Estos días tengo la sensación de que el Tiempo no tiene tanta prisa como de costumbre.
Una de las cosas que más ocupa a ese Tiempo casi congelado, para otorgarle méritos al hecho alterable y concretando, tiene nombre y apellidos; en cierto modo, es un violento sinvivir, tanto que hasta ha podido llegar a embaucar al mismísimo Juez Supremo (uno que nunca se casa con nadie).
Haber podido llegar a identificar tan excepcional elemento ha traído consigo cierta desazón difícil de controlar. El nervio y los desajustes aparecen cuando pienso en el calendario como tal, y, sobre todo, en lo precisamante maleable y volátil (otro matrimonio inviable). Sí, porque a estas alturas no voy a pensar que soy el ombligo del mundo, desde luego que no. No obstante, para sufragar los gastos ocasionados por el desasosiego habitual y la desconfianza, mi autoestima no ha parado de hacerse preguntas (a un ritmo de casi mil por segundo), y eso que dicen que las prisas no son buenas consejeras.
Si la ansiedad volviera, creo que tendría que pelear duro con este otro parásito que recorre mis venas y gobierna como regente. No es que campe a sus anchas impunemente, pero sí que ha invadido la joya de la corona en una razia a traición, y no piensa en largarse de la misma manera (igual de rápido).
Por poco olvido que no estaba solo; estas segundas placas de pus dan buena fe de mi mala suerte y reabren viejas sospechas, pero no creo que juegue en mi contra (otro elemento que ocupa mi Tiempo), al menos no más allá de las inevitables prisas por permanecer y dejar de soñar despierto.
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