lunes, 11 de abril de 2016

25 DÍAS DESPUÉS

Veinticinco días después, vuelvo al tajo. Y lo hago con amargura, pero no con la amargura del tipo que os imagináis: sé que voy a descansar más que ahora.
Mi compañera de viaje, a la que debo lealtad y por la que siento auténtica devoción, se está tirando de los pelos en alguna esquina de la casa. Y es porque sabe que esto empieza de verdad.
Hoy fuimos de boda por si acaso, y es gracioso porque me viene el tiburón robot mordedor, con toda su terminología no sé de dónde sacada, y me pregunta la juez si siento algún tipo de coacción; a la hora de tomar la decisión tan importante, se entiende, pero yo no pude no soltar una carcajada aturdida mientras miraba de reojo esos viejos archivos y trataba de no pensar en primeras ediciones de William Shakespeare.
Siento un amor profundo. Los residentes, pobres ellos, pocos incentivos tienen para tirar p'alante con cada día nuevo que se les plante. Son como ese tiburón, que solo se mueve por los desplantes de mi hijo, resortes como los muelles de las colchonetas de las ferias. No tienen un objetivo, solo tienen que ESTAR. Ser y estar, como la jodida gran miseria del ser humano y su puta conciencia...
Veinticinco días después, y ya estoy harto aunque en principio todo esté donde tiene que estar. Lo de SER ya no está en mis manos -que no son las de Curry-, y si la primavera empieza a afectar a la peña pues allá ellos.

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