jueves, 14 de enero de 2010

DERROTA TRAS DERROTAR OTROS DERROTEROS

APERTURA ANNO DOMINI X

Iba yo en un puto utilitario gris (como el tiempo) haciendo las veces de copiloto y conducía mi madre. Sentada detrás respiraba inquieta C. C. y yo estaba horrorizado debido a una carretera llena de curvas de lo más peligrosa. C. C. molestaba como cuando alguien camina por la calle detrás tuya demasiado cerca. Antes de morir en un previsible accidente como predijo la ouija aquella vez, le ordené a mi madre que cambiara de asiento pero en marcha, sin parar el coche. No lo conseguí y mientras nos tambaleábamos la zozobra aumentó considerablemente, hasta que un sonido brusco y seco me despertó de repente. Al poner los pies en el frío suelo (demasiadas alfombras ultrajadas), me invadió un malestar intenso y una presión exagerada en las sienes, aunque pensándolo un poco, no creo que aquello llegara ni siquiera al rango de pesadilla...

Llevaba un tiempo durmiendo del tirón y sin tener la sensación de cargar con mucho peso, y además solía salir airoso la mayor parte de las veces en que tenía la sensación de cargar con uno o de toparme ante un posible dilema. Me dicen que vuelvo a chillar por las noches, pero tampoco puedo estar seguro de si es malo o bueno, ya que casi nunca recuerdo lo que sueño; unos pocos fotogramas no bastan para aclarar conceptos, aunque sí para advertir sobre la idea que subyace al tema en cuestión (miedos) y pasar a defcon 2 tras el primer párrafo de este escrito.

Justamente, no por ir sobre seguro o pasito a pasito tienes el éxito al alcance de la mano por que sí. Me he repetido a mí mismo estos días una y otra vez, 'no estoy aquí para sufrir', y he buscado cómplices en mi entorno más cercano para llevar a cabo el crimen con total impunidad; ese entorno que, llegado el caso y con toda certeza, jamás me traicionaría. Es curioso como necesitamos que alguien juegue los papeles de ángel y demonio según convenga y para decirnos lo que ya sabemos.
Siempre ando quejándome. Cuando alguien me pregunta algo directamente, respondo siempre con pesadas evasivas y sin escuchar al interlocutor. Antes pensaba que era por timidez o por simple miedo a conocer a alguien (ya ves tú), pero ahora sé que ya es parte de mí: yo soy así. Quejarme es, para mí, una manera de provocar pena, asco o las dos cosas juntas, y de desarmar al que tengo delante en un santiamén. Antes utilizaba las palabras más raras que me sabía del diccionario, pero ahora ya ni eso; como no leo, no me queda más recurso que el lloriqueo puro y duro, y así acabo rápido con cualquier conato de conversación. De esta manera, este tipo de actuaciones acaban por cansar a todo profano que se acerque a mi espacio vital. Algunos iniciados ya saben a qué atenerse y celebran por todo lo alto el haberme conocido, cosa que me sigue extrañando y jodiendo por igual porque significa identificar un rasgo claramente negativo conmigo, como si fuera una característica inherente a mi. Lo escribo con cierto pudor y luchando por expulsar casi a diario este cansancio o vencimiento que me gobierna desde que el mundo es mundo, y que me avergüenza desde que la insultante belleza ruboriza al ser más avezado.


Nunca ha sido otra cosa que no fuera el simple hecho de tomar decisiones (sería absurdo ahora renegar de mis congéneres), mezclado con un áspero cóctel servido desde la azotea, de la que saldría el indudable barómetro que resulta del tiempo pasado en cama: cuando tengo el sueño raro o me paso más de una noche en vela, es que algo no va bien. Entonces se abre otra puerta y así hasta el infinito. Si pagara a una terapeuta adelantaría mucho, pero prefiero donar ese presupuesto al gimnasio de mi barrio y ya tuve una experiencia... pongamos, fallida, con gente de esa calaña. Normalmente espero una semana para estar seguro, en particular por aquello de trabajar de noche y tal, pero sigo sin entender por qué nunca es suficiente o por qué lo sigo pensando siquiera (sobre todo después de navidades) una vez deja de sorprender y ya no hay vuelta atrás.

'La derrota no es una opción', decía la canción, pero el engaño no engaña a nadie y menos a mí mismo, que soy el que lo sufre; tan pagado de mí mismo y derrotado de antemano como si hubiese vencido alguna vez a los nuevos derroteros que aparentaba traer el nuevo año, y eso ya cansa.
Feliz cumpleaños, Giulio.

1 comentario:

No seas indiferente.