miércoles, 25 de abril de 2012

GUARDIOLA DEL BARÇA Y DE ESPAÑA

Esta noche ha caído eliminado de la Champions League el Barça de Guardiola, y yo me pongo a escribir este post sobre fútbol por fin.
Los blaugrana han perdido los dos principales títulos en apenas cuatro días, mientras que su eterno rival capitalino tiene uno a tocar y muchas posibilidades de llegar a la final del otro. Quizá esa es la comparación que hace más daño, no lo voy a negar. Soy seguidor del F. C. Barcelona, pero por encima de todo amo el fútbol como deporte en sí; de pequeño, me forraba la carpeta del cole con fotos de las estrellas del momento, y la que recuerdo con más cariño es la del Mundial 94, con Romario, Roberto Baggio y compañía. Mucho ha cambiado desde entonces: el fútbol es un deporte más físico, y la Ley Bosman abrió las puertas a la libre circulación de jugadores por Europa.
Tácticamente, poco que reseñar. Está todo inventado, como en las ideas y los libros. El Milan de Sacchi cerró el círculo; existen los que defienden y luego los que atacan, con sus variaciones correspondientes. Mourinho defiende. Variación: Cristiano Ronaldo. Guardiola ataca. Sin variaciones pero sí con una dependencia leomessiana evidente (Barcelona y Madrid como ejes indiscutibles del mundo balompédico). A nivel de selecciones, ámbito que verdaderamente me apasiona, igual patrón. Italia, defiende. Variación: el 10 de turno (Baggio, Del Piero, Totti). Brasil, ataca. Variación: la samba y la fiesta. Alemania, ataca y defiende. Variación: altura y fuerza física. España, ataca. Variación: centrocampismo y no tener a Messi. Esperemos que eso no nos pase factura este verano…
Guardiola ha ganado mucho en los cuatro años que lleva como entrenador del primer equipo, tanto que, si quisiera, podría vivir de rentas el resto de su vida (igual que el actual seleccionador catalán). Con el tiempo, será considerado una leyenda y puede que llegue a presidente si se lo propone. En cuanto a selecciones, la actual España le debe mucho, puesto que no sólo por Aragonés se hizo la luz en el cambio de estilo que nos hizo campeones de Europa y del Mundo hace ya cuatro años (casualmente, los mismos que lleva Pep dirigiendo al primer equipo). Lo que sí es indudable es el apoyo a la cantera y a la formación de jóvenes talentos y a una innegociable forma de jugar, factores que nos definen y caracterizan hacia el resto del mundo. Una hornada de jugadores única ha hecho el resto; con esa apuesta marcada llegaron los títulos, tanto a nivel de clubes como de selección (sigo hablando de mis dos equipos), pese a que el juego bonito o tiqui-taca, como se le llama aquí, parecía tradicionalmente reñido con los resultados.
Sobre el Barça no hay mucho que decir. La falta de alternativas en ataque ha sido el detonante del fracaso -en minúsculas- de este año. El equipo ha demostrado pocos recursos para derribar el muro de las pobladas defensas rivales, y la excesiva dependencia de Messi ha acabado siendo de lo más desalentadora. Dicho esto, destacar que lo conseguido es mucho más importante y, a la postre, lo que te acaba haciendo pasar a la historia. El modelo, afianzado tanto en el Barça como en la Roja, causa envidia allende los mares, consiguiendo dominar el panorama del fútbol mundial con cierta autoridad. La estabilidad siempre da sus frutos.
Los deberes: el Barça, para empezar, tiene que hacer autocrítica. Lo demás queda dicho y se repetirá hasta la saciedad en días venideros. Sobre España: Del Bosque, seleccionador campeonísimo, probó hace unos meses sin 9, pero acabó desechando la idea. Más que nada porque no tenemos a Messi y, también, porque sin una referencia arriba es muy difícil romper las defensas contrarias. Puntualmente, sus deberes serán definir ese 9 y si jugamos mucho o poco por las bandas.
La derrota es necesaria para volver a ganar. Crea el estímulo necesario para provocar el espíritu de superación y de competición en deportistas de élite y ayuda a valorar logros anteriores. No creo en los ciclos. Creo en el trabajo bien hecho, en el rigor y en el profesionalismo. Pero el contrario también juega, y el afán por destronar al rey mueve montañas. Y, al fin y al cabo, es sólo un juego -tomen nota-, ganar o perder no siempre depende de los méritos que uno acumule.
Todos los indicios, pues, apuntan a un fiasco de nuestra nacional en la Eurocopa de Polonia y Ucrania; si la teoría se cumple, la selección española se acomodará y será incapaz de revalidar el título. El reto para el seleccionador será evitar ese fiasco, porque como me dijo un amigo ‘tenemos equipo para ganar cuatro Mundiales seguidos como mínimo’.
El arte del centrocampismo. Es decir, basar el juego casi en su totalidad según lo que se cueza en la parte central del campo. No en atrás ni arriba, si no en medio, por dentro. El fútbol se genera en esa parte del campo, y en este país tenemos peloteros por doquier y les rendimos pleitesía incondicional. La diferencia existe, la diferencia define. ¿Seguirá siendo así los próximos años? Curiosamente, los dos jugadores más decisivos de los últimos años son delanteros, aunque no puros: Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Dos extraterrestres que están marcando una época, como así lo atestiguan sus marcas goleadoras de este año sobre todo. Uno se asocia muy bien, como diría Guardiola, y el otro no necesita a nadie para destacar. Ambos, en la actual coyuntura futbolística, son la excepción que confirma la regla, siendo La Pulga el jugador más parecido a Maradona que ha habido jamás (otro que con el tiempo ocupará el rango de leyenda). Y mientras eso ocurra, la primacía del centrocampismo, del tiqui-taca y del juego especulativo, está en peligro.
Respecto a las derrotas, no comparto la idea de la importancia otorgada al 'cómo'. Bueno, al menos parcialmente. Puedes caer con tu estilo, pero hacer bandera de ello denota unas limitaciones que un profesional no se puede permitir. Sería justificar lo injustificable, un ‘cayó con las botas puestas’ que otorga honra pero poca astucia. Y quizá es lo mejor que tiene Mourinho, sin entrar en nada más acerca de este personaje. Como entrenador, demuestra ser un estudioso nato, un competidor de lujo que sólo piensa en ganar. Por eso discrepo del monoteísmo azulgrana y la estrechez de miras de sus aficionados más acérrimos: defender un estilo no debería estar reñido con las vías para conseguir los objetivos, ya que hay muchos modos de jugar al fútbol y todos son perfectamente válidos. Evidentemente, yo prefiero la estética, pero no desarrollaría ningún complejo de inferioridad si tuviera que traicionar mis principios en un momento dado, al menos si así conseguía evitar un contraataque mortífero. ¿Nadie se pregunta cómo ha pasado el Chelsea si sólo han tenido un porcentaje ínfimo de posesión de balón tanto en la ida como en la vuelta? Quizá ése sea nuestro principal hándicap, o puede que el lugar en el que reside toda nuestra fuerza.
Esta noche caía el Barça en la Champions, y yo ya pensaba en la Eurocopa y en sus riesgos. En resumen, en fútbol (por fin).

domingo, 22 de abril de 2012

NATURALEZA OBLICUA


Hay cientos de miles como yo. 
Si algo he aprendido es que he tenido que enterrarme como una larva para poder sobrevivir. Hacerlo conscientemente ha sido mi gran victoria, y estoy muy orgulloso de ello.
Nunca he tenido desatinos suficientes como para sentirme tan mal al despertar. En realidad, anhelaba las mismas cosas que hacen felices a los demás; una PS3, un coche rojo de poca cilindrada, estar tirado todo el día en el sofá, observar como duerme la mujer que amo, tener un perrito... nada yermo, en fin.
La culpa, en realidad, es de la sonda Kepler. Si sigue descubriendo planetas, ensanchando el universo, los de aquí no vamos a saber cómo movernos. Tenemos una visita pendiente al observatorio de Lleida para acabar de sentirnos pequeños del todo y cerrar el círculo.
Mañana es Sant Jordi. Un día especial, coronado por la simple idea de que un libro de Carl Sagan tiene que decorar las estanterías del estudio. El existencialismo... ¿es un humanismo? Yo no puedo seguir esa línea, la he obviado. No pretendo con ello acallar a mi pasajero históricamente más tenaz, que conste, pero sí vivir un poquito más feliz. Agarro con fuerza el momento y suspiro al recordar al ser que salía a respirar con demasiada poca frecuencia a flote.
Menudo domingo. ¿Qué eran los domingos, sin un pollo a l'ast? Mi madre se olvidó las patatas, pero probablemente las pagó. Cuando pienso en el 9 de abril y en la cima de la Gallina Pelada... corro el riesgo de padecer un infarto. O un ictus. La foto de más abajo atestigua el filo de lo imposible, y centra las miradas en lo cruel que puede llegar a ser la naturaleza. Decían: a lo mejor ese fósil que encuentras en medio de un camino lleva ahí millones de años, y vas tú y te lo llevas. Es algo antinatural. Alteramos el orden cósmico a cada paso, nos desarrollamos demasiado rápido para la poca responsabilidad que manifestamos. En mi caso, en la actual coyuntura, sólo puedo buscar el mejor asiento posible y esperar que no me arrastre.
Sé que hay cientos de miles como yo. Siempre lo he sabido.
Si algo he aprendido es que nada tiene importancia. Todo se puede ir a la mierda o implosionarme en las narices, me la suda. No vivo para que los demás me vean, no pretendo otro tipo de exhibicionismo que el que se solapa en esta jodida bitácora. Créeme, no es baladí, todavía no sé por qué lo hago (y con las pausas, puede que ya haga más de 6 año que publico), pero funciona. Y los que quieran o quiénes sean, que me hagan la campaña de publicidad. Total, hace la hostia que no escribo nada decente... ¡Ay, los riesgos de la felicidad, penitencia para las jornadas nubladas, alegría para la esperanza de los días soleados que están por venir!
Puede que haya muchos como yo, pero ninguno con mi vida. Y a los que la quieran, que se calcen unas buenas botas y se preparen, porque no pienso dar mi brazo a torcer. Así que medusas, pichones y otros insectos de alquiler, lárguense... ¡no me quieran ver enfadado! No me importa ceder terreno si, llegado el caso, tuviese que volver a recuperarlo. Sé que podría. Sé que podría reengancharme sin problemas, al menos no al que escape de las garras del miserable dios del tiempo, un archienemigo más terco que el sistema capitalista que nos postra sin rechistar.
No sé cuántos hubo cómo yo a bordo del Titanic, ¿pero de veras importa? ¿Y en el infinito universo? ¿Acaso soy un existencialista? 
¿Lo fui alguna vez?


sábado, 7 de abril de 2012

SIMULAR IMPAVIDEZ

Sonrojarse no es un acto voluntario ni destila ningún tipo de glamour. Es un acto que refiere vergüenza la mayor parte de las veces, provocando una desagradable sensación de desnudez. Nadie quiere quedarse al descubierto, a merced de los elementos. Si te ruborizas pierdes el último tren y gastas tu último cartucho. No obstante, sentir vergüenza de vez en cuando es algo positivo, y sacarle las vergüenzas a alguien que se lo merezca, algo muy recomendable para la autoestima. En este blog suelo hablar de ello.
Hoy en día, pero, dentro de la anestesia generalizada inyectada principalmente desde nuestras modernas pantallas LED, a duras penas se pueden llegar a cotejar las verdaderas metas; la gente, en sus flamantes e hipotecadas guaridas, tiene tendencia a resguardarse bajo el manto de la hipócrita seguridad que ofrece una sociedad sexualizada hasta el aburrimiento.
Me acuesto por las noches con la ilusión de ver un nuevo día, aunque luego me lo quiera pasar tumbado en el sofá pendiente de enchufar la PS3. Dexter ha vuelto, pero ni consiguiendo descubrir las malas artes del vecino éste se da por vencido. El derecho de estar pasando una constante reválida impide que me despierte más tarde de las 9, así lo reclama mi nueva vida. Cuando no duermo por las noches y sí por las mañanas, mi perrita me insufla la energía con la que decido no rechistar tras cinco segundos, una fea costumbre que intento erradicar (de la misma manera que se oscurecieron otras vidas que jamás existieron). Después, consigo dormir plácidamente.
Soy un hijo de mi tiempo. Pero el resto de los hijos de mi tiempo me producen náuseas. ¿Se puede vivir con un sonrojo constante? ¿Qué hace falta para cambiar la mentalidad de toda una generación? La fustigación es necesaria. Puedes adaptarte a las circunstancias, al medio, pero nada impide que te alejes de los estereotipos dictados por alguien que no te representa. O sea, que será mejor que construyas un fuerte y empieces a hervir aceite por si acaso; no es difícil que te descubran si habitualmente muestras tu inseguridad sin ningún pudor -enfrentándote a tumba abierta con los poderes ocultos que nos rodean-, la expresión de tu cara puede acabar haciendo todo el trabajo sucio sin problemas. Pero no me gusta no poder verme 30 años en adelante, llevando camisas de cuadros y coleccionando sombreros de copa (volverán, créeme)…
Traidora impavidez. Mercenaria ensimismada, vetusto vodevil que vive de las triquiñuelas de unos pocos artistas del pecado, virtuosos de la arquitectura vital más corrompida.
Las callejuelas de Granada se mofaban de nuestros pasos. Pude disfrutar de la lección sin pensar que teníamos que volver en un avión con billete cerrado, ya que normalmente no me gusta llegar a ningún sitio sabiendo que luego tengo que volver. Resulta engorroso estar pendiente de la cuenta atrás, del puto reloj, impide disfrutarlo plenamente. Es como estar de paso, o como tener la sensación de estarlo: la excusa perfecta para no comprometerse, porque mirar a los ojos de individuos que caminan sin rumbo empieza a ser insoportable. ¿Es que no va a dejar de llover nunca?
No soy tan desconfiado porque sí. Tengo mis motivos. No es una cuestión de sensibilidad, ¡rezumo sensibilidad por doquier! Son principios. Adquiridos a distancia o en consonancia con un modelo, pero principios al fin y al cabo. Yo no puedo simular impavidez en las grandes áreas. Me vine al campo a vivir para que mi ID llevara una vida tranquila, reservando los tiros y las misiones suicidas para John Marston. La magnífica herencia de una raza que perdió el norte en las ruinas de su último reducto, tanto monta, monta tanto, dejó espacio para compartir un principio de alegría incluso sin poder llegar a tolerar bien las sorpresas.
Nadie quiere quedarse al descubierto ni sentirse desamparado. ¿Para qué cambiar? Puedo sentir vergüenza por muy poco, pero me importa una mierda lo que me digan desde fuera. Dentro, la desnudez es tan agradable que me tumbo sosegadamente en mi cama por las noches, liberado de esa extraña presión que tanto me incomoda, de esa batería de despropósitos que encuentro nada más cruzar la puerta.