martes, 24 de marzo de 2015

LOS RETRETES DE LA IRA

Cuando me miro tras la ventana de otro en esas nuevas cámaras que nada ocultan me disgusto profundamente y se acentúa en mi esa sensación de disminución física que tanto me atormenta.
Cuando me miro hay vergüenza, pienso, hostia, pero qué mal.
A veces me pregunto que vio en mi. Estaba destinado a acabar solo y apareció de repente entre la mediocridad de una vida burguesa. Odiaba el desorden, usaba en exceso un perfume de los caros. Irradiaba feminidad. Llevaba unos tacones demasiado altos para su envergadura, los lucía con orgullo.
A veces solo un par de respuestas que no encajan, un día feo en el trabajo, y todo se vuelve cuesta arriba. No sabes por qué, si será la puta primavera, el fin del frío con lo bien que llevo mi chaquetón, una mala semana sin más. Todo se ve envuelto por una aura oscura y tendenciosa, con lo que la salida rápida y natural se convierte también en la más eficaz.
La ira. Estar enojado constantemente como modo de vida, no solo tras un mal trago. He tratado de ser consecuente con los años, bajar el nivel de irritación. El problema es que fui una estrella precoz, un chico popular; el verano pasado tuvimos una boda de la prima de L. en E. B., cerca de mi territorio. Allí, tras un primer análisis no muy exhaustivo, distinguí una presencia familiar que asociaba a ese pasado 'triunfal' que comentaba. Era una chica, conocida de vista, puede que amiga de alguna a la que rozamos o vilipendiamos, qué sé yo. El caso es que tras un par de copas y problemas para mantener la compostura, se oyó un comentario sobre mi salido de su boca. Dijo mi apellido, exclamó, es bastante gilipollas, todo un 'sobrao'. 
Desde luego, para L. es como si le hubiera ocultado parte de mi, y no pude si no dejar escapar una carcajada y mirarle con expresión 'fue hace veinte años, reina, era un crío', por no decir que el testigo no era para nada fiable y que, qué cojones, no venía a cuento dar explicaciones sobre semejente chorrada.
No tuve que esforzarme demasiado pero me molestó la escena, como si nunca entendiera por qué la gente es incapaz de comportarse con normalidad o, simplemente, como se espera de alguien educado. 
La gente nos conoce. Mi hice un nombre justo antes de tener que seguir demostrando mi valía constantemente aunque todavía quedaran reválidas. La presión que me autoinfrinjo es tan dañina que algunos han llegado a creer que se trataba de otra persona, como si en vez de ser yo fuera alguien nuevo, como si existieran dos de mi. Entonces lucharía con la identidad y sonreiría al recordar los heterónimos del gran Fernando Pessoa, adalid de los problemas interiorizados y las esponjas de almacén.
Siempre he pensado que el mejor psicólogo es aquel que puede beberse.
Cuando paro un momento, me miro y observo las gotas caer al lavarme la cara con agua helada, se acentúa en mi esa sensación de estar por encima del bien y del mal; dudo de la medicina occidental y hasta me permito entrar a discutir las bondades del karma y el camino del samurái. Reconociendo estar al borde del abismo, psicológicamente estoy tan perdido que ojalá pudiera abrirme y dejar de pensar en chorradas como no me gusta su aspecto o si no eres castellano parlante mejor lo dejamos; al poner trabas a mi salud mental, lo único que estoy transmitiendo es pocas ganas de salir de este trago que ni siquiera me afecta a mi directamente.
Odio ver esta mierda, odio mirarme en los retretes de medio mundo y no ver nada más que puta ira estallando a cada paso, esquina tras esquina.



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