Mi amigo G. me decía el otro día, al vernos tras mucho-demasiado, '¿qué pasa, es que ya no tienes nada que decir y ahora sólo haces listas y mierdas así?', a lo que yo le respondí afirmativamente y sin palabra alguna.
La verdad es que me quedé mudo, como cuando alguien te señala con sorna ese horrible grano que te ha salido en la frente (sí, todavía pasa). Y ayer bajamos al barrio a dar una vuelta con nuestros hijos, a seguir el rastro.
Fue imposible no recordar viejas batallas. He vuelto una infinidad de veces pero pocas con ellos, G. y T., los dos tipos con los que pasé tantos años. Años de aprendizaje forzoso y ciertas penurias, años inolvidables. Nos encontramos a D. C., no era de los nuestros. Diría que era un año mayor entonces y que iba con un grupo patibulario, con sus carismáticos apodos y todo. Dijo: 'quién nos ha visto y quién nos ve, ¿eh?', y era verdad.
Paseamos. Me puse a hablar (hasta llegar a etapas más recientes). Dije: 'mi mejor época fue la del piso. Las palabras fluían y tenían sentido' (compartíamos un piso-local). 'Conectamos', decía G., 'a un nivel espiritual', seguía T. Dudé en asociarlo con las drogas y el alcohol (qué menos). Echaba de menos aquellos ratos y pude notar como G. suspiraba y miraba a un lado y otro buscando sus propios recuerdos ante la nueva realidad a capear.
La jornada transcurrió sin mayores incidentes y T., en su cavilación constante, seguía entre muros. Uno no alcanza a entender cómo diablos sigue admirando a los mismos tíos. Hubo una época que me tildaron de 'payés', de pueblerino. Yo siempre traté de no separar mi ascendencia con las nuevas ciudades que me acogían, pocas y grandes urbes ellas, ya que creía que el sentido de pertenencia a un grupo humano me hacía más fuerte (señalando la 'X' en el mapa). Pronto me di cuenta de nuestra capacidad de adaptación, con T. como guía y punta de lanza, si bien tradicionalmente y en todos los demás ambientes, los que cortaban el bacalao éramos Yo y mi verborrea hilarante.
Confianza. Hoy no sólo es una vaga ilusión en mi memoria. Hay un legado que perpetuar. Un legajo de nuestra historia ante nosotros. Estemos donde estemos, aguante o no el físico, no queda nadie que pueda arrebatarnos esta sensación imperecedera y auténtica. Era el barrio, fue el piso, siguen siendo T. y G. Una mirada, una palabra.
Y ahí seguiremos (dejando huellas)
porque mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!
porque mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!
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