No había bebido ni gota de alcohol y el día había sido de lo más extenuante. Tras una copiosa cena, quinientos cigarrillos y un chupito como digestivo, se acercaba la hora de acostarse: empezaba la odisea.
En estos casos, la mente no se relaja y pide ayudas que el cuerpo no debería aceptar (aunque no haya más remedio). Literatura aparte, tampoco es por falta de querencia ni nada parecido, y ni siquiera es debido a una obligación (excepto la laboral) o por forzar una situación que ninguno quisiera. Estás a gusto, empezando a vivir, creando algo guay, entonces... ¿por qué cuesta tanto dormir con otra persona al lado?
Mi amigo Ventura dice que sólo desde la Revolución Industrial dormimos acompañados. Que el hacinamiento del trabajo desenfrenado tuvo la culpa, que lo ha leído en un estudio reciente. Demasiados pocos años pues.
Cualquier gesto, ruido imperceptible, pedo o respiración cambiante, entra directamente (sin filtrar) por la jodida cocotera. Estás más pendiente de eso que de dormirte, y no sabes por qué, pero no puedes cambiarlo. Y podría ser un problema, créeme, incluso si con la otra persona lo hablas todo, o como mínimo crees hacerlo.
Reconozco que tradicionalmente me ha costado dormir en casa ajena. No al nivel de cagar en un cagadero que no fuera el mío, pero casi. Tampoco soy la voz más autorizada en estos temas, ya que a ese nivel, la experiencia no ha sido mi fuerte ni mi verdadera lid.
Es difícil traspasar la frontera de la confianza desde el subsuelo. Desde lo más bajo de nuestra condición humana. Y aceptar esas pequeñas mierdas que te dan puntos para subir de categoría y acercarte a la escala más alta. No hablo de sexo ni de amor, no dudes de que estos dos elementos comen aparte, aunque puede que sobre el amor no esté tan seguro. Es, simplemente, que no estoy acostumbrado.
¿Volvemos al Tiempo y a la necesidad de costumbre, pues? No hace mucho, alguien también me dijo yo nunca encontré mi lugar en esa cama, textualmente. No me gusta la idea, a mi no me va a pasar. En una cosa de dos como esta, vuelven las teorías del Right in Two que antaño tanto discutimos: ¿la vida está hecha para vivirla con otra persona? ¿Qué pasa con la individualidad, pero no la mal entendida o vilipendiada por el término soledad? Suena limitado, pero sólo creo en lo que ven mis estrábicos ojos y en los espacios que voy dejando a un lado y otro de la cama.
Estos días, esas ayudas de las que hablaba un poco más arriba, han sido vías de escape bastante patéticas, pero necesarias. Al menos uno de los dos tenía que relajarse. Pero no voy a volver a recurrir a ellas siempre. Paso.
¿Podría ser un problema? Podría, ciertamente, pero el podría este podrío, es condicional, lo que significa que puede condicionar, pero no ser tan decisivo como Diego Milito anoche. Creo que la culpa de todo la tienen la Revolución Industrial de los cojones y el puto Henry Ford, como decía mi colega. Pero en este fantástico principio, empiezo a tirarme pedos y a pensar que todo es pasajero, como este amanecer desde mis gafas de sol nuevas en la tumbona de su terraza, tan tempranero como bonito y deseable es seguir a la expectativa y disfrutar con ello.
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