miércoles, 7 de marzo de 2007

EL EXILIO DE AMÉLIE Y EL CHAINTILLISMO


Amélie también lanza piedras al agua, pero las suyas son minúsculas y lo hace para intentar ver como “se van mareando mientras se hunden”. Si no hubiera estado en el puerto y sí en otro lugar, como en la playa, imagino que haría lo mismo pero con los pedruscos esos. O quizás no y, ante la imposibilidad de encontrarlos en amarillo, hubiera hecho una batida a gran escala. Así hubiésemos pasado todo el día. En el lugar en que las horas vuelan sin nada que hacer, compartir el tedio asimilado con Amélie es menos pesado.
Questo è estilo libero, a ver quién la suelta más gorda, más real.
Amélie dice que hace años que las lleva, si le digo que todo el mundo calza unas all star, pero que será que es como todo el mundo. Siempre he creído que hubo una época en que dejaron de fabricarlas, allá por los mediados 90. Estuvo 8 días en Egipto sin cagar, mientras me enseña una foto con su barriga apunto de estallar.
Al final del día, a veces, Amélie se queda horas mirando fijamente una foto de ella con su Tormento, en su portátil. Lo mira a él, odiándole cada día un poco más, preparándose para un reencuentro perfecto soñado. Otras veces se mira a ella misma, “estaba mal, mira qué bolsas”, escudriñando aún las causas de un pasado que ya no volverá. Todo empezó entonces…

Oigo a Amélie aquí mismo, en mi casa. De golpe se transforma, su cara muta, y suelta un par de eructos cortos, no muy sonoros, como deben de ser dos disparos secos de una arma de cañón corto:
en marcha, caminando por Via Roma
- Hoy es el típico día que cogería un coche (si lo tuviera, aunque allí tampoco lo tengo) y me iría por ahí con un par de cedés buenos.
Amélie, súbitamente
-A mi me encanta ir en coche de copiloto y momentos así. ¿A ver, cúanto dinero tienes?
- No lo bastante, además, sabes qué, la alemana me debe 13,5 euros de la cena de ayer y eso me jode […].
por los cerros de úbeda. Amélie, entre la cháchara
- […] ¿Qué podemos hacer?
- Me apetece un helado. ¿Te apetece un helado de esos en Piazza Yenne?
- Venga sí. Y además ya sé de que me lo voy a pedir.
pensándose, mirando al cielo con la mano derecha en su mentón
- ¿De qué?
- De "chaintilly".
- ¿Y qué cojones es eso?
- Una crema extraña.
- ¿De esas con licor?
- No, normal.
- Joder, es la tercera palabra nueva que aprendo hoy contigo.
bajando por Via Manno, llegando a Piazza Yenne, nos encontramos a 4 austríacas del mundillo-
- […] Andiamo a fare un gelatto […].
- […] Oggi è lunedì, è chiuso, anche noi abbiamo andato prima! […].
oliendo a pizza al taglio, huyendo
- Va, pues un taglio, que es lunes.
Amélie, súbitamente
- Sí, y vamos a un sitio cerca de mi casa que todos dicen que es el mejor.
en ruta, con la copa a la máxima desorientación
- No sabes dónde vamos.
- Es que es una de estas calles… (cambio de tercio) ¿Entramos en esta tienda? Mira, es de postales. Aquí quiero seguir con el rollo, paso siempre por aquí pero nunca he entrado.
post-it en el aparador, “torno subito”, y una postal grande muy chula de un pie de 180 euros
- Pues nada, vamos.
de nuevo en ruta, oliendo a kebab. Amélie:
- ¿Nos comemos un kebab?
- Yo le llamo “pita” con mis colegas. Son las 6 de la tarde, estás flipando…
- Es que tú no conoces mis horarios, yo suelo cenar a esta hora.
- Yo decía más bien de unas patatas y un par de birras para matar el hambre, hacer tiempo hasta cenar.
Amélie, imaginando fritura ketchup y mayonesa mil
- ¿Qué tipo de patatas?
- No, de esas “Frit Ravitch”, de bolsa.
Amélie, interrumpiendo y con las ideas claras y haciendo como que no escucha
- Así puedes cenar luego dos veces… Pero vamos a otro, ven.
ya ante él lugar concreto, entrando
- Aquí he traído a todos mis novios.
- ¿Qué novios?
con sendos tenedores de plastica, picando para luego poder cerrar el kebab y comerlo guay, de nuevo en movimiento, Amélie se percata de algo anormal
- Esta salsa es como de yogur, ¿no?
- Joder sí, y qué mala es. Y el pan es pequeño y no está tierno…
Amélie, contrariada
- Ya no me harás caso nunca más, ¿verdad?
- Qué va… sólo que la próxima vez elijo yo.
exhalaciones de aire y silencios entre esas sonrisas cómplices que tanto nos gustan y nos recuerdan que estamos vivos
En las escaleras de Santa Eulalia, Jaime, el tangeriano que luego me comería un rato la cabeza (4 años a la sombra en Aragón), nos saluda, mirándome (“qué bien te lo montas, chico”): “Buon appetito!”. Grazie. Luego aparece Giuseppe, su coinquilino, para confirmar nuestra locura: “hasta luego”, se va con cara de “vaya par de giraos”.
- Creo que me estoy comiendo el tuyo, este lleva picante.
Decidimos subir a ver fotos y escuchar algo de música.
subiendo las escaleras de su casa
- Eh, no me mires el culo, ¿¡eh?!
- Estaba mirándote el culo y el tenedor que llevas en el bolsillo (de atrás).
- Joder, ¿aún lo llevo? Total, no tengo culo…
Amélie recibe golpes de todas partes y está algo asqueada, pero lo lleva bien:
- Pienso llamarte mogollón cuando estés en Barcelona.
- No sé si estaré en Barcelona cuando acabe esto.
- Da igual, donde sea.
tirado en su cama, boca arriba, me sale una frase ociosa
- Tienes que poner algo en el techo, es todo muy blanco.
Una rareza del destino, entre bocanada y bocanada de tiempo, y
como surco áspero al recorrer el camino de vuelta a casa. Como si fuera verdad que mi debilidad me alimentara y fortaleciera, dejará palabras sin descifrar que escondan mentiras aprendidas esculpidas entre cenizas…

(súbitamente, interrumpiendo mi recuerdo heroicosilencioso)
- ¿Quieres escuchar la canción más bonita del mundo?

2 comentarios:

  1. El espíritu del vino no implica un alma perjudicada, por lo que veo. Y aunque "escribir" y "timidez" sean conceptos que no tienen nada que ver, te mando un saludo de esos que quieren decir hasta pronto.

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  2. "Bonum vinum laetificat cor hominis"

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