lunes, 26 de octubre de 2009

ÚLTIMOS GOLPES DISPONIBLES


ENCAJADA FINAL
Si existe una palabra en el diccionario capaz de desvestirme en menos de tres segundos sería, sin duda, el término “previsible”.
Fue a esto a lo que vine, y es bien sabido por todos que uno, a veces, necesita recibir un puñetazo que sirva para poner las cosas en su sitio. En los casos extremos no basta uno sólo para reaccionar, ya que, prórroga o explosión, la caída debe ser todo lo dura que tu contrincante te permita, y yo merecía una más dura, dado el tiempo que llevaba pidiéndola a gritos. El problema aparece cuando provocas situaciones conscientemente (como buen espectador que soy), como escribo, con la única esperanza de aplazar aquello que es irremediable y que ni tan siquiera el destino puede relajar.
¿Por qué lo haría? ¿Por qué arriesgarse? Que por qué he seguido tan expuesto en campos hostiles. Una vida monótona o frustrante tal vez, deudas pendientes, amor no correspondido, una mala orientación evolutiva que se dirija directamente a una nula apreciación del sentido del ridículo, o puede que por simples cálculos fallidos. Vamos, por la misma mierda de siempre. La cuestión es poder encontrar un motor que te lleve al cambio definitivo sin volver a la casilla de salida.
Descubrir que no eres el centro del universo y quedarte aquí parado, alelado, desgraciadamente maniatado, resulta un desplazamiento gravitatorio bestial. Se trata de un digno broche final para la década de los veinte años, época que se podría empezar a resumir con el auge y caída de los mitos que me vieron nacer, paralelismos más que evidentes en boga, ya que soy demasiado duro de mollera y mi pasividad me ha sentenciado.Ahora, con mis últimos grilletes fuera de juego, lanzados hacia una orgía de despropósitos con parangón, y sabiendo y destacando que en realidad me estaba haciendo un favor (un poder otorgado en bandeja de plata), me humedezco los dedos con la sensación de haber finiquitado un proyecto experimental que, no me importa reconocerlo, jamás pude completar. Sólo cierto pudor que me guardaré, como persona que soy y jugador nato, por si llegado el momento me viese obligado a desenvainar aquella espada indiferente que tan poco efectiva es; Robert The Bruce, siempre dejas todo a medias, pobrecito mío, ¿para cuando una reacción fulminante?
Paz ansiada a costa del último desencuentro. Y la experiencia del señor descreído, que dormía agazapada esperando una confirmación e inunda definitivamente esta nueva era, no amargará ningún deterioro físico que llegue ni se verá empañada por alguna barrera que no sea mi típica alarma inicial (una cobertura ajedrecística habitual). El rencor del remolque, por esperado y deseado, vivirá en mi interior con propuestas insondables e irrisorias; el vehículo, no obstante, seguirá presente en mí, incluso puede que algún día lo conduzca por la verja exterior para recordarme que sigue aquí, cosa que nunca pretenderé obviar.
No hay pesimismo que no se pueda doblegar, demostrado sobradamente queda el hecho de poder ser y hacer todo aquello que te propongas y que antes se te negaba. Si la pena y el lamento no bastasen, sentiría cierta tristeza por algo que no depende de mi; tan largo trayecto y tan poco aprendido: una difícil sintonía que ahoga mi voz.
De los restos de un avión caído, en estas horas que cruzo el continente desde las Tierras Altas hasta mi soleado sur, con el gesto torcido por la exactitud de la dicha –no deja de sorprender el punto de inflexión que retrata los límites del autoengaño-, pero con el miedo enterrado, me despido sin ti, ángel caído. Sabes que no habrá más palabras desvestidas disponibles dentro del mundo de lo real, dulce condena que es mi vivir,
el vivir que yo elegí.

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