Mañana es Sant Jordi y es un Sant Jordi muy especial.
Huelga decir que adoro este día -uno de los pocos que celebro con entusiasmo-, día en el que aparco mi lado más sardónico y deshago el nudo del estómago.
Por desgracia no lo pasaremos en Barcelona -algo que suelo asociar-, así que Albert y Xavi no podrán ver a su sobrino y éste no podrá conocer la ciudad de las mil caras.
Mis preferencias no han cambiado, si bien ya tengo preparada una novela de Javier Sierra para el verano (si es que la playa y los nuevos utensilios dejan algo de espacio y tiempo, que ya tenía ganas de encontrarme él).
Espero que sea un buen día soleado y feliz rodeado de gente que adoro y gente que públicamente compre y lea libros y rosas sin descifrar.
Barcelona podrá esperar un poco más.
Que lo disfrutes con buen humor y alegría. Regala amor.
lunes, 22 de abril de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
SUPERHÉROES
Algunos recuerdos tiñen la primavera de amor al prójimo y ansias de salir a comerse el mundo.
Ser melancólico va con los cambios de estación -con los cambios de temperatura-, y un nuevo uso y descubrimiento de las herramientas del gigante de la manzana mordida fomentan el reclamar del destierro algunos archivos inconexos y algo confusos.
Son seis años desde que volví dispuesto a centrarme y labrarme un futuro a pesar de la crisis (esta eterno crash), antes de que aconteciera. Me fui para reencontrarme por segunda vez tras la caída de 2003 -mi primera huída- y gran parte de los meses que estuve en esa tierra tan querida los pasé refunfuñando y maldiciendo mi mala suerte. Recuerdo que al volver de año nuevo todo empezó a ir sobre sobre ruedas y hubo tregua y que fue un invierno muy suave.
A la postre, Batman siempre ha sido mi superhéroe favorito si excluimos al tebeo español de la ecuación (en esas, El Capitán Trueno no tendría rival). Me sentía atraído por la oscuridad de un personaje dramáticamente atrapado por el asesinato de sus padres de pequeño, pese a ser multimillonario, y cómo el manto de la noche y una máscara servían para dar forma y sentido a su existencia al hacerse adulto (y vivir así atormentado).
Hoy en día hay mucho superhéroe suelto por ahí. Hay que serlo, viendo cómo está la cosa, o al menos creérselo para no derrumbarse y coquetear con el abismo más de lo deseado. Según oigo, todavía me pregunto qué clase de educación voy a darle a mi hijo, si bien soy perfectamente consciente de que tanta frivolidad apesta, o puede que fuera ayer: no tengo delirios sobre qué clase de mundo le voy a legar ni nada por el estilo, al menos no antes de que las anginas me delaten. Mi miedo es más frugal y versa sobre las auténticas posibilidades de alcanzar el éxito que yo pretendo sin vomitar mis frustraciones más profundas y oscuras ya que, por desgracia, carezco de todo súper poder.
La oscuridad, otra vez. Boston y nosotros, los maratonianos. El amor al prójimo se impone a las tinieblas del borracho que lucha por mantener el equilibrio y se aferra a la vida como un bufón sin gracia; 'es la actitud', alcanzo a oír claramente, 'no eres tú, soy yo'. El problema de desembarazarse de uno mismo trasciende lo comúnmente aceptado y hace que me torture una y otra vez... ¿y si el mundo no quiere ser cercenado ni compartido con nadie? ¿Lograré despertarme con ímpetu?
No sé si encender la televisión, es una cuestión que se remonta milenios atrás.
Estaba dispuesto a centrarme y a enterrar la máscara pero, ahora que no huyo, no me hace falta teñir mis recuerdos ni aspirar a ser un puto superhéroe.
lunes, 15 de abril de 2013
DESFIGURACIÓN DE UN GENIO
Me da vergüenza no poder proclamar con voz firme y sincera que el alud nos dejó sin aliento y que mi suegro es un tío cabal y capaz al que hay que seguir a tientas.
Las mujeres como Sara Montiel o la Thatcher sí que sabían divertirse, por no hablar de la incomodidad de una garantía impostada y la estrechez de la resbaladiza costa de la fotografía (mis piernas no soportan tanto peso); para cuando el protocolo no baste, el alcohol es el culpable de causar estragos en las aceras de enfrente, y eso ya cansa.
Falta reciprocidad. Porque claro, ahora no fumo. Una falta de empatía latente, eso que resta, y unos recursos que rozan lo alarmante (por ausentes). El tabaco, dos meses y medio después, mezclado con hojarasca, si pudiera; mientras salgo con Chloe, deprimida ella, levanto la cabeza para esquivar a un tipo delgado con camiseta de Superman y aspecto alicaído en general, desaliñado -tan habitual en estos tiempos de crisis-, su pelo enmarañado le delata: es un hijo de la casa de la esquina, esa con unas enormes placas solares y extraños adornos.
Sólo quedan doce clases y mi niño ya tendrá cuatro meses. El dominio del tempo es clave, si bien se escarba, aunque haya un esqueleto en la cuneta y hasta Londres quede tan poco; los celos, inexplicables desfiguraciones que despistan y desvisten hasta dejarme sin respuesta, no son tan fácilmente combatibles como debieran, y sigo sin entender el por qué. Nunca he dado mal ejemplo y Dios me libre de blasfemar: la soledad es un estado de ánimo que no rinde cuentas jamás. ¿Y el ansia de saber? ¿Cómo se combina? ¿Cómo se rechaza?
Me da vergüenza no poder proclamar con algarabía que ya es primavera, que se necesitan recargas y los polos se derriten y que de la fotografía esa ya no queda nada. Que un genio te tocó y me dejó a mi el maletero abierto y cosas por cargar mientras bajo escaleras, jodida Matilda.
Las mujeres como mi madre son únicas, por no hablar del tío cabal y capaz que no pueda ser. *
* Feliz cumpleaños, mami: ¡carpetazo!
Las mujeres como Sara Montiel o la Thatcher sí que sabían divertirse, por no hablar de la incomodidad de una garantía impostada y la estrechez de la resbaladiza costa de la fotografía (mis piernas no soportan tanto peso); para cuando el protocolo no baste, el alcohol es el culpable de causar estragos en las aceras de enfrente, y eso ya cansa.
Falta reciprocidad. Porque claro, ahora no fumo. Una falta de empatía latente, eso que resta, y unos recursos que rozan lo alarmante (por ausentes). El tabaco, dos meses y medio después, mezclado con hojarasca, si pudiera; mientras salgo con Chloe, deprimida ella, levanto la cabeza para esquivar a un tipo delgado con camiseta de Superman y aspecto alicaído en general, desaliñado -tan habitual en estos tiempos de crisis-, su pelo enmarañado le delata: es un hijo de la casa de la esquina, esa con unas enormes placas solares y extraños adornos.
Sólo quedan doce clases y mi niño ya tendrá cuatro meses. El dominio del tempo es clave, si bien se escarba, aunque haya un esqueleto en la cuneta y hasta Londres quede tan poco; los celos, inexplicables desfiguraciones que despistan y desvisten hasta dejarme sin respuesta, no son tan fácilmente combatibles como debieran, y sigo sin entender el por qué. Nunca he dado mal ejemplo y Dios me libre de blasfemar: la soledad es un estado de ánimo que no rinde cuentas jamás. ¿Y el ansia de saber? ¿Cómo se combina? ¿Cómo se rechaza?
Me da vergüenza no poder proclamar con algarabía que ya es primavera, que se necesitan recargas y los polos se derriten y que de la fotografía esa ya no queda nada. Que un genio te tocó y me dejó a mi el maletero abierto y cosas por cargar mientras bajo escaleras, jodida Matilda.
Las mujeres como mi madre son únicas, por no hablar del tío cabal y capaz que no pueda ser. *
* Feliz cumpleaños, mami: ¡carpetazo!
lunes, 1 de abril de 2013
LOS ALMENDROS DE ENERO
A veces, y esto después de dos meses y algún día, desaparece la imagen que tiene de mí mi lóbulo parietal.
Y me dice que no estuve, que no fumé esa marihuana y que no hubo cola en el paro mientras mis amigos se reían de mí a mis espaldas.
Si no engordaran cinco quilos. Si superara los ocho quilómetros pero no cupiera, la línea en la libreta; dos popes se encontraron, había un helicóptero detrás y un disfraz.
A veces creía ver a Chávez y echar de menos los momentos comprando con los cascos a toda castaña: en qué me he convertido, qué es lo que era, toda aquella fútil retórica alejada del florecer de los almendros en enero.
'És com un Javi petit'. Con parte de mis genes, no todos. A veces me olvido, como un trastorno del cerebro, uno que pretende sabotearme un disfrute real como símbolo de un florecimiento tardío. Ocio o demoro o me elevo, y lo veo todo desde las alturas con una claridad meridiana que asusta.
Su primera 'mona', sin flequillo. Sin más afectación que la certeza de otro grado fuera de nuestro microcosmos, la grandeza de mi adorada compañera de viaje en nuestro tercer aniversario.
Y me dice que no estuve, que no fumé esa marihuana y que no hubo cola en el paro mientras mis amigos se reían de mí a mis espaldas.
Si no engordaran cinco quilos. Si superara los ocho quilómetros pero no cupiera, la línea en la libreta; dos popes se encontraron, había un helicóptero detrás y un disfraz.
A veces creía ver a Chávez y echar de menos los momentos comprando con los cascos a toda castaña: en qué me he convertido, qué es lo que era, toda aquella fútil retórica alejada del florecer de los almendros en enero.
'És com un Javi petit'. Con parte de mis genes, no todos. A veces me olvido, como un trastorno del cerebro, uno que pretende sabotearme un disfrute real como símbolo de un florecimiento tardío. Ocio o demoro o me elevo, y lo veo todo desde las alturas con una claridad meridiana que asusta.
Su primera 'mona', sin flequillo. Sin más afectación que la certeza de otro grado fuera de nuestro microcosmos, la grandeza de mi adorada compañera de viaje en nuestro tercer aniversario.
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