martes, 11 de julio de 2023

ORLANDO FURIOSO (VERANO I)


A once de julio, desde los últimos trece años, estaba todo más que hecho.

Se abría el telón y aparecían dos trufas peleándose, no sé si puedes hacerte una idea visual sobre el tema. 
Y luego el furioso de turno que trataba de volcar toda su ira acumulada hacia la debilidad disponible a esas alturas de verano, caduco sin remedio, siempre dispuesto a dejar su güella de una manera tan indeleble como agotadora.
Quizá nos quedaban un par de chapus en Vilanova, o puede que alguna escapada a la Costa Brava. Pero no mucho más, te lo garantizo. El verano solía estar más que muerto a estas alturas.
Y, sin embargo, se mueve. Como Orlando. 

El verano empezaba el mismo día que ganamos nuestra estrella y cumplía Júnior, a pocos días de unas elecciones generales y con una sensación latente de amenaza profunda y atávica que da miedito, para que engañarnos (quizá en la próxima legislatura).

Pero antes tuve que despedirme de Sant Pere. No sé si pareció raro, en el sentido de que un fuerte sentimiento de pertenencia me ataba allí. ¿Qué necesidad tenía yo? En el fondo, si rebusco, subyace una evidente reticencia al cambio, justo lo mismo que me llevó a emprender la huida. 
El cambio. EL MOTOR DE ESTA BITÁCORA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS.

No sé si ha habido tiempo suficiente en solo seis meses. Porque luego descubrí que era la gente, el vínculo creado; el apego no era al modelo, era al miedo a perder esas nuevas conexiones.
A poco para partir de nuevo al Sur, no obstante, si el modelo importa ya está fuera de cobertura. Mi necesidad urgente de veras es solo la de seguir la senda inaccesible de la Alpujarra granadina y para con los míos y el verano.

Sobre tratar de respirar a 1.300 metros de altura ya hablaremos.

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