CAPÍTULO CUARTO PUNTO UNO
LOS ECOS DE LA CRUZADA
Se preguntaba dónde estaba, o dónde había ido a parar. Es cierto, lo tenía de la mano, superado, aniquilado. Pero ese poso amargo volvía en pesadillas, como aquella que tuvo el caballero en plena cruzada;
"En plena noche, aun bajo el candor de una fogata brillante y azarosa, sentí un escalofrío intenso que recorrió mi cuerpo entero, de pies a cabeza. Me desperté en el acto, sobresaltado. Miré a mi alrededor con reservas, pero allí no había nadie, solamente yo. En las estancias contiguas todo seguía en orden: el silencio lo cubría todo."
Sintió pavor, pensaba que había descuidado sus deberes o que quizá ya no rezaba tanto, pero no estaba limpio, era un impuro, se merecía la hoguera. Cual hereje en tiempos peores, no tenía ningún derecho a reaccionar así, estaba totalmente podrido;
- Llegas tarde. Hace días que te espero.
- Aún no era tu hora.
- Y ahora sí...
- He venido a proponerte un viaje.
con nervios de acero todavía
- ¿Un viaje?
- Cierra los ojos.
El caballero obedece. La conversación no da para más, pero él ya no tiene nada que perder.
Al abrir los ojos, el caballero no da crédito a lo que ve.
- ¿Qué diablos es esto? ¿Dónde estamos?
- Este es el mundo que tu conoces, 2,000 años en el futuro.
- ¿Cómo?
El panorama era desolador. El caballero andó unos metros y cayó rendido al suelo, de rodillas. Con la cota de mallas medio rota, la mano derecha en la vaina y su escudo demasiado pesado cargando su maltrecha espalda, no tenía fuerzas para más. Su cabeza no pudo procesarlo. Abatido, se giró y miró a la Muerte, que blandía su resplandeciente guadaña:
como un eco atronador
- Yo no he tenido nada que ver.
exhalando los últimos suspiros de aquella vida
- Hu-bbbiese... pre-fe-rido... una parti-da d-e ajjjjj-e-drez...
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