martes, 19 de enero de 2010

CARA MANRESA II: SER DE LA FONT



Retomo el recorrido por mi vida y milagros con el segundo capítulo de la serie Cara Manresa, con más ahínco ahora si cabe, que me acerco inexorablemente a la treintena y tanto nos reímos este sábado pasado.


Ser de La Font o no ser de La Font, esa es una bella cuestión. La Font dels Capellans es el nombre del barrio en el que he pasado mi infancia y la adolescencia, por lo que debería ser mi barrio, pero tengo varios sentimientos encontrados al respecto y ciertas dudas que me dispongo a relatar (junto con alguna que otra historieta).
Yo nací en la Sagrada Familia, como explicaba en el primer capítulo, que es el barrio adyacente a La Font; de hecho, está pegado, y el antiguo colegio Anselmo Cabanes hace de elemento unificador o integrador entre ambos. A ese cole fui a parvulitos, que ahora se debe llamar algo como P3 o P4, he perdido la cuenta. El cole se mantiene casi igual que hace 25 años y apenas ha cambiado en todo este tiempo. Una de las cosas que siempre me he preguntado es por qué nunca han puesto putas redes en las canastas (demasiado altas) y en las porterías de la pista más grande (hay otra más pequeña en un rincón donde no hacen falta), malditas ratas: no puedo recordar la de veces que tuve que cruzar la carretera en busca de la pelota por culpa de esa mierda.
El camino que va de un barrio a otro pasa por cruzar el cole simplemente. El Mercat de la Sagrada Família es otro elemento integrador entre los dos barrios y mítico de cojones; cómo olvidar al carnicero, a Eminemo de la ONCE, al puto rancio del Quiosco Pequeño o a la chica del Foto David. Los que todavía siguen ahí se deben preguntar más de una vez quién diablos es ese tío que se pasea con aire distraído y les sonríe ampliamente. Otros te saludan con una media sonrisa, conscientes de que ya llevamos unos cuantos años dando por culo, pero la cosa nunca ha sobrepasado la pura cordialidad de barrio. Luego está el puto rancio del Quiosco Pequeño, que ya podría empezar a estirarse un poco o a mostrar algo de amabilidad (que no pleitesía), con la de mierdas que le hemos comprado (incluyendo Don Balones mil) a lo largo de estos años...


Antes de llegar a La Font en sí, una ojeada y un párrafo aparte para el Mossèn Ramon (y no Josep como digo en el vídeo), el cura del puro, un hombre bueno que dignificaba, iba a escribir, a los de su profesión... En todo caso, un buen representante de Dios, ciertamente.
Yo siempre bajaba a La Font con mi hermano mayor Quim a jugar a fútbol. La pista, que sólo ha cambiado en esas extrañas portezuelas de madera de más (se ve que en los últimos años juegan a hockey), por no hablar de la destrucción del parque a costa de los horribles vestuarios, es para mí La Pista (con todas la letras): puede que uno de los lugares que más he pisado en mi vida. Recuerdo, para ser breve, los deplazamientos de balón con la Etrusco; el día en que conocí al Gnöit, los rapeos vocales con el Tognâo, al Nil, al mejor amigo de mi hermano, Ton, al perro del Ruli, etc. Una sombra: el 21 de febrero de 1992, el día en el que me cayó una de las porterías en la cabeza. Como se dice en estos casos, casi la palmo, y dicen que me salvé por unos pocos centímetros (el boño que me quedó en el cogote lo atestigua). Aquí queda.
La Font estaba formada en su mayoría por inmigrantes del sur del país, es decir, por gentes andaluzas y extremeñas sobre todo, y nosotros, sus hijos charnegos. Y escribo estaba porque la cosa ha cambiado y mucho: como en tantos otros sitios, la inmigración extracomunitaria ha causado mella, y no quisiera escribir para mal ni para bien, sólo dejar constancia. Supongo que podría englobarlo en un fenómeno más amplio: el fin de la inocencia. De todas maneras, un fuerte sentimiento de pertenencia de grupo latía entre bambalinas; respecto a la rivalidad entre barrios, "ser de La Font" podía otorgarte un plus de fiereza importante. Todavía hoy, entre mis amigos, suele escaparse un "venga, no me jodas, que soy de La Font", en posibles situaciones comprometidas.


Al principio no me consideraban parte de "eso", aunque quizá mi propia naturaleza desarraigada (o mejor, descreída) imposibilitaba tal empresa. Me refiero especialmente a un megaconflicto que tuvimos de pequeños con los chungos del barrio (mi hermano y yo), por culpa de un partidillo. No recuerdo bien por qué, pero yo me calenté con un chaval, y cada vez que tocaba el balón, le hacía ir por el suelo (pero con mucha mala sangre). Nos acabaron rodeando como a dos perros, pero la cosa no pasó a mayores. A medida que fue pasando el tiempo y tras bajar a la pista un millón de veces, podría haber llegado a sentirme parte de eso tranquilamente, pero hoy en día me sigue sonando a arrebato juvenil; yo lo veo más como una especie de pasado glorioso al que regresar de vez en cuando para no olvidar jamás el punto de partida.

Actualmente me saludo con la gran mayoría de la gente del barrio sin problemas, y con muchos mantengo breves conversaciones incluso. Nos une cierto pasado e historias parecidas, y suele ser de lo más agradable y relajado, terminada ya la difícil época del paso de la adolescencia al mundo adulto, y con el brutal cambio social tras el nuevo milenio. Evidentemente, subrallo con orgullo a tres de mis amistades imperecederas, nacidas en esos ambientes. Quizá por eso o por la necesidad de pertenecer a algo o por darle un puto sentido a algo o porque simplemente he pasado de todo en este puto barrio, si me preguntan hoy en día (tras una breve explicación-introducción) suelo decir que soy de La Font, y he de reconocer que no me importa llenarme la boca con ello.



1 comentario:

No seas indiferente.