Una voz tenue y casi susurrada ya le había advertido sobre lo que pasaría, pero él decidió no hacerle caso alguno. Además era invierno total aún, y sus manos seguían sufriéndolo de mala manera. Justo antes del cambio horario, la tragedia se mascaba: no habría vuelta atrás.
Tiraría por la borda veinte años de matrimonio por una sensación que ni siquiera sabía hacia dónde iba, pero ya era demasiado tarde. Buddy, it's too late, repetía su amigo Johnny.
Se miraba constantemente su dedo anular y jugueteaba con el anillo, como si fuera a quitárselo de una vez para siempre. No hay que pensar tanto, deja que todo fluya. ¿Pero quién diablos fue el que dijo eso?
Prefería pensar en lo del pelo para quitarle importancia a un hecho que, se decía a sí mismo, le pasaba a mucha gente. No era especial, simplemente, estas cosas pasan. Ni Johhny ni Elijah ni Harper ni Eloy ni Teddy le servían, y no había más capacidad para el autoengaño ni para saber a ciencia cierta sí lo que había hecho estaría bien, si sería lo correcto. Ya no importaba, ya no le importaba nada un carajo. Se había vendido todo el pescado tras un fin de semana de buceo interior intenso. Había que hacerlo aunque la soledad llamara de nuevo a sus puertas.
Esa situación de bucles y extraños silbidos le había colocado en una tesitura de espera que no recordaba haber pasado nunca. O quizás sí, pero mucho tiempo atrás. Pasó una mañana espléndida con las gafas de sol, el cuero negro y la espada al cinto. Paseando, disfrutando de las sonrisas y el sabor de los zumos de naranja. El arrebato duró muchísimas horas y no estaba muy seguro sobre cuándo irse a casa.
Al día siguiente, al despedirse de su esposa, sintió un alivio esperanzador que trasladaba el dolor a un mundo mejor y abría la veda; discutió con la gracilidad y las ideas claras de la incertidumbre, pero acabó diciéndose a sí mismo que no era necesario, que ya recuperaría su swing llegado el momento. Ahora no dependía de él y viviría por encima de eso,
que de lo que se despedía ayer no era sólo del mes de marzo, la buena suerte y el frío, si no más bien de su fina y larga caballera, pardiez.
Todo empezó el día en que decidió cortarse el pelo.
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