sábado, 1 de octubre de 2011

EL ASTRONAUTA RETRAÍDO Y SU ENCUBIERTA CORTE DE CUSQUEÑAS


Nasca. El valor de reconocer un territorio único, rodeado por el desierto más absoluto, tan proclive a hacer voltear la imaginación como a querer perder rápidamente el desengaño en una desolada esquina.
Siempre me consideraron fuera de órbita, y uno en estos parajes no puede más que contener la respiración y mirar a ambos lados de la carretera panamericana que recorremos; puede que no haya ovnis surcando el cielo todavía, pero es indudable que este lugar tiene un aroma singular.
En espera de navegantes de otros lares, se me ocurre un paralelismo con el Lejano Oeste que a mi novia le parece muy adecuado: al llegar a la península de Paracas, la noche anterior, ardíamos en deseos de alquilar un buggie para surcar las dunas y rodear aquel extraño candelabro con un pañuelo que nos cubriera la boca a lo bandolero. La soledad mineral de lo que una vez fue fondo marino logró abstenerme de preguntarme las cosas de siempre, sumiéndome en un estado de pequeñez total que lograba contener toda mi rabia pre-vacacional sin apenas esfuerzo. En realidad, toda la franja arenosa que une Lima con Ica e incluso Huacachina huele a gasolina. Y ruge a bocinazo limpio.
Ya estábamos advertidos antes de antes de llegar al aeródromo, conocíamos los riesgos. Sin los mapas, el Cusco era nuestro particular Dorado, nuestro anhelo final. En los interminables trayectos posteriores ya habría tiempo para repasar a todos los candidatos políticos. Pero resulta muy poco fresco, no es creíble; es tal la organización y la masificación turística, que no queda espacio para voltear esa maltrecha imaginación. Mi mente también se ve impedida por el osezno gigante que va a subirse a nuestra avioneta, mientras Laura no da crédito y el piloto sólo parece preocupado por tomar fotos fuera de la ruta y los mandos de control. Mi gordo amigo, el osezno, asiste impertérrito a la sucesión de acontecimientos extraordinarios que se van sucediendo; giro a la izquierda, vuelta a la derecha, estómago patas arriba: las figuras aparecen, existen. Las estamos viendo; el cóndor, majestuoso. El colibrí, el más famoso. Formas rectangulares y triangulares que se asemejan a pistas de aterrizaje y sí, ya me he dejado ir, pese a los cambios de presión y un sudor exagerado que transpira demasiado. ¿Y qué esperabas? ¿Por qué dirías que elegimos el Perú como destino?
¿Cómo explicarías algo que no se puede explicar? O porque no hay datos, o porque nunca es suficiente para saciar el ansia humana por saber y querer explicar el mundo que nos rodea y nuestro pasado. ¿Qué nos hizo humanos? ¿Con qué fin? Sólo sabemos que tenemos una capacidad mental que nos permite evadirnos e imaginar mundos imposibles, con el fin de trasladarnos a una realidad palpable. El arte, la religión, etc., manifestaciones más que evidentes de tal afirmación. Y la visión del cosmos que de ello resulta.
Antes de llegar al Astronauta me doy cuenta de que llevo mucho rato sin hablar. Mataría por una cerveza, una auténtica Cusqueña. Esto sólo me pasa cuando estoy incómodo con algo o en un lugar en el que no deseo estar. Olvidaba el iPhone, Laura me pregunta, sacándome de mi ensimismamiento, que si no filmo o qué. El copiloto intenta entusiasmarnos: 'a los de la derecha, ahí está, ¡fíjense!', pero yo no me había enfriado del todo, evitando el sufrimiento de sobrevolar tan extensa pampa a poca altura con ideas autolíticas sobre la piel de la gran María Reiche, la precursora. Intentaba hacerle un hueco a aquella locura tan jodida y acababa haciéndome cruces.
Nasca. El valor de reconocer una tierra dejada de la mano de Dios, venerada antaño con reverencial celestialidad, tan proclive a hacer voltear la imaginación hoy como a hacer ansiar un mundo bañado por la cerveza del Cusco mañana. Al aterrizar pocas cosas tenían sentido, pero todavía quedaba mucho camino por delante, y te aseguro que ante tal panorama no íbamos a desfallecer tan pronto...

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