jueves, 18 de octubre de 2007

EL MENDIGO

UNA HISTORIA DE LA NOCHE
Érase una vez un mendigo harapiento que malvivía en una ciudad cualquiera de tamaño medio.
Llevaba 3 noches apareciendo por el hospital más grande de la misma. El guardia de seguridad y el administrativo -las 2 figuras habituales y casi solitarias del servicio- no tardaron en percatarse.
Las noches son largas en esos sitios y hay muchas horas muertas en las que ni tan siquiera el personal médico (camillero, enfermeros, doctores) se acerca al chiringuito de cristal, que está justo en la entrada. En él, los 2 compañeros cuentan las horas y minutos del turno de guardia que les queda, se entretienen con algún juego online y despachan con el resto del personal nocturno de la ciudad (sanitarios, conductores de ambulancias, policías, etc.) que, tarde o temprano, acaban visitando el hospital.
El segurata se preguntaba qué diablos debería hacer aquél hombre y dónde iba. ¿Tendría algún pariente hospitalizado?
Esa misma tercera noche, el guardia de seguridad decidió seguirlo -esperó no más de dos minutos- al verlo entrar de nuevo. Con la excusa de que iba a hacer la ronda avisaba al administrativo. Eran las 3 de la mañana de una noche inusualmente tranquila y normal (por ser viernes). Nada más llegar a Admisión Central vió una puerta cerrarse y fue tras ella: el mendigo yacía en una silla rojas de esas de espera, como queriendo dormir.
- Hola buenas noches, ¿qué hace usted aquí?
- Brrrr... mascullando algo ininteligible
- ¿Sabe que no puede estar aquí? ¿Lleva tres días viniendo, verdad?
interrumpiendo una batería de preguntas y alzándose
- Sí, ehem... lo siento. Es que no tengo dónde ir.
el segurata se queda un tanto perplejo: aunque está acostumbrado a situaciones parecidas, una nueva de este tipo nunca deja de sorprenderle
ESPACIO PARA UN RECOVECO DE SILENCIO
el mendigo semi-recostado, haciendo esfuerzos para mantener cierto equilibrio
SEGURATA: ¿Ha comido usted hoy?
MENDIGO: No, ehem... llevo tres días sin comer. Mi mujer me ha echado de casa.
El segurata tiene ya muy claro lo que va a hacer, y en un arranque de compañerismo nocturno le dice:
S: De acuerdo. A ver. Espérese aquí que ahora le traigo algo de comida, ¿de acuerdo, caballero?
El mendigo, que había dejado de escuchar, yacía otra vez en una posición que debía de ser muy incómoda... hablamos de esas sillas de espera. Esas putas sillas que te joden la espalda, ¿sabéis?
Mientras bajaba a la cocina y cafetería como maestro de llaves que es, pensaba en la desgracia de aquél hombre y en que, como mínimo, esa noche iba a cenar. Es el "compañerismo nocturno" del que hablaba antes y al principio, y que se manifiesta sobretodo en personajes de la más diversa calaña que habitan y pueblan el mundo cuando el resto duerme. Eso es suficiente para que el guardia de seguridad se entretenga con esmero a buscar alimentos para hacerle 3 bocatas. Fuet, jamón, queso... y algo de fruta también. Unos Drakis que había por allí y un par de Coca-colas.
llegando al lugar del mendigo, vociferando como si no le oyera
- Venga, aquí tiene, para que cene usted.
- Ehem... ¿cómo? No puedo pagarlo eh, yo...
- No se preocupe, usted coma caballero, no tiene que pagar nada.
ya estaba devorando bocadillos antes de que el segurata acabara la frase
Vuelven al silencio típico de estas situaciones mientras el mendigo sigue a lo suyo.
A medio comer le cambia la cara. El segurata se percata y se adelanta:
- Ala, ¿usted fuma? ¿Vamos a fuera a fumarnos un cigarrito?
- El mendigo, con la cara iluminada, asiente con un gesto agradecido y algo temeroso. Se apresura recogiendo toda la comida que el segurata le ha traído.
- No se preocupe que nadie tocará nada.
ya saliendo, fuera, en la entrada del hospital y sacando humo
- Muchas gracias por todo, se está portando muy bien conmigo. Hacía mucho tiempo que nadie me trataba así.
- De nada hombre, no hay nada que agradecer. Bueno qué, ¿mejor, no?
- Buff, sí gracias, joder, hacía 3 días que no comía...
- ¿Y eso, cómo es?
empieza un diálogo de verdad entre los dos hombres en el que el mendigo se dispone a explicar su historia
- Me lo quitaron todo. Todo. Llevo 2 meses en la calle, ya no sé dónde ir. Mi mujer y los abogados me han jodido joder, y no levanto cabeza. Ehem... siento molestarle, no quiero ocupar su tiempo, me iré enseguida eh...
- No se preocupe venga, fúmese otro pitillo.
ofreciéndole otro Marlboro y más conversa. Pequeña pausa, y continua. El mendigo se saca varios papeles de su gruesa y roída chaqueta marrón: fotos y lo que parecen viejos recortes de periódicos.
- ¿Ve a este? ¿Lo conoce?
el segurata niega con la cabeza mientras examina varios papeles
- Era yo.
La cara del guardia de seguridad va asumiendo un matiz perplejo a más no poder. Poco a poco se da cuenta de que ese tío -ese harapiento mendigo del carajo que tenía delante- era un boxeador de cierto renombre en España e incluso de nivel mundial. Mientras le recorren varios flashes de la vida mediática del boxeador (sabía que había ganado un campeonato del mundo y alguna medalla olímpica), observa otros: fotos con un ex-presidente del gobierno, con mil famosos e incluso con el rey. Artículos de prensa general, de prensa especializada... Y lo tenía justo delante. Al hombre, claro, o lo que quedaba de él. El mendigo intentó explicarle cómo llegó arriba, y cómo bajó de golpe y porrazo.
- Cuando estás arriba nada te hace pensar que acabarás así, dice echándose un vistazo
El segurata reacciona después del shock inicial del descubrimiento:
- Qué putada, joder. Ya veo ya... sí, me acuerdo de usted. Ganó hasta una medalla en Atlanta, ¿verdad?
- Sí, tuve que empeñarla.
Y así continúan departiendo largo rato sobre las vicisitudes de ese pobre hombre, hasta llegar a un nivel de conversación igualitario, de tú a tú pero sin tutearse, con el máximo respeto. Como dos animales de la noche que son.
Con las primeras luces de la mañana el mendigo se despide. El segurata vuelve a su redil y le explica la historia al admisionista, que no se ha movido de su campana de cristal en toda la noche. Éste busca por internet lleno de asombro y encuentra mil cosas sobre el boxeador, pero nada sobre el hombre. Él lo recordaba pero vagamente, era aún pequeño en aquellas épocas.
- ¿Por qué no me has llamado? Hubiese querido saludarle...
No hay respuesta por parte del segurata.
Ya son casi las 6. Llega el nuevo guardia de seguridad, el relevo. Al admisionista aún le queda 1 hora y media más. Todo vuelve a empezar y al cabo de unos pocos días sólo será una anécdota más de estas noches locas de trabajo.
Al cabo de 1 mes el mismo segurata y el admisionista repiten guardia, como tantas otras. Se acerca un hombre al mostrador, bien vestido y de buen ver.
dirigiéndose al segurata
- Hola, ¿se acuerda de mí?
- Ehem... no, ¿dígame?
Se levanta de la silla y salen fuera, lejos del meollo de Urgencias.
- Sí, el de los bocatas, los pitillos, el boxeador.
- ¡Vaya, sí! ¿Cómo está? Mientras observa a un hombre completamente nuevo y aseado.
- Bien bien, he vuelto a casa, con mi mujer. Me han devuelto el dinero y estoy volviendo a empezar, pero bueno, no quiero robarle más tiempo. Sólo quería agradecerle cómo se portó conmigo, y a decirle que nunca lo olvidaré.
sacándose del bolsillo un sobre y entregándoselo al guardia de seguridad, que lo recoge escépticamente
- ¿Qué es esto?
- Mi agradecimiento.
Abre el sobre: varios billetes de 50 euros asomaban.
- No no, no puedo aceptarlo hombre... ¡mi ayuda o soporte era gratuíto!
gesticulando y devolviéndole el sobre
- ¡Me está usted ofendiendo!
Se dan la mano, el hombre se guarda el sobre de nuevo y se disculpa, repleto de dignidad.
- Bueno, si alguna vez va por Barcelona, no dude en buscarme, ¿de acuerdo?
- Hecho.
Los dos hombres se despiden. El segurata vuelve flipando a la campana de cristal.
Aún no eran ni las 11 de la noche.
Toda una noche que les quedaba por delante al segurata, al admisionista... y al resto de los animales nocturnos, categoría a la que dejaba de pertenecer el otrora mendigo y ahora hombre.

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