domingo, 29 de septiembre de 2013

LA ESTACIÓN

La estación cambiante provoca miedo al caminante.

La estación del murmullo, siempre que se sea dueño del propio silencio: qué desidia al acostarse (y qué dolor).

Llega el frío, bueno, quiere llegar. No estoy preparado para seguir anticipándome mientras mi gobierno quiera apoderarse de lo intangible. Yo me apeo en la siguiente parada y recorro el paseo marítimo como antaño.

No había nadie. Ni agobios ni sofocos. El barco acababa de zarpar y, con el, todos los turistas hambrientos de paellas cocinadas a toda prisa y diques mal expuestos en alta mar. Así da gusto, carajo.

Quería hacer nuevas listas, nuevos aportes. Escuchar nueva música. Encajonar la ropa de verano. Me llamaron para trabajar. Tenía entre ceja y ceja The Place Beyond The Pines y en menor medida Cloud Atlas de las hermanas Wachowski. En otra época me hubiera encantado aunque las tres historias no encajaran tan bien. Y casi me cargo al Gosling, que estoy cerca de no soportar su cerúlea cara.

Fue el 23 de septiembre. Tuve que correr hacia el tren. Hubo cuórum. Estábamos los mismos que en Sicilia. Los mismos que nos colamos en los templos y descubrimos otro planeta en aquel volcán. Te voy a extrañar, amigo. Nuestras charlas. Uno nunca sabe que pasa con 15 años de antemano.


No soy melancólico. Hice una foto en el apeadero. Eran las 2:40 de la madrugada. Y miraba... a mi hijo. A mi pequeño príncipe. ¿Fueron diez minutos? ¿Quince? ¿Llegó con la tercera hora? Nos lo pasamos en grande incluso con otros quebraderos de cabeza latentes.

La estación reinante. Sólo para darle un sentido, en serio. Echaba tanto de menos al mar... qué dolor. Reviso los libros que me han acompañado este año y encuentro un sorprendente patrón. ¡Y resulta que estoy con Sciascia en una edición del 80, año de mi nacimiento! El mar tiene el color del vino, cómo solía doler.

La estación puede cambiar, yo seguiré aquí. Entre murmullos.

Dueño de mi propio silencio.

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