillas, ni tan siquiera la dulce Chloe. Era el maldito escriba que, con su mirada penetrante y amenazadora en momentos de máxima tensión, se negaba a proporcionarme las respuestas que necesitaba para salir de aquel puto laberinto. Desde la necrópolis, en espera de una taquilla que estaba mendigando en exceso, no podía hacer otra cosa que esperar. Esperar mi jodido turno y que los trabajos no se prolongaran en exceso, cosa que, por otro lado,
no debería posponer mucho más tiempo.