viernes, 14 de agosto de 2009
VELAR CERTEZAS
En plena temporada alta pero con un ojo en el noveno mes, aparecen los primeros problemas de convivencia con la azotea, los tradicionalmente más angustiosos. Aquellos que te obligan a estar en guardia constantemente, y que, en estos días, no pueden permitirte hacerte flaquear (una vez más). Están tus progresos en juego -como la terapia del boss Soprano, aunque él no esté muy seguro-, y evitar que la salud se tambalee, mientras la gripe de los cojones no debería asomarse a esa ecuación pero podría (paranoia mediante).
Es siempre esta temporada propicia, además, para organizar y desdeñar proyectos, idas y venidas, ideas de vida. El dinero entra, desde luego, a pesar de que no debería pesar como lo hace; jamás pensé que la crisis de los telediarios y la prensa pudiese afectarme tan de cerca, pero es un hecho. Está confirmado que dependemos del puto parné y de que no hay nada que hacer al respecto, mas pensar sobre ello lo suficiente como para no cometer errores y avanzar con paso firme; descartado momentáneamente cualquier éxodo, pues, la historia arranca en este mismo punto: conformista, real, y desequilibradamente obstinado (¿obnubilado?).
La muerte de Jarque el pasado fin de semana abrió la caja de los truenos. Un buen central con un presente brillante y un futuro en la Roja, pero eso es lo de menos. La cuestión es que cayó fulminado al suelo mientras hablaba con su novia por teléfono. Teniendo en cuenta todos los atenuantes (deportista de élite, ningún problema cardiovascular conocido, etc.), perspectivas oscuras intimidaban al actual proceso de enclaustramiento hospitalario.Como resultado, las noches se tornan más largas, si cabe, y la posibilidad de madurar propósitos queda congelada, como desmitificada.
En el caso de la famosa Gripe A, más de lo mismo: mueren dos personas de mi edad en el estado español, y ambas sin un cuadro médico jodido (es decir, sin ninguna otra enfermedad). Con el tiempo he aprendido a que estas cosas no me afecten en mi día a día, pero esta vez es diferente: siento con crudeza el dolor a no poder decidir un futuro que avanza con premura y que advierte a mamporrazos de que ya es pasado; sería fácil recurrir al "mañana podrías estar muerto, vive la vida a tope" y mierdas positivistas así, pero nunca es suficiente. Esta vez el contexto sí que puede llegar a amedrentar (aunque nadie diga la cantidad de gente que muere al año por una simple gripe), tanto que ver el paso de las horas en ese estadio, mientras me tengan aquí en cadenas, resulta mucho más desalentador e imposibilita cualquier tipo de raciocinio que no sea revelado. Y no te creas que no me jode no salirme del rebaño esta vez (y eso que gozo de información de primera mano sin pánico casi asegurado).
A falta de guías a los que seguir y con los mareos y el jinete pálido al acecho, el choque de trenes que se insinúa a un año vista es totalmente desmoralizador: querer abandonar tu barrio por puro instinto, como si una naturaleza nómada hubiese sido una cicatriz primaria, y sin embargo no poder hacerlo. Hay una barrera artificial de lo más sarcástica, como si a un ciego le hubiesen concedido el don de ver más allá.
Cierta insatisfacción, acrecentada por todo esto que escribo, podría ser la causante de un nuevo brote, pendientes únicamente de medir su virulencia y alcances en una última fase. Es difícil aunar objetivos con el suelo que se pisa, llegar a un acuerdo que no te haga parecer frustrado o peor aún, amargado de cojones. No es solamente por lo que piensen, es por lo que yo sé seguro que no se debe asumir; vivir una vida plena es altamente improbable (siempre es menos de lo que parece), pero no se puede seguir por esos senderos velados con tanta frecuencia, si es que quieres sentir que puedes sacar provecho de toda esta mierda. Y el fruto debería ser, sin duda, lo que comúnmente suele denominarse "experiencia".
El problema aparece cuando te paras a mirar tu reloj biológico; sin treguas ni castigos, el año que viene habrá otro Tour (en el que Contador probablemente vuelva a ganar), tendrás un año más, un pelo menos... y no servirá de mucho haber aprendido la lección. Creo que si sigo así y llego a viejo, podría llegar a ser un sabio anciano y formar parte del Consejo, quien sabe. Mi mecanismo de autotapado, ocultando certezas pese a conocer la verdad, de tan típico y tópico, apesta, puesto que ya no son quejas simples ni desvaríos ni gritos de socorro ni ramalazos peterpanescos; los límites del ser, conocerse a uno mismo y saber hasta dónde puedes llegar y dónde debes frenarte, es el resultado más palpable al otro lado del dilema. Velar certezas... ¿hasta cuando? ¿Acaso espero ser rescatado? Mis sueños recientes hablan de nada, pero me sorprendo mordisqueándome los labios asiduamente, apretando con fuerza el puño cerrado, mirando el calendario...
En plena temporada alta y en medio de esta asfixiante ola de calor, la azotea parece pedir auxilio mientras la vida real exige lo mejor de mí y asusta a maniobras futuras. Saber de qué pie cojeo no me sirve de mucho, ya que escondo mis cartas y otras siguen debajo de la mesa, y me encanta repetirme. Siempre he buscado desconcertar al pequeño público y ahuyentar al grande. Será porque nada ocurre y no consigo cura y no sé cómo cojones acabar este escrito ni cuál era el propósito para dejar de darle vueltas a esta mierda de ciudad sin mar...
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