miércoles, 14 de noviembre de 2007

BAJO DESGARRO

CAPÍTULO PRIMERO
SOSPECHA DE UN APOCADO BOTARATE

Notaba que le quedaba poco tiempo ya.
Estaba cerca de exhalar su último suspiro y, en esas condiciones, no podía dejar de pensar en lo que todavía le faltaba por hacer; tenía tantas deudas pendientes que las palpitaciones, localizadas en la parte izquierda del cuello con un agudo pitido en momento de ataque o presíncope, se multiplicaban y amenazaban con echarlo todo por la borda.
"Aún no ha llegado tu hora", se decía, pero el trabajo que estaba desarrollando en esa época no le ayudaba demasiado. Lo veía todo oscuro: que si un chico de 25 años que de la nada padece un derrame cerebral, el hermano de un amigo -un chiquillo también- con un tumor cerca del corazón, etc. La muerte asomaba, andaba cerca, y no había escapatoria. ¿Cómo afrontaría aquél momento?
Pensaba que de todas formas, esos días, nadie parecía estar cerca y había poca disponibilidad. Lo sabía porque tenía demasiado tiempo para él, para pensar, para olisquear la muerte. Y eso era lo que le causaba más dolor y le atemorizaba por completo.
Volvía a no poder dormir. Cuando por fin lo conseguía, después de horas de lucha por no desfallecer y orientar pensamientos en la cama, temía no volver a levantarse tanto como una puta losa de esas que te marcan, por lo que el tema se alargaba indefinidamente. La última esperanza dormía en un latido tenue en forma de caso clínico, simple y llanamente, pero se lo decía con voz baja en un arranque -de lo poco que le quedaba- de delirium artisct.
Le costaba aceptarlo, ya que significaría estar loco y no tener ninguna enfermedad secreta, y esa opción le disgustaba demasiado; o, en caso de estar enfermo, padecer las mil singularidades de un proceso semejante, por no mencionar la posible reacción-desastre de su familia. Y era, también, demasiado cobarde para aceptarlo: se vendría abajo y eso provocaría un deslizamiento de su mente a cotas extremas, la enfermedad mental que comentaba antes.
Como su vida, todo era un círculo vicioso, un pez que se muerde la cola, una sucesión de hechos que ya había vivido, Vértigo, Nietzsche y el puto Forrest Gump. Odiaba darse cuenta de que el miedo a permanecer en los anales había sido sustituído por uno más terrenal, más físico. Íba a palmar, desaparecer, tenía que dejarse ya de tonterías de aspecto literario teñidas por artificios tan manidos. Estaba aterrorizado.
Había dejado innumerables vicios para no encontrarse en ese lugar como el que reza a un Dios para salvar su alma, pero no era suficiente. El tabaco y la falta de deporte, al final seguramente los dos más importantes, retumbaban como ecos molestos que avisaban y avisaban... hasta que fuera demasiado tarde.
Sólo quería intentar no sufrir, pero nunca había tenido demasiada suerte y no creía que fuera a cambiar ahora. Era demasiado tarde joder, y se odiaba por ello, ¿qué diablos hizo mal?
Estaba y seguía completamente perdido.
Notaba que le quedaba poco tiempo ya.

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