Érase una vez una señora que solía caminar por los pasillos de los hospitales con tal distracción que dónde veía palpitaciones, sufridas una vez al mes sin tratamiento, creía padecer de lo mismo una vez al año pero con medicamentos; la pobre mujer, después de un par de horas de vaguedades, salió a respirar aire puro y se topó con su vecina favorita al doblar la esquina ('es que esto está muy mal señalizado, me han dicho que fuera a Dinamarca y no hay manera'). Ésta la contó algo sobre unos vértigos que tuvo el martes pasado pero que a día de hoy, jueves, no entendía por qué le habían desaparecido. Al acabar encontrando el bloque 'D', quedaron para jugar al parchís e hincharse a licor de pomelo el sábado.
El pequeño cabroncete, que perseguía las sinrazones como el cazador de tornados pero sin todo el trajín, amaba pasar las noches escuchando diálogos absurdos sobre médicos y hospitales que suelen copar las horas muertas de las gentes ociosas y las señoras de cierta edad (no diagnosticadas, se entiende).
Luego estaba aquel chico joven. Le dolían las plantas de los pies, sobre todo antes de ir a trabajar. Le pitaban los oídos también, y al incorporarse del sofá de repente, unos mareos le importunaban sobre manera. Por eso y no por otras cosas, creía tener un cuadro clínico de diabetes. El doctor, un hombrecillo curioso de procedencia americana, le dijo que su sintomatología no presentaba ese cuadro concreto, a lo que el chico le respondió con un 'hay que hacer pruebas, no es seguro'. Le conminó a visitar una área del servicio de urgencias concreta, a lo que el respondió con un imperativo y tuteándole: 'apúntamelo que luego no me acuerdo'. El pequeñín se enteró que, al cabo de muy poco, aquel chico joven acabó en la planta de psiquiatría de un hospital provincial.
Menudo cabrón estaba hecho. De todas formas, adoraba a la gente mayor. Las historias que le contaba su abuelo eran imprescindibles para su educación católico-románico-apostólica. Aprendió a ser mayor con presteza y a explotar los escasos recursos disponibles. Conoció a un hombre hecho y derecho, un cuarentón. Recio, y diríase de tez bronceada todo el año. Una vez le dijo, en tono solemne, que sudaba demasiado. 'Es por las pastillas que me tomo'. Su cara de asombro fue total: 'pero hoy me sudan las axilas mucho más de lo acostumbrado, puede que esté deshidratado'. Vete a urgencias, le dijo, pero no te sorprendas si te atiende un médico no nativo. 'Hoy en día no hay diferencia ya, es la globalización, chiquitín'. Y luego llamó al 112 para que le enviaran una ambulancia a casa.
No era tan pequeño en realidad. Su baja estatura convidaba a pensar que era un crío, casi al nivel de Tyrion Lannister pero sin su inteligencia. Era más 'furbo', como se dice en italiano, un listillo nato. En el hospital llegaron a tolerarlo e incluso se hizo amigo del recepcionista. Ellos le contaban historias apasionantes, relatos de gente anónima, gente con sus vicisitudes y sus neuras. 'La noche es muy mala', oyó una vez. No había referencia alguna a fiesta o locales nocturnos de moda. Las amigas vecinas, septuagenarias ellas, formaban parte de la clientela asidua del recinto. Con el tiempo también llegaron a apreciar al muchacho, aunque le cambiaran el nombre cada vez que le veían. Otra vez aguantó los lloriqueos de unos ambulancieros (técnico y conductor), hartos ellos, según decían, de funcionar como un simple servicio de taxis: 'El otro día, un tío al que le sudaban los sobacos, y encima nos hizo parar en un bar para comprar tabaco'. 'Es indignante, putos médicos (los que lo autorizan), ¿pero qué se han creído?' El miedo a las represalias físicas puede que fuera definitivo; de sobras es conocido, en los ambientes no tan turbios, que para que te atiendan en cualquier lugar antes que a otro hay que liar un buen pollo. Montar un cristo, vamos; en los centros de salud suele recurrirse al más manido 'yo pago la seguridad social, te estoy pagando yo', a todo grito y sin miedo a quedar en ridículo.
El retaco, aliado de la comunidad árabe, nunca tuvo problemas de ningún tipo en el barrio, gueto salafí. Como acompañante y oyente de lujo, se permitió la licencia de asisitir a una urgencia con su amigo Muhammad. Le rogó que le acompañase al hospital, ya que él no dominaba el idioma. Pensó que eso no era un impedimento pero accedió de todas formas. Una vez dentro, con el truco de la amenaza puesto en marcha, tuvo la ocurrencia de robar material médico, a ver qué pasaba. Había oído tantas historias sobre el mundillo que pensó que quizá podría portagonizar una. Lo que no se imaginó es que acabaría en una camilla hecho trizas; el recepcionista llamó a la policía en cuanto le advirtieron y éstos se emplearon con firmeza para reducirle. ¡Aquel cabroncete estaba hecho un torete! Como se las sabía todas, denunció a los agentes en cuestión y consiguió una paga de por vida y la invalidez permanente. Cuando regresó al hospital, tiempo después, ya nadie le recibía amigablemente y tuvo que conformarse con fumarse sus pitillos en la entrada, al acecho de cualquiera que quisiera conversar.
El mes de agosto es muy malo, pero por suerte ya se acaba...
'¿Me puede llamar a un taxis?' *
*Por cortesía de mi compi David Guitart.
miércoles, 29 de agosto de 2012
domingo, 19 de agosto de 2012
RECUERDOS AL FUTURO
CARTA ABIERTA A MI VIEJO AMIGO TONI
(ALLÍ DONDE ESTUVIERE)
Me he hecho la campiña mía, sabes, pero me queda un poco lejos. Tanto coche me suele amargar e intento desviar la atención hacia otras lides. De todas formas, ésta es una tierra próspera y tranquila para crear una familia porque, agárrate, voy a ser padre. ¿Cómo suena? Puedo ver tu expresión con claridad mientras me dices algo sobre sentar la cabeza y culminar un proyecto por fin. Me das un abrazo y entre lágrimas te espeto su nombre al tiempo que sonríes sobre sus orígenes y la paz del Ser. Ten por seguro que le hablaré de ti.
Hoy, sobre esta hora, seguiste tu camino. Exhalaste tu último aliento sobre este polvo baldío dejando huérfanos a tantos, incluso a los que no te querían. En esta dimensión de carne y huesos, te rendimos homenaje y sincera pleitesía, jurando mantener vivo tu recuerdo hasta que nos volvamos a encontrar como almas descarriadas o en otras esferas del espíritu.
Hasta ese día, amigo mío, disfruta del viaje y manda recuerdos al futuro.
(ALLÍ DONDE ESTUVIERE)
Hoy hace un año que te fuiste.
Imagino que durante todo este tiempo has recorrido lugares ignotos y lejanos desde allí, desde el futuro. En el viejo presente, tu recuerdo permanece imborrable; aquí, en las trincheras, todo está vacío y carece de sentido por momentos. Tu figura impregna las noches de hastío mientras el asfalto arde detrás nuestro inexorablemente.
El mundo sigue en crisis, Mac. Y la gente ya no llama para decir que está enferma, tenías razón. Están todos acojonados: tienen un miedo atroz a que les echen. Y les entiendo, eh, que la cosa se ha puesto muy chunga, tío. No te rías, ¡te lo digo en serio! La amenaza, esta vez, es muy real. Al punto de comernos el terreno de los derechos conseguidos por nuestros antepasados: gente sometida al arbitrio de vejaciones y humillaciones varias -más propias de tiempos remotos que otra cosa-, sufridas en el más absoluto de los silencios. Se oyen auténticas barbaridades, tío. No entiendo cómo no hay más violencia social.
En el office hay una foto tuya de la noche del cambio, ¿recuerdas? En tu vida terrenal dejaste profunda huella. Hoy, por ejemplo, ha salido una anécdota sobre tí, y te han nombrado como si nada. Como si no te hubieras ido. Si pudiera hacerles entender que en realidad sigues aquí pero en el futuro... pero no me apetece. Me encontraría la mirada por respuesta. Ya sabes. Aquella mirada de incomprensión absoluta, aquella de '¿de dónde coño ha salido este tío?'. Es algo que siempre hemos tenido en común: a ambos nos encanta provocar.
Me hubiese gustado relacionarme con tus niñas. Y hasta hace poco no le envié una solicitud de 'amistad de Facebook' a Ana, y no veas lo que me costó. La culpabilidad me corroe y dejo que me domine sin remedio; me he acobardado demasiado todo este tiempo, me aterraba la idea de un Toni sin el Toni. Hablar de ti pero sin ti. En los próximos tiempos intentaré acercarme a ellas, aunque sólo sea para ver tu imagen reflejada en sus gestos y tu legado al cabo de tan poco.
¿Te gusta la canción que te he puesto al principio? Me acompaña estos días recesivos, días en los que no me puedo quitar de la cabeza ese maldito ataúd. Txema me advirtió que no lo hiciera en vano. Quería cerciorarme, comprobarlo por mi mismo. Para los que no estamos en un estadio superior es duro convivir con ello, pese a que haya estado viajando entre la neblina y la tristeza del más allá desde entonces. No te me puedo quitar de la cabeza visto de esa manera, y no lo soporto. Cuando me calmo, me repito que aquello sólo fue una etapa en el largo camino, una parada corpórea meramente transitoria; fueron casi cincuenta los días que aguantaste el circo del dolor de los tuyos (con estoica madurez y extraño sosiego), ¿o tardaste más tiempo? Ya tendré oportunidad de satisfacer esa curiosidad, pero no ahora. Tengo planes a largo plazo, sigue leyendo.
Este año he vuelto a Italia, ya tocaba. El maravilloso influjo del sur y las islas, nada nuevo para ti. Y estuve en el Perú, mi primer gran viaje transoceánico. Alucinarías con el Macchu Pichu... su belleza sólo es comparable a la epifanía del astronauta errante. He logrado detener el tiempo en multitud de ocasiones más desde que la encontré a ella, ¿recuerdas lo que te alegrabas por mi? A veces pienso en lo espartano de tu penúltima estancia, yo tenía una cena. Hablábamos del futuro y no me pude despedir de ti.Me he hecho la campiña mía, sabes, pero me queda un poco lejos. Tanto coche me suele amargar e intento desviar la atención hacia otras lides. De todas formas, ésta es una tierra próspera y tranquila para crear una familia porque, agárrate, voy a ser padre. ¿Cómo suena? Puedo ver tu expresión con claridad mientras me dices algo sobre sentar la cabeza y culminar un proyecto por fin. Me das un abrazo y entre lágrimas te espeto su nombre al tiempo que sonríes sobre sus orígenes y la paz del Ser. Ten por seguro que le hablaré de ti.
Hoy, sobre esta hora, seguiste tu camino. Exhalaste tu último aliento sobre este polvo baldío dejando huérfanos a tantos, incluso a los que no te querían. En esta dimensión de carne y huesos, te rendimos homenaje y sincera pleitesía, jurando mantener vivo tu recuerdo hasta que nos volvamos a encontrar como almas descarriadas o en otras esferas del espíritu.
Hasta ese día, amigo mío, disfruta del viaje y manda recuerdos al futuro.
martes, 7 de agosto de 2012
DEL NIDO AL INFINITO
El tipo no era de los que aceptaban un ‘no’ por respuesta. Y la paciencia nunca se impone a la incredulidad.
-¿Te gustan las gafas?
-Sí, claro.
-Mira, escucha, aquí tengo éstas…
-No, gracias, no me interesa, ya tengo unas.
-A ver, ¿me las dejas ver?
De hecho, no esperó a mis pesquisas y se abalanzó sobre ellas arrancándomelas de la cara. Las escudriñó como quien lee las instrucciones de un medicamento de nombre impronunciable y buscó en su zurrón un par de la misma marca. Volví a insistirle -además del lenguaje corporal negativo continuado- en que no estaba interesado en adquirir unas nuevas, pero eso a él parecía no incomodarle; lejos de las estrategias comerciales más burdas, su intrusismo se cimentaba en una convicción abrumadora y una capacidad de autoestima sin límites. Me arrojó las gafas con desprecio y sin mirarme a la cara.
-Escuche, de verdad, gracias pero no…
Hablaba atropelladamente en un dialecto casi ininteligible.
-No, escucha tú. Cuando yo hablo tú callas y escuchas. Estas gafas… ¿De dónde eres?
Y sin mediar otra palabra tras las primeras sílabas de mi origen, torció la vista de repente y siguió con sus andares decididos hacia otra zona más concurrida. Miré a mi novia y luego al tipo, que se afanaba en desaparecer de mi campo visual a toda prisa. Nos quedamos un buen rato entre atónitos y acojonados, no sabría decir. Sobre el papel, Nápoles y sus alrededores no eran precisamente un vergel de gente atenta y buenas intenciones, cosa que prejuzgamos de antemano (echando mano del estereotipo).
Estuve un rato pensando -mientras tomaba el sol y me dejaba llevar por la modorra del sol y la arena- que quizá aquél napolitano fuera un soldado venido a menos, un pobre diablo que sufría una especie de degradación del rango que una vez debió ostentar, como una condena; cuarenta y tantos, moreno, de complexión fuerte y hecho al mar como las perlas a las ostras: algo no cuadraba. Estudié sus prisas a posteriori al plantearle mis hipótesis a Laura, que debió pensar ‘¿todo eso por vender gafas?’, como si sólo pudiese ser un simple buscavidas o un ‘servesa-bier’ de Barcelona más. Rechacé su apunte (mío-mental) y seguí obcecado en mi idea inicial, pese a que aquel tipo de trabajo no era propio para alguien de su edad. ‘Piensa que esta gente envejecen pronto y tienen una vida muy corta’, me decía para mis adentros; había leído tanto preparándome para el papel, que, al final, parecía estar viviendo en una puta película y Stanislavsky ser una broma a mi lado. ¿Se folló a la esposa de algún capo? No, el castigo hubiera sido mayor. ¿Sería igual de pringao toda la vida, como Lefty Ruggiero en Donnie Brasco? Puede. Según ‘Gomorra’, del gran Roberto Saviano, la mayoría de mafiosos aspira a vivir la vida a tope y no piensan en dejar un cadáver bonito.
Hoy, los días de ruta por la costiera amalfitana han quedado atrás. Mi italiano sigue siendo más que decente pero toca volver al inglés y centrarse. Estas noches de agosto -en mi acostumbrada trinchera-, practico las mil maneras de maldecir y soltar tacos partiendo del ‘fuck’ de las nuevas series de televisión made in USA (mientras espero las nuevas temporadas de 'Breaking Bad' y 'Sons of Anarchy'). Y veo los Juegos Olímpicos desde la barrera del entrenador que lleva cuatro años preparando a su pupilo pero acotándolos a nueve (meses), limitando y puliendo los cambios que puedan perjudicar a la corta pero intensa carrera de fondo actual.
Con todo, trato de eliminar del calendario los días que restan para llegar a septiembre, pero soy incapaz. En septiembre, si lo preguntas, el infinito se desencadenará tan precipitadamente como el nido derretido por el calor de este verano. Como síndrome efectivo, dejaré de lado todo lo demás para ocupar el resto de los espacios en blanco, reinventando y redefiniendo una manera de continuar con este pequeño vodevil que nos tiene a todos en vela.
No puedo esperar. El ansia me puede, es superior a mi. Y pasará este 2012, año del demonio burlón, y el gentío seguirá empeñado en autodestruirse. ¿Qué mundo le voy a legar a mi futuro hijo? ¿Quedará algo del pastel? Con las horas que me queden, independientemente del cosmos y su lenta agonía, construiré un fuerte de muros más altos que la muralla de hielo de Invernalia*. Navegaré por los siete mares si hace falta, lo que sea para no someterme a la presión de la decepción. No hay un ‘hasta cuándo’ cerca ni debería importarme, y en eso radica la grandeza del sueño que compartimos desde el palomar. Y controlar esa congoja, mi principal y prácticamente única misión.
La distancia desde el punto ‘M’ al ‘G’ se tendrá que reducir hasta la mínima expresión sin ‘peros’ ni desesperos porque, aunque la paciencia nunca se imponga, mi pequeño cabroncete no creo que acepte un ‘no’ por respuesta.
*Juego de Tronos (Canción de Fuego y Hielo). ¿Empiezo la saga?
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