martes, 3 de noviembre de 2009

POZOS IMPREDECIBLES




Llevaba un par de días lo suficientemente jodido como para estar bastante cerca de perder el control, o al menos de vivir esa extraña percepción. Enterrado desde hace mucho en las entrañas de mi ser, había olvidado esos momentos en los que creí haber tocado fondo, dramatizando hasta el mero hecho de levantarme de la cama cada día.
Hice cientos de llamadas buscando respuestas, soluciones y algo de compasión, pero me estaba equivocando. Una gripe son tres días de subida y tres de bajada, y yo no suelo tener paciencia. Había una parte de mi frente que no respondía a las órdenes que le lanzaba mi cerebro, parpadeando nerviosamente por libre, hasta que llegó el instante en que no pude más y estallé. Volvían a negarme la posibilidad de ejercer mi profesión, estaba solo y, tan desquiciado como fuera de mí, pensé que lo había perdido todo y decidí emborracharme sin más. El futuro… el futuro ya era historia.
Era viernes, y nadie estaba disponible o con cobertura. Estuve toda la tarde bebiendo a saco, desde cerveza hasta whisky a palo seco, mientras iba y venía de mi habitación pinchando música según mi antojo. Por los oídos de mis vecinos desfilaron desde Renato Carosone hasta Led Zeppelin, pasando por los Eagles y Héroes del Silencio, desde luego. Y por si fuera poco, puse de fondo en la televisión Apocalypse Now, sin sonido, dispuesto a adentrarme de lleno en la profundidad de la selva en busca de Kurtz y de mí mismo de paso.
Recuerdo que me estaba mareando y que luego ya no recuerdo nada más. Cuando me desperté, estaba tirado en el suelo del comedor, con la cabeza en un cojín del sofá, y olía a vómitos. Estaba casi desnudo, apenas cubierto por una manta que no acertaba a averiguar de dónde diablos había salido, y sí, me había vomitado encima. Me incorporé pesadamente, poseído por asquerosas náuseas y un dolor de cabeza de órdago. En la tele, el menú del DVD amenazaba con un “play again”, pero yo sólo quería un par de pastillas que me aliviasen un poco. Busqué en el desorganizado botiquín un orfidal de gama baja y un ibuprofeno de alta, aprovechando un último sorbito de Nastro Azzurro que mendigaba por la mesa de centro. Imagínate todo esto a un ritmo lento de cojones, totalmente desacompasado.
Una ducha fría me sentaría bien. Aún bordeábamos los 20 grados diurnos, pensaba, todavía no me he tenido que ponerme el chaquetón, y eso que ya estamos en noviembre. No esperé ni siquiera que se me secara el pelo, necesitaba mi cama. El reloj Ikea del comedor marcaba las 2,27 de la madrugada. Buscando una toalla, encontré mi teléfono en el armario del baño, tenía un mensaje nuevo: “Q piso era?Stoy abajo”. Enviado a las 23,09, remitente desconocido.
La habitación estaba caliente pero a oscuras. Encendí la luz verde de la mesita de noche y por poco me da un infarto: había alguien en mi cama. Sin más dilación y para evitar cualquier intríngulis, separé las sábanas violentamente, dejando al descubierto el cuerpo desnudo de una chica. Parecía dormir como un lirón, encogida como un gatito, hasta que dejó escapar un suspiro, supongo que producto de mi irrupción.
_¿Cómo estás?
Pensé que no pasaba nada si le seguía la corriente:
_Bien, me he dado una ducha.
Pareció quedarse satisfecha con esa frase.
_Ven a la cama, abrázame.
Le hice caso, pero yo tenía preguntas y ella era la que debía responder:
_¿Es tuya la manta esa?
_¿Qué manta?
Pensé que me gustaba que hablara en susurros.
_La manta esa que me he encontrado tapándome y tal.
_Claro, ¿no te acuerdas? Me dijiste que cuando llegara te trajera una, que tenías frío.
_¿Yo te llamé a tí?
_Venga, estoy cansada, ya hablaremos mañana de eso.
Parecía habérsele agotado la paciencia, por lo que acabé desistiendo. No me dormí del tirón. Aún tenía que devanarme un poco los sesos, a ver si podía encontrar algo por ahí, algo que me proporcionara cierta luz. Su voz me era levemente familiar. Volví sobre mis pasos sin ayuda de garbanzos y crucé un umbral en el que estaba Claudia, una chica que conocí en el aeropuerto de Glasgow y que casualmente es de Manresa. Recuerdo que no le di ninguna importancia, en un primer momento, ya que yo venía de un viaje contradictorio, y tampoco era como para que esa noche tuviese que acabar en mi cama. Ella había ido a las islas por temas de trabajo, no me acuerdo o no la escuchaba, y se había sentado en la mesa adyacente a la mía en aquél Starbucks de mierda. Me dijo algo en inglés y claro, yo respondí con un “ein?”. “Ah, eres español, mejor”. Y ahí empezó la conversación. Recuerdo haber oído algo sobre Bolonia y decirle que su nombre me parecía muy bonito. Me apuntó su correo electrónico en una servilleta, “menos mal que no me da el Facebook”, pero aprovechamos para sentarnos juntos en el avión. Yo me pasé las casi dos horas y media escribiendo mis “Últimos golpes disponibles” mientras ella me miraba curiosamente. A mi ya no me quedaban ganas de hablar, pero supongo que a ella le debió gustar algo.
La cabeza me ardía, ya casi estaba llegando.
La semana había transcurrido sin sobresaltos; le envíe un mail, quedamos, hicimos un café y hasta cenó un día en el piso con más gente de por medio. Hasta ahí, todo normal. Yo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para ver nada y estaba pendiente de la famosa resolución que al final me dejó fuera (y desencadenó la borrachera de esa noche), por lo que lo veía como un entertainment para mi exigente rutina de obligaciones semanal. Digamos que no me paré a pensar, al menos no cómo lo estaba haciendo en esos momentos en los que intentaba averiguar qué cojones pasaba, bocarriba, tendido en mi cama.
Tenía el teléfono a mano. Pensé que ella olía realmente bien, ligeramente perfumada, nada cargante. Revisé los mensajes enviados y las llamadas. Esa noche, viernes, la había llamado a las 22,36. Se me ocurrió que no tenía su número guardado en la agenda porque era fácil de cojones. Su mensaje de las 23,09, que qué piso era. Los botones de abajo no coinciden con el piso correspondiente, lo olvidaba. La cosa empezaba a cuadrar.
Me pillé tal cogorza que imagino que hay partes de la historia que mi memoria no procesó, entre ellas el hecho de que ella viniera a verme. Mis putos vacíos mentales... debería empezar a preocuparme.

No hacía ni una semana que la conocía, y sin embargo me trajo una puta manta y me dejó durmiendo la mona en el sofá, tapándome y asegurándose de que estaría bien, o eso quiero pensar. Mientras yo me autodestruía, ella se fue a mi cama y se puso a dormir tan pancha. No, no podía ser así. Seguro que intenté tirármela, fijo.
Descarté más pensamientos absurdos porque no estaba en mis cabales, además la pobre chica había respondido a lo que sin duda había sido una llamada de socorro. Volví al envite:
_Gracias por haber venido y por la paciencia, me he portado como un puto cabrón esta semana, lo siento.
Ella estaba de espaldas a mí, ladeada, y yo le hablaba calmadamente al oído. No respondió con un gesto a lo “déjame dormir, pesado”, no le importaba lo más mínimo responderme:
_No sabía a qué atenerme, pero ahora ya sí. Tranquilo, descansa, has pasado una noche de mil demonios.
Mis dudas, necesitaba apaciguarlas:
_Esta noche…
Doña susurros me interrumpió suavemente:
_Al llegar me has cogido a saco y me has besado como un loco, hemos venido a la cama, hemos empezado a… y luego te has ido al comedor. Te he seguido, has continuado bebiendo, totalmente ido. Te he observado un rato, cantabas una extraña canción en italiano, mirabas la tele de reojo de vez en cuando… hasta que te has tirado al suelo, desnudo, balbuceabas no sé qué, también en italiano. Te he puesto un cojín en la cabeza y te he tapado. Te has quedado dormido, lo del vómito no sé, te habrás despertado en algún momento. Me he venido a la cama, he pensado que ya te despertarías, como así ha sido, y que vendrías. Hasta este momento, en que tú querías saber qué hago yo aquí, pero esa ya es otra historia…
_Ha sido una semana rara de cojones, lo siento.
_No te preocupes, apenas nos conocemos, siempre hay mierda que eliminar, te entiendo. Duérmete, mañana hablaremos con calma.
Ahora sí que parecía habérseme agotado el crédito. Lo que era evidente es que, en una semana, había creado algo de la nada,y yo ni me había enterado. Ahora lo veía: me había purgado esa misma noche, había podido lidiar con los demonios de la noche, estaba despidiéndome de mi pasado. Ya casi había llegado.
Hasta lo que yo sé, no iba a joder la enésima historia por mis vacíos de siempre, si no a qué conclusiones de mierda había llegado en el puto avión… Era la oportunidad perfecta de seguir adelante, aunque no la mejor manera de comenzar a caminar, desde luego. Pero eso ya tendría tiempo para cambiarlo. Me quedé frito con ese último pensamiento forzado.
Me desperté con las segundas luces del día. Ella seguía recostada en la misma postura, yo le abrazaba por detrás, apretando con fuerza mi físico contra el suyo. No me dolía la cabeza ni nada, me sentía bien. Empecé a acariciarla, se despertó con un largo suspiro, se dio la vuelta, nos besamos y… acabamos lo que mi borrachera impidió durante la noche.
Fue una mañana muy relajada: desayunamos, hablamos sin reparos, poniéndonos al día, aclarando conceptos. Quedamos en que ambos queríamos avanzar juntos y que no habría prisa. Se fue a casa a comer y al salir se cruzó con mi compañero Beppe, al que saludó con un sencillo ademán.
_¿Quién era esa?
_Es una larga historia. Cúrrate unos macarras a la boloñesa, anda, que me pego un duchazo y vengo.

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