Me hallaba yo haciendo footing por la campiña bergadana -en el interior de Catalunya-, esquivando vacas y otros animales inespecíficos que andaban al acecho entre los arbustos y otros tipos de follaje, pensando en mis cosas y disfrutando de uno de mis momentos de libertad inusual. Pero notaba que mis piernas no respondían y que no llegaría muy lejos; me sentía cargado y no entendía el por qué, así que me detuve un instante para hacer una foto que inmortalizase el paisaje que aparecía ante mí, a ver si sacaba algo en claro y de paso relajaba la mente un rato. Siempre es más bonito el que dejas tras de tí, pensaría, pero qué le vamos a hacer, no siempre debería ser así.
Resoplando como un especimen abatido en espera del golpe de gracia, me senté en un pequeño saliente coronado por una singular roca que resultó ser perfectamente adaptable a mis posaderas. Logré calmar mi respiración acelerada con más apuro que pena, y me prometí a mi mismo que, pese a desconocer las cuatro reglas básicas de lo que comúnmente viene tratado como inusual, aprendería a volver por el mismo sendero con fuerzas renovadas y voluntad para encontrar la orientación adecuada, no podía ser tan difícil.
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