miércoles, 3 de marzo de 2010

UN MISTERIO TRAS OTRO



*
Era noche cerrada y no había ni una alma en la calle.
Me hallaba yo en una extraña plaza circular investigando la muerte de J. R., preguntando a diestro y siniestro en las diferentes bocacalles iluminadas con un verde tan tenue como triste, sobre todo a los líderes respectivos de la zona en cuestión; éstos gastaban unas pintas de mucho cuidado, en las que el cuero y el negro predominaban por encima de cualquier otro detalle.
La muerte de mi antiguo amigo J. R. había tenido lugar en el Bar T., curiosamente el único antro que había en dicha plaza. Ésta era tipo la Piazza del Amfiteatro de Lucca, en la Toscana, y mis pesquisas e interpelaciones con los diferentes cabecillas y personajes del lugar tenían lugar en los túneles de entrada, en esas bocacalles que decía antes. Uno de ellos, en un momento dado, me espetó en la cara que al volver de la Copa del Mundo, a mi amigo se le giró la olla de repente y acabó por perder la cabeza.
Por lo que se desprende de sus palabras, parece que la fatalidad hizo el resto, y yo decidí dar por concluida mi investigación y zanjar el asunto.
Ni siquiera recordaba su cara o aquellas pequeñas cosas que le hacían especial, y mi padre aparecía demasiado joven como para darle credibilidad a todo aquello. Al despertarme, volvía a arderme la cabeza y su rostro había sido borrado de la foto. Deseaba no haber estado allí, hubiera preferido que fuese un mal sueño, agotando así la posibilidad que un café y un cigarrillo pueden ofrecer de buena mañana.
En tres días -contados con los dedos de sus frías e inertes manos- había exprimido todas las naranjas que me quedaban y ahora ya no sabía que más hacer; la paciencia no es un don, pensaba, y hacia la múltiple personalidad de aquello que se conoce y lo esperable me encaminaba.
No era si no la viva imagen de ella, de modo que, momentáneamente, de sus palmas ya no tan frígidas manaba un dócil sendero a seguir, teniendo en cuenta lo difícil que es completar una vida virtual y depender de ella (que resulta más complicado aún).
Siempre he escapado a eso. No obstante, de las cosas que ni tan siquiera yo había llegado a procesar (por obra y arte de la sustancia tóxica más brutal y los efectos del alcohol barato), constaba un archivo repleto de imágenes, gestos y palabras pronunciadas. Todo bien documentado pese a la fragilidad del instante, y no sé hasta qué punto depende del carácter en cuestión o de aquella maldita y múltiple personalidad que antes mentaba y que ella podría llegar a detestar.
La importancia de toda esta historia me traslada directamente a mi estadio actual, ese en el que uno ya no sabe qué hacer ni qué decir y que te aleja claramente una vez más y por desgracia, de una vida familiar ejemplar.
Mi padre, los gritos ahogados en medio de la noche, Lucca, las gafas encima de una cama que no pude tocar ni oler y apenas morder... y mi amigo muerto. No he tenido cojones de chequear mi teléfono celular. Bajaré el nivel de decibelios y que el miedo no haga cundir el pánico, todo lo demás escapa ya a mi control, querida metro setenta.

para Cristilupis, la creadora de sueños

*Lucca, febrero 2007

"Adelante Bonaparte" (I)


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