viernes, 2 de diciembre de 2011

UNA LOTERÍA

El martes pasado soñó que le había tocado la lotería europea. Se despertó aturdido el miércoles.
No desayunó copiosamente porque tenía pensado ir al gimnasio, pero antes tenía que pasarse por el colmado para comprar leche y algunos enseres que necesitaba para la casa. Había pasado muy mala noche.
Parecía un día normal. Seguía con poco trabajo y demasiado tiempo libre. Su perrita lo agradecía en forma de lametones constantes, no se cansaba. Todavía era temprano pero la resaca era considerable.
No vio a nadie conocido, la calle principal del pueblo aún estaba desperezándose. En el ventanal de la administración número 32 había un un gran cartel naranja fluorescente que anunciaba la buena nueva. 'Sellado aquí'. A bombo y platillo. ¿Qué ganaba el administrador con ello? ¿Popularidad? ¿Una parte del botín? ¿Atraer nuevos jugadores con un fin oscuro y tendencioso?
Pasó de largo repeliendo estos pensamientos y otros más fantasiosos, como cuando trataba de esquivar al borracho del pueblo cambiándose de acera. No lo hacía por no escucharle ni por aguantar sus improperios, si no más bien por una cuestión de pulcritud almidonada autoinfligida, su escudo protector infalible; con él pretendía engañar a la gente y hacer creer que seguía manteniendo su estatus de lobo solitario impoluto.
Se había dejado encendida la televisión. ¿Se habría topado con aquél tipo la noche anterior? Es extraño, no es una persona que suela levantarse con la caja tonta. La apagó de inmediato. Olvidó que quería consultar la previsión del tiempo. Se duchó a regañadientes, ya que semejante cosa significaba que la mañana comenzaba a esfumarse. Sentía una gran pereza al pensar en máquinas, pesas y cintas de correr. Odiaba sentirse como una cobaya de laboratorio sólo para poder dormir un poco mejor por la noche e ir más veces de vientre.
Una vez en la sala, todos comentaban lo del premio. 'Ha tocado en el pueblo'. '¿Se sabe quién ha sido?'. Las peluquerías estaban a rebosar, en el mercado no se hablaba de otra cosa.
Estaba exhausto después de 45 minutos de ejercicio cardiovascular. Maldijo los primeros quince minutos porque se había olvidado el iPod y no encontraba el ritmo. Sudaba como un cerdo. Se fue corriendo hacia el vestuario, recogió sus pertenencias y salió a toda leche de allí, no sin antes escuchar de fondo un '... ese tiene la vida solucionada...'. Volvió a meterse en la ducha, su fiel compañera no salió a recibirle. La casa estaba fría pese a que el invierno se estaba haciendo de rogar. Se untó bien el cuerpo con aquél body milk que tanto le gusta, uno con extracto de papaya y algas. El agua corría por su erguida cara y buscaba la manera para que le tapara los oídos; de una forma intermitente pero muy agradable, disfrutaba de una sensación de libertad alejada del murmullo constante, bañada por el elixir más sagrado y característico de nuestro planeta.
Eran casi las dos pero parecían las tres. El sol no estaba muy alto y no tenía mucha hambre. Comió sin ganas y se quedó dormido en el sofá antes de fumarse el cigarrillo habitual. Encendió la televisión, y al momento advirtió la silueta del edificio que identifica a su localidad natal. Hablaban de la lotería europea. Saltó del sofá como un resorte. Comprobó su boleto en el móvil, por si acaso, pero nadie le había llamado. No encontraba su cartera ni el resguardo. Se quedó petrificado. Tenía un pálpito. ¿Había soñado que le tocaba la lotería europea? Llamaron a la puerta. Era el borracho del pueblo. Sería imposible esquivarlo. 'Qué quieres'. 'He encontrado tu cartera en la calle'. '¿Mi cartera?' Bajó las escaleras a toda prisa y allí estaban los dos: el borracho y la cartera, ambos sostenidos por un asqueroso brazo.
La pequeña Chloe empezó a ladrar de inmediato. Los dos hombres discutían. Le conminó a quedarse con el metálico y a olvidarse del asunto. 'Subamos, te invito a una copa'. Ambos se miraban con el rabillo del ojo. La resaca había desaparecido por completo, sustituída por un nerviosismo generalizado y una falta de oxígeno preocupante. El borrachuzo trataba de chantajearle mientras él sólo pensaba en recuperar su boleto a toda costa. No quedaba alcohol en el mueble-bar. Ambos se quedaron atónitos al descubrirlo, el borracho sobre todo. No decidió darle más cancha al estupor generalizado y se abalanzó sobre el repugnante personaje con un grito de guerra, cual animal enjaulado. Al caer -el borracho no llegó ni siquiera a zafarse-, entendió que su oponente se había golpeado la cabeza con el bordillo de la maciza mesa de roble del comedor. Murió en el acto, pero de eso no se percató hasta la quincuagésima cuchillada.
Con la ropa ensangrentada y un vigor renovado a la par que triunfante, le arrancó la cartera de su mano pegajosa e inerte. Sacó el boleto de la lotería europea, pero los números diferían sustancialmente de los que tenía en la cabeza.
Parecía un día normal, la noche anterior incluso había soñado que le tocaba la lotería.
Tenía demasiado tiempo libre.


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