martes, 7 de agosto de 2012

DEL NIDO AL INFINITO


El tipo no era de los que aceptaban un ‘no’ por respuesta. Y la paciencia nunca se impone a la incredulidad.
-¿Te gustan las gafas?
-Sí, claro.
-Mira, escucha, aquí tengo éstas…
-No, gracias, no me interesa, ya tengo unas.
-A ver, ¿me las dejas ver?
De hecho, no esperó a mis pesquisas y se abalanzó sobre ellas arrancándomelas de la cara. Las escudriñó como quien lee las instrucciones de un medicamento de nombre impronunciable y buscó en su zurrón un par de la misma marca. Volví a insistirle -además del lenguaje corporal negativo continuado- en que no estaba interesado en adquirir unas nuevas, pero eso a él parecía no incomodarle; lejos de las estrategias comerciales más burdas, su intrusismo se cimentaba en una convicción abrumadora y una capacidad de autoestima sin límites. Me arrojó las gafas con desprecio y sin mirarme a la cara.
-Escuche, de verdad, gracias pero no…
Hablaba atropelladamente en un dialecto casi ininteligible.
-No, escucha tú. Cuando yo hablo tú callas y escuchas. Estas gafas… ¿De dónde eres?
Y sin mediar otra palabra tras las primeras sílabas de mi origen, torció la vista de repente y siguió con sus andares decididos hacia otra zona más concurrida. Miré a mi novia y luego al tipo, que se afanaba en desaparecer de mi campo visual a toda prisa. Nos quedamos un buen rato entre atónitos y acojonados, no sabría decir. Sobre el papel, Nápoles y sus alrededores no eran precisamente un vergel de gente atenta y buenas intenciones, cosa que prejuzgamos de antemano (echando mano del estereotipo).
Estuve un rato pensando -mientras tomaba el sol y me dejaba llevar por la modorra del sol y la arena- que quizá aquél napolitano fuera un soldado venido a menos, un pobre diablo que sufría una especie de degradación del rango que una vez debió ostentar, como una condena; cuarenta y tantos, moreno, de complexión fuerte y hecho al mar como las perlas a las ostras: algo no cuadraba. Estudié sus prisas a posteriori al plantearle mis hipótesis a Laura, que debió pensar ‘¿todo eso por vender gafas?’, como si sólo pudiese ser un simple buscavidas o un ‘servesa-bier’ de Barcelona más. Rechacé su apunte (mío-mental) y seguí obcecado en mi idea inicial, pese a que aquel tipo de trabajo no era propio para alguien de su edad. ‘Piensa que esta gente envejecen pronto y tienen una vida muy corta’, me decía para mis adentros; había leído tanto preparándome para el papel, que, al final, parecía estar viviendo en una puta película y Stanislavsky ser una broma a mi lado. ¿Se folló a la esposa de algún capo? No, el castigo hubiera sido mayor. ¿Sería igual de pringao toda la vida, como Lefty Ruggiero en Donnie Brasco? Puede. Según ‘Gomorra’, del gran Roberto Saviano, la mayoría de mafiosos aspira a vivir la vida a tope y no piensan en dejar un cadáver bonito.
Hoy, los días de ruta por la costiera amalfitana han quedado atrás. Mi italiano sigue siendo más que decente pero toca volver al inglés y centrarse. Estas noches de agosto -en mi acostumbrada trinchera-, practico las mil maneras de maldecir y soltar tacos partiendo del ‘fuck’ de las nuevas series de televisión made in USA (mientras espero las nuevas temporadas de 'Breaking Bad' y 'Sons of Anarchy'). Y veo los Juegos Olímpicos desde la barrera del entrenador que lleva cuatro años preparando a su pupilo pero acotándolos a nueve (meses), limitando y puliendo los cambios que puedan perjudicar a la corta pero intensa carrera de fondo actual.
Con todo, trato de eliminar del calendario los días que restan para llegar a septiembre, pero soy incapaz. En septiembre, si lo preguntas, el infinito se desencadenará tan precipitadamente como el nido derretido por el calor de este verano. Como síndrome efectivo, dejaré de lado todo lo demás para ocupar el resto de los espacios en blanco, reinventando y redefiniendo una manera de continuar con este pequeño vodevil que nos tiene a todos en vela.
No puedo esperar. El ansia me puede, es superior a mi. Y pasará este 2012, año del demonio burlón, y el gentío seguirá empeñado en autodestruirse. ¿Qué mundo le voy a legar a mi futuro hijo? ¿Quedará algo del pastel? Con las horas que me queden, independientemente del cosmos y su lenta agonía, construiré un fuerte de muros más altos que la muralla de hielo de Invernalia*. Navegaré por los siete mares si hace falta, lo que sea para no someterme a la presión de la decepción. No hay un ‘hasta cuándo’ cerca ni debería importarme, y en eso radica la grandeza del sueño que compartimos desde el palomar. Y controlar esa congoja, mi principal y prácticamente única misión.
La distancia desde el punto ‘M’ al ‘G’ se tendrá que reducir hasta la mínima expresión sin ‘peros’ ni desesperos porque, aunque la paciencia nunca se imponga, mi pequeño cabroncete no creo que acepte un ‘no’ por respuesta.
*Juego de Tronos (Canción de Fuego y Hielo). ¿Empiezo la saga?

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