viernes, 8 de junio de 2012

LOS DÍAS ABSORTOS


No era excesivamente tarde, pero con lo pronto que se levantaba últimamente, esas horas de la noche le producían un profundo malestar en el lóbulo frontal, como si forzase una tardía voluntad de acostarse.
La maratón de El Padrino del sábado acabaría antes de hora, pues, pero no importaba demasiado; pensaba, mientras escribía unas líneas al llegar Michael a una Cuba pre-revolucionaria –burdel estadounidense-, que, en cuanto a figura, su nuevo guardaespaldas le recordaba vagamente a Luca Brasi, ejecutor primigenio de la familia.
Eran veintidós los días que llevaba completamente absorto, y esta vez no fue por causa de ninguna muerte. La vida, aunque breve, es mucho más divertida, así que decidió hacer una lista de las cosas que cambiarían desde entonces. Le encantaba utilizar balanzas, averiguar qué pesaba más a cada instante. ¿Tal vez su juventud? Sería muy ingenuo si pensase en esos términos. A menudo se preguntaba qué significaba juventud, la implicación real del término en sí: hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven, sobre todo según los actuales cánones. Él ya no tenía nada que ver con toda esa mierda.
En la semana de la que debería ser su tercera Patum, en Berga, las noticias que llegaban del Belpaese seguían siendo preocupantes. Primero con el atentado de Génova y el del colegio en Brindisi, luego los terremotos del norte y ahora con las calcio scommesse. Y todo a pocas horas de que empiece la Eurocopa de Polonia y Ucrania, el evento que iba a paralizarlo todo. Se estaba haciendo público y tendría que afrontarlo de la mejor manera. ¿Estaría preparado? Porque seguramente Nápoles no iba a tener tantos escrúpulos.
Luca, ese era el nombre al que respondía sin dormir entre los peces, era un chico muy sufrido. Empezó a empinar el codo tan pronto como se fue de casa, huyendo de las acostumbradas contrariedades familiares. Raro era el día en que no se tomaba una copita o una cerveza bien fría: para él era como un trofeo conquistado por el sudor de las privaciones de la infancia, un logro vital. No obstante, ahora las cosas eran bien distintas; había abierto un nuevo concesionario en la campiña y se sentía aliviado y dichoso. Los viejos fantasmas del pasado eran sólo eso, mierda del pasado, por lo que no tenía motivos para ofrecer resistencia y, después de todo, no llegó a necesitar asistir a reuniones de alcohólicos anónimos y la ciudad quedaba muy lejos.
Joder, la noticia iba a hacer correr ríos de tinta. No es que no se lo creyera, ni que renegase hasta poder verlo con sus propios ojos; no era, tampoco, debido a los cambios fisiológicos a las que remitirse, pocas semanas más allá. Lo que estaba tratando, lo que tenía entre manos, iba a trascender al resto de sus días. Era algo irremediablemente perenne, algo para siempre. Su pobre carlino jamás llegaría a entender semejante cuestión, pero le sirvió como banco de pruebas lo mismo que para un simple soldado raso el ser admitido en el seno de su familia tras soportar el santo fuego entre sus manos (y alguna que otra prueba anterior más): la responsabilidad hecha un nombre, pura formalidad al servicio de su majestad.
Comodidad. Con el tiempo te acomodas y aferras por igual a momentos que acaban siendo del todo prescindibles. Pocas veces se había manchado de sangre las manos hasta que llegó el día de la buena nueva: iba a dejar de fumar y volvería a lavarse los dientes tres veces al día, se reía, menudencias al lado de la que le iba a caer encima. Sin embargo, sólo admitía pensamientos positivos -dado que ya no había vuelta atrás-, nada que le incomodara lo más mínimo. Igual no podría salir a correr con la misma frecuencia, puede que dejase de dormir tanto e incluso dejase de brillar en los actos sociales del barrio. Dietario de los los pequeños placeres inútiles: al final, ya no importaba lo más mínimo, el detonador acababa de activar la cuenta atrás y el proceso se aceleraría irremediablemente. Asumiría las consecuencias con honrada dedicación y saludaría a los malos hábitos sin perder su delicada juventud, territorio vedado por las políticas austeras del pensamiento cada vez que se calzaba sus Salomon y acababa perdiéndose entre la maleza.
A los veintiocho días seguía dándole vueltas al asunto. Las noches de playoffs aliviaban obligaciones remuneradas y ya casi volvía a ser sábado, uno de los que seguiría alejado de los cánones actuales, que dictan cómo ser joven y cuándo. Los motivos y las circunstancias flotaban por doquier como el polen dos semanas atrás, al alcance de la mano que quisiera agarrar y el oído que estuviera dispuesto a escuchar: ¿y por qué no? Un desarrollo de los hechos consciente, no precipitado -las apariencias no engañan, avisan-, como hábito de una posición agradable y sorprendente quizás, entendiendo algún posible desaire temporal al que prestarle la misma atención retórica que la pregunta anterior. Pero Luca no tiene alergias, sólo tuvo manías y deidades menores que le sonríen cuando se despierta de malas por la mañana, obligándole a recapacitar por un instante, apenas un segundo que usa su lóbulo temporal para activar los sensores que ha estado cultivando desde que viajó por primera vez en avión.
Tiempo suficiente para desterrar las horas absortas de los días felices.

1 comentario:

  1. Se avecinan cambios, pero con lo esperanza de que solo sean una etapa más, lo unico constante es el cambio, así que no queda otra que iniciar el viaje. Encantado de compartir el camino contigo fra.

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