martes, 12 de abril de 2011

LAS LUCES DE FUERA


Las luces están fuera. Las luces, mi padre y las carreteras con sus enormes bloques de hormigón.
Mi padre. Sé que algún día regresará para rendir cuentas y que el destino me hará llegar una factura en blanco. Recibí un mensaje de texto oportunista y malintencionado de la que una vez fue mi prima, no hace mucho, y la figura del pater familias resurgió de entre los muertos. Un episodio de Lights Out, el último antes del gran combate contra Death Row Reynolds, volvió a sacar el tema a colación, y mi cabeza no ha dejado de darle vueltas desde entonces.
Los lazos de sangre no se pueden ocultar ni repudiar. Al fin y al cabo, es lo único que nos queda. No obstante, hay un montón de circunstancias, en el devenir de la vida, que pueden apartarte de aquello que una vez te vio nacer. Pero, si no recuerdo mi nacimiento, ¿tendría que ser tan grande la deuda?
Ahora que duermo más bien poco, con más de veinte grados a la sombra y un bronceado prematuro, justo ahora, que he hallado amparo en otra forma de parentesco (política) y que conduzco temerariamente, va a resultar que tengo unos deberes y obligaciones que desconozco desde que era un crío. De la misma manera que ellos reclaman su parte del pastel, mi postura no va a dejar de ser inflexible. Si ser padre no debería ser un acto de contrición, tener una familia por ley no te exime de afrontar una existencia menos traumática, pero no por ello voy a torturarme más de lo necesario si, llegado el caso, tuviese que enfrentarme a las ignominiosas fuerzas del mal; que cada cual asuma las consecuencias como pueda, porque yo no pienso postularme.
Las luces están fuera. Las luces, mis familiares menos cercanos y los viejos boxeadores, con Patrick Lights Leary a la cabeza.
Mis familiares menos cercanos. Se basan en cuerdas tendidas hace más de mil años. No son conscientes de que ese nexo dejó de existir. Aparecen cuando menos te lo esperas, tejiendo una espiral de dolor y remordimientos que te deja aturdido en el cuadrilátero tras el enésimo asalto. No quiero besar la lona por haber bajado la guardia, ni sangrar más de lo necesario, así que estaré preparado.
Si tu credo es devoto e inalterable, todo acto impío quedará enterrado bajo el tacto de un sinfín de votos, aquellos que cubrirán de gloria esa fe que te hará crecer. Porque, extremismos mediante, hay que creer y querer crear, siempre en el nombre del Dios justo, solidario y sincero que es Eros. El punto de partida no tendrá nada que ver con tus experiencias o el legado que te ha sido otorgado, surgirá de forma natural. Y las antiguas reminiscencias de una vetusta sociedad no servirán de excusa para omitir una forma de relacionarse que, muchos años después, acabará desapareciendo. Pero aunque tenga que recurrir al coche, yo no pienso ser así. Esa mierda no va conmigo.
Las luces están fuera. Las luces, mis viejos amigos y algunos caminos alternativos que existen desde los aledaños del palomar.
Mis viejos amigos. Sobreviven en un altar que debería mutar y saber adaptarse al entorno de las dulces ataduras que nos han envuelto desde un bucle de pasión y desenfreno. Porque las musas, traviesas ellas, son bien capaces de borrar de una tacada las huellas de una civilización entera (si se lo propusiesen), pero nunca la aniquilarían del todo: ese excesivo poder siempre deja una grieta por la que asomarse.
Ponerse el cinturón desde la izquierda, tras tantos años haciéndolo desde el lado inverso, no impide que pretenda contrarrestar todas las injusticias vividas desde la raíz en sí, desde el mismo nacimiento y hacia las luces de dentro.
Las de fuera no me interesan lo más mínimo, si bien no puedo evitar que me sigan produciendo un vértigo de la hostia.

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