sábado, 5 de agosto de 2023

EL TERCIO DEL ACCITANO (VERANO II)

El antiguo rumor que hizo correr don Geraldo desde Yegen, en la profunda Alpujarra granadina, nos hizo querer descubrir por nosotros mismos qué de cierto había en aquello mientras paseábamos por sus empinadas calles.

Y decía: "... por aquí los senderos son más escarpados y están flanqueados por olivos de gran envergadura. Se vuelven abruptos rápidamente. Al dejar las acequias (...), bordeadas por lirios púrpuras y azules vincapervincas, se penetra en una región donde los violentos peñascos rojos se precipitan sobre las hondonadas (...)"

No es difícil entender por qué la resistencia morisca contra la monarquía, a mediados del XVI, se hizo fuerte aquí arriba. 

Al volver por Válor, el pueblo del efímero caudillo Abén Humeya, nos paramos en el Mesón de Ceci a degustar unas viandas típicas antes de volver curva arriba, curva abajo, a nuestro reducto del Marquesado del Zenete, con el hipnótico castillo de la Calahorra pendiente de todo, majestuoso equilibrio en un desequilibrio añejo, harto fotografiado y visitado por una obsesión que me tiene loco desde hace años.


Rodeado de almendros, las casas blancas de planta baja y las fuentes que lo circundan le reconcilian con su pasado arabesco y hacen que el reloj no quiera avanzar demasiado deprisa. Es Aldeire, son las raíces.

Paso las horas hojeando un libro de Lorca muy chulo, una edición ilustrada de Lumen que compró mi suegra, y haciendo algún que otro garabato en mi libreta. No hay mucho más que hacer, en el pueblo. Al menos no hasta las ocho de la tarde; el silencio solo viene roto por los aullidos de algún matulo (zorro) despistado y las ráfagas irregulares de viento que agitan con su cálido tacto las hojas de las frondosas parras y sus frutos tan verdes como toda la falda de esta bendita sierra.

Al norte, en lo alto de una colina pelada y repleta de pizarra, sobresale un Cristo redentor rehecho con los cuatro duros de la Junta de Andalucía, insuficiente a juzgar por su aire eccehomesco en algunos detalles. Justo al lado, y tras veinte minutos de subida luchando por mantener el oxígeno dentro del pecho (a 1.297 metros de altura), todavía se yergue La Caba, o los restos de lo que otrora fue una fortaleza, con sus aljibes bien visibles y sus trabajos de introspección y excavación a medias.

Y luego están los castaños de la Rosandrá, el paseo que bordea el río Benéjar, anchos como torres y que no invitan a querer abrazarlos: su contemplación ya es de por sí gran empresa. 

Es entre los chorizos y morcillas de Los blanquitos, los roscos y los churros de Guadix que transcurren los días, pues, con los niños felices y Laura como en casa, con su bata alpujarreña paquí y pallá, contenta de estar con los suyos. 

Para cuando me aprendí lo de las tapas, partíamos hacia la provincia de Cádiz por la A92, una autovía que nada tiene que envidiar a las de doble carril sicilianas con sus baches, subidas y bajadas y conducciones abigarradas; sobre las tapas, quizá haga falta una aclaración. La gente de aquí pregunta "qué tenéis", y ya se entiende que se refieren a ello. Pides un tercio (una mediana en Catalunya), después otro, una tercera ronda... y ya has cenado, prácticamente "a la carta" (evidentemente, dependes de lo que cocinen ese día en concreto). Suben un pelín el precio de las bebidas y ya está, ni lo notas, pero si tú no dices nada ellos hacen la suya, no sé si me entiendes. 

Tienes que ser uno más, vivir entre ellos. Ser "ellos".

Como Gerald Brenan en "Al sur de Granada" (1957). Como un aldeireño, un calahorreño o un accitano más.

Chus os quiere

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