lunes, 1 de abril de 2013

LOS ALMENDROS DE ENERO

A veces, y esto después de dos meses y algún día, desaparece la imagen que tiene de mí mi lóbulo parietal.
Y me dice que no estuve, que no fumé esa marihuana y que no hubo cola en el paro mientras mis amigos se reían de mí a mis espaldas.
Si no engordaran cinco quilos. Si superara los ocho quilómetros pero no cupiera, la línea en la libreta; dos popes se encontraron, había un helicóptero detrás y un disfraz.
A veces creía ver a Chávez y echar de menos los momentos comprando con los cascos a toda castaña: en qué me he convertido, qué es lo que era, toda aquella fútil retórica alejada del florecer de los almendros en enero.
'És com un Javi petit'. Con parte de mis genes, no todos. A veces me olvido, como un trastorno del cerebro, uno que pretende sabotearme un disfrute real como símbolo de un florecimiento tardío. Ocio o demoro o me elevo, y lo veo todo desde las alturas con una claridad meridiana que asusta.
Su primera 'mona', sin flequillo. Sin más afectación que la certeza de otro grado fuera de nuestro microcosmos, la grandeza de mi adorada compañera de viaje en nuestro tercer aniversario.

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