jueves, 21 de diciembre de 2023

TODAS LAS COSAS BUENAS DEL MUNDO

CLAUSURA: ANNO DOMINI XVIII
En poco más de 6 meses empezaré mi decimonoveno año con esta bitácora abierta.

19 años escribiendo en línea para mí y para todo aquel que le apetezca detenerse unos instantes en mis idas y venidas.

La historia de prácticamente la mitad de mi vida puede explicarse a través de este blog; algunos amores, mis pensamientos más profundos; la incerteza ante un futuro que siempre se ha mostrado esquivo, las historias de familia (ya sabes aquello de la sangre no se elige). Los viajes, mi obsesión italiana, la gente buena y mala con la que me he ido topando. CASI TODO.

Incluso la enfermedad, la muerte y un excesivo afán por permanecer y por mantener bajo la superficie mis vergüenzas más delicadas. Ah, eso y la estúpida lucha contra el tiempo, que nunca fue en un sentido estrictamente estético hasta que, pasados los cuarenta, empecé a darme cuenta de que lo de envejecer iba en serio.

Volviendo al inicio, en 2005 tenía 25 años y solo había espacio para una cosa; recuerdo que borré muchas entradas a posteriori por el miedo a quedar demasiado expuesto, cómo lo lamento ahora. De ahí ese horrible hueco, con solo 4 publicaciones. Escribí muchas más sobre ella.

En realidad he escrito toda la vida, al menos desde que tengo uso de razón. Tengo innumerables libretas, agendas y cuadernillos de todo tipo esparcidos por mi casa, y ni te cuento las que se debieron perder entre tanto traslado (a bote pronto, diría que he vivido en 9 o 10 lugares diferentes en mi vida). De esa bonita época de conocimiento y expansión guardo unos retales imprescindibles, pero, como ya he dicho antes, la cosa venía de lejos.

Nunca he sido de quedarme mucho tiempo en algo, nunca he sido muy constante: me interesan tantas cosas que soy incapaz de profundizar en nada. Incluso creí que tenía ciertas dotes en eso que llaman hoy en día procrastinar.

Comunque, de todas formas, fue esta una etapa de plenitud, entendiendo plenitud como tranquilidad de espíritu. Y ahí sí que conocer a mi esposa es un punto de inflexión, un choque de realidad que me hizo enterrar a los pajaritos y pensar como un adulto (que, huelga decir, es distinto a ser un adulto).

Desde 2017, según se aprecia en los datos de la foto de arriba a la derecha, empecé a perder interés en seguir exponiendo cosas de mi vida en línea. Ya no me apetecía ni seleccionar, ni rizar el rizo, nada. Tuve mi enésima crisis vital, sobre todo en el plano laboral, que ha sido siempre mi talón de Aquiles; nunca quise hacer demasiado para ganar dinero. Solo quería vivir tranquilo, pero eso iba evidentemente en contra de los postulados del mundo de hoy.

Lamentablemente, me he dado cuenta con los años que para conseguir #esoquehellamadovidatranquilaperoqueesenrealidadalgomuchomásprofundoeinsondablehay que pagar. Y eso hay que ganárselo, pero como nunca tuve un guía que me explicara cómo, he dado más tumbos de lo normal. Son tantos los peajes que algunos ni siquiera tienen nombre (o no he sabido ponerles nombre).

La gente lo llamaría crisis de los 40. 
Es un poco lo que intento hacer con la chavalería; por supuesto, no es la misma época ni las mismas circunstancias; quindi, entonces y como tendencia y quizás relacionado con esto último, he desarrollado una necesidad imperante de acercarme a la gente estrictamente positiva. Y los chicos pueden ser muy duros, pero no hay regrets ni resentimientos al día siguiente.

Ya no me apetece lo de antaño. Mi vejez, como ya he dicho alguna vez, va indisolublemente ligada a una sanísima capacidad de elección. Y todas las cosas buenas del mundo que sé que me están esperando, aunque desde la esquina de la esquina, dependen y se leen siguiendo esta clave, cosa que va unida a una manera de hacer que he ido moldeando con el tiempo. Es mi vejez, carajo. Yo elijo.

Porque si soy incapaz de estar bien, desde sentirme alegre y vivaracho, alguien saldrá trasquilado. Y no quiero ser yo, que solo pretendo y persigo las cosas buenas que existen y que me están esperando ahí afuera, como los cofres y las armas de Fornite. 
Como el simple hecho de poder escribir lo que me dé la gana y desde hace ya casi diecinueve putos años en los que sigo aquí, joder.

En la jodida Montpellier agotadísimo por un trimestre demoledor.


viernes, 24 de noviembre de 2023

UN ESTOICO Y SU CEGUERA

 Me paso las horas dejándome la voz con toda la mierda estoica que he hecho mía este año y resulta que es terriblemente agotador.

Podría escribir aquí un montón de frases que se han ido convirtiendo en mi filosofía de vida estos últimos meses, incluso preguntas que han intentado ponerme los pies en el suelo día tras día, pero no. Y reconozco que ha sido un buen anclaje, un momento de pausa y distracción necesario para esta vorágine agotadora del "no llego" (eso sí, sin soltar aquello de "no me da la vida", qué rabia).


Mi problema es que no estoy preparado y me faltan herramientas. Sí, joder, me repito más que el ajo. Por eso voy dando tumbos desde que abrí este maldito libro, el único fuera de lo que implica las aulas; todo lo hago en esa clave, pero en una soledad casi apabullante. Incluso si da igual lo que diga o como me sienta: mañana nadie se acordará.

Quizá eso sea algo bueno, no lo sé. Y como no lo sé porque nadie me cuenta una mierda más que sandeces de despacho, pienso, pues al menos que quede la persona. El colmo de este teatrillo de lo absurdo llegó con la oración siguiente, siempre en el mismo libro sobre los estoicos:

"Señor, concédeme la serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, el valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y la sabiduría para entender la diferencia".

¿De qué coño sirve ser un estoico si luego no tienes lo que hay que tener? A quién coño le importa. A quién coño le importa, si la cotidianidad nos devora, amansa y destruye inmisericordemente. La ceguera de aquel que no quiere entrar en diálogo porque su zona de confort quedaría en entredicho; la de aquel que sonríe apretando los dientes y rehúye la mirada; y qué hay de aquel que, aunque mire, traga saliva cada vez que intenta articular palabra en un careo; y ay de aquel que nos da tabaco y vino agrio... ¡que no se entretenga!

En efecto. Todo está en Héroes del Silencio y en Tony Soprano. Absolutamente todo.

Sobre todo la ceguera del estoico y este agotamiento que clama a gritos una mongeta màgica.

Y suelto una pregunta de estas al infinito:

¿Con qué frecuencia sufrimos por cosas que todavía no han ocurrido?

Como diría Séneca, "mientras escribes, no pienses en el futuro. Céntrate en el aquí y el ahora".

Así le fue al hijoputa.



martes, 31 de octubre de 2023

LIMITAR EL ALCANCE

A veces, pero solo cuando trato de limitar el alcance para no caer de rodillas, vuelve aquello de "siempre es menos de lo que parece".

Con todo, no es suficiente para vivir desahogado porque no llego, no soy capaz de tener el control; el estado de constante sensación de poco desahogo suele imponerse y ya me han dicho que me acostumbre a ello, pues es algo que, por lo visto, no va a cambiar. Al menos no en los próximos años.

Es un vete haciéndote a la idea, fra, molesto para la joya, feo, porque cuesta hacerse a la idea de que tiene que ser así, de que hay que vivir así.


Así que, simplemente, trataré de limitar el alcance. Para no morir en la orilla. Para que no me maten y no me quede en el intento las pocas veces que consiga que no me pillen.

sábado, 30 de septiembre de 2023

ESA SENSACIÓN

Llevo días con esa sensación en la boca del estómago. Como si, después de unos días en barbecho, en el banquillo, todo estuviera detenido. Como congelado.

Una gran y dolorosa tormenta soltando agua a borbotones como hilos de hierro. Y truenos. Que la naturaleza se exprese y explaye con absoluta libertad. Qué bien nos vendría. A mí el primero.

Es una calma extraña esta, impropia del veranillo de san Miguel. Quizá sea eso, el tiempo atmosférico, ingobernable y brutal, que alarga esta especie de agonía que me quiere devorar. En eso soy como un pájaro antes de una catástrofe: mi cuerpo anda al acecho. Sabe que algo se está cociendo. ¿Nervios? O quizá solo sea que me he topado de bruces con la realidad.

Vuelven los viejos sueños de antes a mis nuevas noches de ahora. Hay una extraña mezcolanza de elementos en mi cerebelo que denota una actividad frenética en el pobre desgraciado; para que vuelva a surgir la molesta pregunta de siempre: ¿qué he hecho con él todos estos años?, necesitaría acabar el año en mi ciudad de nacimiento, descubrir que puedo viajar a lomos del animal más indómito del puto planeta.

Esa sensación, que ya no me obliga a estar las noches en vela ni a estar constantemente en guardia, coincide con una desolación propia de los edificios derruidos por la guerra; el mestiere, el trabajo, adquiere una nueva dimensión en el espacio urbano. Es latente, palpable, como una escalada que parece no tener fin y lo convierte en ficción en las fiestas de alto copete.

Unos y otros aprovechan la ocasión para arrimar el ascua a su sardina y se guían por intereses y oscuras intenciones que nada tiene que ver con lo que realmente importa. Pero allá ellos. Otros caminan con aires de grandeza jugando a aquello tan peligroso de nosotros y ellos

Es una sensación de abandono que tiene demasiado que ver con la vida adulta, por lo que no me queda más remedio que jugar. ¿Me ayudan a ayudar?

Incluso si esa extraña sensación me provoca malestar y deja el descubierto mis limitaciones y finalmente descubren que soy un fraude y que más bien sirvo para poco, o alguien se piensa que le quiero pisar el terreno, su espacio vital o las ganas que le queden de vivir.

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¿Cuándo cojones va a cambiar la estación?


martes, 15 de agosto de 2023

LOS GIRASOLES ATLÁNTICOS (VERANO III)

Cuando la pequeña vikinga quiso venir a que la sostuviera, en un mar bravo rodeado de algas y surferos voladores, la típica escena inocente de telefilm de las cuatro de la tarde se tornó en una peli de terror en plan Deep Impact

Yo la sostenía, ella sonreía, yo la hacía volar, ella soltaba carcajadas cortas y muy sonoras, en fin. Lo que suele hacerse para divertirse y establecer lazos con un crío en la playa.

Y eso que estábamos muy cerca de la orilla. Pero le di la espalda a la mar y perdí la noción de la mar misma, no sé si me explico. La cuestión es que me sobresalté al percibir el peligro como los pájaros que huyen antes de un desastre natural: era una gran ola marrón que avanzaba hacia nosotros y amenazaba con engullirnos. Hacia la niña de cinco años y hacia mí, sí.

Todavía no sé cómo ni cuándo ni por qué se creó de la nada, semejante bestia salúrea; es cierto que, como he dicho, la mar estaba movida. Que el Atlántico es un océano raro de cojones (tan acostumbrado al Mediterráneo, al Tirreno o al Adriático...), también; que el tema de las mareas, con la pleamar, la bajamar, etc., es un puto lío: sin duda. Cómo odio no acordarme del libro de Antonio Tocornal en que lo explicaba, aquí que no tengo cobertura. 

Total, que instintivamente cubrí a L. como si fuera un gran fardo preciado (solo pensaba en protegerla), pero enseguida entendí que no habría más remedio que hundirse. El tema era salvarla, y que el impacto hacia su personita fuera el mínimo posible.

Todo eso me pasó por la cabeza en milésimas de segundo. Eso y que, además de pagar la comida, venir desde su urbanización privada desde Marbella a casi una hora y media en coche, hacerles ir a la playa para que la vieran, no iba a dejar que la niña QUE NO CONOCÍA AÚN (tanto era el tiempo sin vernos, pues) se me fuera a ahogar ahora después de los últimos seis meses y como un gran drama vital de proporciones épicas... NO WAY. De ninguna manera. ¡Océanos a mí!

sábado, 5 de agosto de 2023

EL TERCIO DEL ACCITANO (VERANO II)

El antiguo rumor que hizo correr don Geraldo desde Yegen, en la profunda Alpujarra granadina, nos hizo querer descubrir por nosotros mismos qué de cierto había en aquello mientras paseábamos por sus empinadas calles.

Y decía: "... por aquí los senderos son más escarpados y están flanqueados por olivos de gran envergadura. Se vuelven abruptos rápidamente. Al dejar las acequias (...), bordeadas por lirios púrpuras y azules vincapervincas, se penetra en una región donde los violentos peñascos rojos se precipitan sobre las hondonadas (...)"

No es difícil entender por qué la resistencia morisca contra la monarquía, a mediados del XVI, se hizo fuerte aquí arriba. 

Al volver por Válor, el pueblo del efímero caudillo Abén Humeya, nos paramos en el Mesón de Ceci a degustar unas viandas típicas antes de volver curva arriba, curva abajo, a nuestro reducto del Marquesado del Zenete, con el hipnótico castillo de la Calahorra pendiente de todo, majestuoso equilibrio en un desequilibrio añejo, harto fotografiado y visitado por una obsesión que me tiene loco desde hace años.


Rodeado de almendros, las casas blancas de planta baja y las fuentes que lo circundan le reconcilian con su pasado arabesco y hacen que el reloj no quiera avanzar demasiado deprisa. Es Aldeire, son las raíces.

Paso las horas hojeando un libro de Lorca muy chulo, una edición ilustrada de Lumen que compró mi suegra, y haciendo algún que otro garabato en mi libreta. No hay mucho más que hacer, en el pueblo. Al menos no hasta las ocho de la tarde; el silencio solo viene roto por los aullidos de algún matulo (zorro) despistado y las ráfagas irregulares de viento que agitan con su cálido tacto las hojas de las frondosas parras y sus frutos tan verdes como toda la falda de esta bendita sierra.

Al norte, en lo alto de una colina pelada y repleta de pizarra, sobresale un Cristo redentor rehecho con los cuatro duros de la Junta de Andalucía, insuficiente a juzgar por su aire eccehomesco en algunos detalles. Justo al lado, y tras veinte minutos de subida luchando por mantener el oxígeno dentro del pecho (a 1.297 metros de altura), todavía se yergue La Caba, o los restos de lo que otrora fue una fortaleza, con sus aljibes bien visibles y sus trabajos de introspección y excavación a medias.

Y luego están los castaños de la Rosandrá, el paseo que bordea el río Benéjar, anchos como torres y que no invitan a querer abrazarlos: su contemplación ya es de por sí gran empresa. 

Es entre los chorizos y morcillas de Los blanquitos, los roscos y los churros de Guadix que transcurren los días, pues, con los niños felices y Laura como en casa, con su bata alpujarreña paquí y pallá, contenta de estar con los suyos. 

Para cuando me aprendí lo de las tapas, partíamos hacia la provincia de Cádiz por la A92, una autovía que nada tiene que envidiar a las de doble carril sicilianas con sus baches, subidas y bajadas y conducciones abigarradas; sobre las tapas, quizá haga falta una aclaración. La gente de aquí pregunta "qué tenéis", y ya se entiende que se refieren a ello. Pides un tercio (una mediana en Catalunya), después otro, una tercera ronda... y ya has cenado, prácticamente "a la carta" (evidentemente, dependes de lo que cocinen ese día en concreto). Suben un pelín el precio de las bebidas y ya está, ni lo notas, pero si tú no dices nada ellos hacen la suya, no sé si me entiendes. 

Tienes que ser uno más, vivir entre ellos. Ser "ellos".

Como Gerald Brenan en "Al sur de Granada" (1957). Como un aldeireño, un calahorreño o un accitano más.

Chus os quiere

martes, 11 de julio de 2023

ORLANDO FURIOSO (VERANO I)


A once de julio, desde los últimos trece años, estaba todo más que hecho.

Se abría el telón y aparecían dos trufas peleándose, no sé si puedes hacerte una idea visual sobre el tema. 
Y luego el furioso de turno que trataba de volcar toda su ira acumulada hacia la debilidad disponible a esas alturas de verano, caduco sin remedio, siempre dispuesto a dejar su güella de una manera tan indeleble como agotadora.
Quizá nos quedaban un par de chapus en Vilanova, o puede que alguna escapada a la Costa Brava. Pero no mucho más, te lo garantizo. El verano solía estar más que muerto a estas alturas.

miércoles, 31 de mayo de 2023

EL DESENCAJE LEVANTINO


 Dicen que, una vez muerta Isabel, al viejo aragonés no se le levantaba.

Yo no estaba en los niveles de Fernando, pero es cierto que hacía mucho que no me afeitaba ya.

Si es que eso significa algo más allá del desencaje y de que, poco después de las tres de la mañana, tuve que retirarme discretamente a mis aposentos paseando entre la soledad de la noche levantina 

y los desechos de una noche demasiado joven para mí.




viernes, 14 de abril de 2023

CONTRA LAMPEDUSA Y LOS AMBAGES DE UNA VIDA DE TABLERO FÁCIL


¿He hablado ya aquí, en este viejo diario, sobre lo difícil que es intentar llevar una vita facile?

Define "vita facile", me diríais. Creo, y es muy duro darse cuenta de eso, joder, que todo depende del otro.

Y es que, cuando toca relacionarse, cuesta tanto hacerlo sin el peso que arrastramos, sin el bagaje que acumulamos, que somos incapaces de hacerlo con naturalidad. Es como si fuera imposible no hacerlo sin nuestras pretensiones, sin nuestra idea de vida o lo que esperamos de ella.

En una partida de ajedrez existe el enroque, que es un movimiento defensivo. Una diría: he llegado a una edad en que todo me resbala. No es cierto: siempre tratamos de relacionarnos en base a lo que somos. Hay muy poca gente que es capaz de estar y vivir por encima de esta ley no escrita, fuera del tablero; esa gente es la que flota por encima de nuestras cabezas (deslizándose por la existencia), más allá del bien y del mal. Libre de prejuicios y expectativas, como los abuelos que caminan con las manos detrás de la espalda o los locos que juegan sin estrategia alguna.

Y yo quiero estar cerca de esa gente, respirar el aire que respiran. Salirme del tablero de juego. ¿Es importante pensar que los asuntos de verdad, los que cuentan, no son los que nos ponen en bandeja de plata? ¿Los que arrastra la corriente? También importan, oiríamos. Todo importa. Pero es difícil hablar libremente, sin ambages. Nadie pone un pie si ve que al poner el otro después hay un puto precipio delante.

La seguridad en los tiempos del "no tengas miedo al cambio", en los tiempos de este desarrollo exacerbado y molesto de la psicología más intervencionista, provoca un cruce de cables antológico en nuestras cabezas: cambia, pero no cambies. Te doy las herramientas, pero no están a tu alcance (un Lampedusa de toda la vida, vamos): hoy en día, "la seguridad" no deja de ser un término militar de trinchera anclado en un papel digno de Oscar.

No sé qué es la vida "fácil". Los seres humanos tendemos a complicárnosla. Hoy trabajo a 38 minutos en coche de casa y domani chi lo sa, quién cojones sabe qué.

Cuando la sencillez no sea posible en este mundo de paso, pues, la indiferencia deberá tomar las riendas y seguir sin mirar atrás; por suerte, mi cabeza y yo vamos de la mano esta vez. Como los abuelos que caminan con las manos detrás de la espalda o esos benditos y necesarios locos que juegan a otro deporte.

Tramontos al trote cochinero again

domingo, 19 de marzo de 2023

CUIDADOS DESCUIDADOS EN PLENA FLOR EXPLOSIVA DE AMBICIONES Y PASIONES DELIRANTES

Una abuela que baja al pueblo a hacer la compra da un mal paso y se pega de bruces contra el suelo. El chichón es considerable, pero más allá de la evidente humillación y la contusión en sí, hay un hecho objetivo e irreparable: no se puede levantar. 

Pasan los minutos y también los coches, sin duda vecinos ellos, hasta cuatro. Y la acera continúa fría, yerma e impasible como la luna. Parece imposible no verla, y la casualidad es tan mala que el quinto coche que pasa es el de su nieta, que frena spaventata y corre a auxiliarla. Àvia, què ha passat? Quanta estona portes així?, le pregunta con agitación.

Resulta que una niña de Sexto que cumplirá doce años este 2023 es un encanto: siempre está pendiente de mis hijos y Luca, que acaba de llegar a la decena, curiosea aquí y allá sin saber muy bien cómo operar (lo que resulta divertido a la par que interesante). Nos saluda cándidamente cuando nos cruzamos y, estos días en los que había feria por san José y yo sufría por tener que rascarme los bolsillos con las malditas atracciones, había un extraño aparatejo con forma de bañera o redonda loca, no sabría cómo llamarla, que era la absoluta estrella del lugar. 

Pues allí estaban las niñas, ésta incluida, esperando para subirse, haciendo sus tiktoks, pegándose sus bailoteos con su móvil mientras de fondo sonaba la típica música de feria chirriante. Y Luca y yo, que en ese momento estábamos sentados juntos en las gradas del parque con M., amigo de su clase que tiene más calle que un ceda el paso, las observábamos divertidos. De repente, la niña nos mira y, con otra de su grupo, señala a Luca y grita: en aquesta cançó surt el teu nom! 

En el devenir de miradas, pantallas, localizaciones exactas y padres ociosos que todavía me preguntan de dónde coño he salido yo, M. mira ojiplático a Luca, con quien se escurre entre confidencias que me alejan y desconciertan por igual. Me vuelvo loco buscando la puta canción. Mi segunda reacción es ponerme las manos en la puta cabeza.

Luego pienso, tras calmarme, que independientemente de las pequeñas miles de bombas incendiarias emocionales semanales que se desactivan en los trabajos como el mío e incluso en las almas menos atribuladas, hay entre el gentío un sentimiento generalizado de que “la sociedad se está yendo a la mierda”. Sobre todo después del Covid.

El tipo que me contaba lo de la abuela es el propietario del colmado del pueblo con más solera, y lo hacía con una vehemencia impropia de su posición desahogada: estaba indignado (cuando normalmente todo aparentemente le resbala). Fue el viernes mientras hacía recados con los niños, paseando por la avenida principal, entrando en este negocio y aquel, con los almendros en flor ya. Fue después del tema del parque, de las niñas y M., el amigo de Luca, que también tiene móvil y lo lleva mimetizado con su patinete de manera tan despreocupada como confiada (tan seguro de sí mismo está el majete), y después de que dos coches tuneados aceleraran a toda hostia causando estruendos y miradas de hastío entre els vilatans; con los detenidos de hace una semana volviendo a ocupar sus esquinas de siempre como si nada, como si estuviéramos en el barrio napolitano de Scampia o en las calles de Baltimore o no importase ser Ja Morant estos días en los que la estrella de la NBA, como según comentó, va a empeñar todo su ánimo y esfuerzo en mostrarle a todo el mundo la clase de persona que es en realidad.

Miedo me da. Y es que ni siquiera estamos en Barcelona o en mi Manresa natal, tan denostada los últimos tiempos, tan degenerada: estamos en Gironella, somos de Gironella, un pueblo del Berguedà de poco más de cinco mil habitantes del interior catalán. Un lugar que creíamos a salvo de la deriva y que me ha atrapado entre polos como a un quinceañero.

De las muchas preguntas que surgirían de estas líneas, sólo suelto un par a los cuatro vientos, por si hay alguien ahí afuera: 

¿Qué cojones está pasando? ¿O es que, simplemente, no está pasando nada?

martes, 28 de febrero de 2023

LA SÚBITA DECAÍDA Y EL INNATO E INDOLENTE BOTE SALVAVIDAS

 

Como no alcanzo el bote salvavidas, como lo olvidé, como no pensé en traérmelo y justo solo después de un mes, qué cojones, dos ya, y como siempre voy lento en esto que llamamos vida, devenir, existencia, día a día or whatever, he caído en el maldito influjo emocional de creer algo que podría ser y no es. Y eso es porque nadie está dispuesto a ceder ni un puto centímetro y porque el hype es muy difícil de gestionar incluso si el puto salvavidas lo llevas incorporado de serie y ni siquiera te habías dado cuenta.

No todo lo que reluce se relame. Seguiré mi camino y si encuentro el momento para hablar con un maestro zen, todo el mundo se comportará como toca y no habrá que maldecir heridas ni herramientas que no encajen en una parte de la sociedad que no pretendo salvar (como la gota de agua de una chica que casi me hizo llorar de emoción).

Estos días posteriores a San Remo escucho a Le Endrigo en bucle (y añado a favoritos las que me van diciendo las mías) mientras trato de encajar todas las piezas del puzzle, que son muchas y todo el que me conoce ya sabe cómo odio los putos puzzles... Y todo por no preguntar, por no querer parecer idiota o, simplemente, por no querer ceder ni un centímetro de lo que soy y hacia donde estoy yendo aunque haya cosas más grandes que yo mismo (como dice esta canción).



martes, 31 de enero de 2023

BREVÍSIMA VISIÓN JERARQUICOCATÁRTICA SOBRE LA IGNOMINIA DESENTERRADA


APERTURA, ANNO DOMINI XIX 


... es el 31, no el 30.

Aparte de eso, algo recurrente y que antes no me molestaba y ahora cada vez más, c'è sole comunque, de todas formas hay sol.

Yo no iría por ahí preguntándolo. Sorry, ¿es el 30 o el 31? Es que nunca me acuerdo... ¿No es mejor no decir nada? Dejarlo pasar como tantas cosas que transcurren ante nuestros ojos sin intervenir ni decir ni pío porque preferimos no involucrarnos... Sí, eso sí mola. La indiferencia total y absoluta. Que se jodan todos. Si fueras mi smígol seguro que no dudarías.

No obstante, no me tengo por un infame (en el sentido más mediterráneo del término): he decidido no ser indiferente. Cada año que pasa pulo aspectos de mi carácter en busca de una mejoría que me permita estar y sentirme en consonancia con el cosmos, y es que no quiero ser de los que pasen de puntillas por la existencia (algo que creo querer demostrar de sobras en estos posts, tantos años después). Y he descubierto una nueva manera de intervenir y sentirme útil al respecto: guiando a la chavalería (o inténtandolo, más bien).

En alguna parte de mi ser había una extraña reticencia enterrada bajo un peso atávico que me impedía tomar ese paso natural en mi educación, en mi existencia. Pero eso se acabó con el nuevo año y con la oportunidad que esta vez sí se me presentó. No dudé. Había llegado la hora.

Siempre he llegado tarde a los sitios, pero cada vez más estoy seguro de que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Menuda montaña de mierda para un neoestoico como yo, lo sé. De lo que puedo controlar, empiezo a saber cuándo descartar lo que puedo permitir que ocupe un espacio precioso en cuanto a tiempo y en cuanto a recursos y a elegir mejor lo que no.

Aparte de eso y de algunas estupideces que me siguen molestando y que no hay más cojones que tolerar como las conversaciones de ascensor y un Google Worspace desorbitadamente diabólico, no tengo jefe físico al que rendir cuentas por primera vez en mi vida y me siento jodidamente ultramotivado.

C'è sole, sí señor. Un sol que empieza a coger fuerza.