martes, 25 de agosto de 2009
LA CREACIÓN DE UN MONSTRUO
Érase una vez un joven científico que odiaba su trabajo y que tenía el imperativo de permanecer.No se hizo científico por accidente, ya que siempre fue precoz; con cuatro años hizo arder enterita la cabellera de su madre, en un experimento extraño, con fuego y lagartijas de por medio (eso sí fue un accidente).
A los veinte años firmó por una multinacional farmacéutica y ya disponía de su propio espacio para trabajar: un laboratorio un tanto lóbrego en los bajos de una antigua casa de estilo colonial, en la montaña, propiedad de una acaudalada familia de la que renegaba. En ella residía su madre, anciana mujer_parte del mobiliario de la hacienda, así que no tuvo reparos en convertirla en su cuartel general. A resguardo de miradas ajenas, Vincenzo -que era así como se llamaba- se pasaba las noches enteras entre probetas y tubos de ensayo: una tras otra, labores de encargo iban sucediéndose sin pausa, hasta que llegó un día en que finalizó su contrato, y pudo por fin empezar a respirar. Estaba harto de neutralizar los virus masivos que solía lanzar la industria farmacéutica en función de sus necesidades (ese era su cometido habitual, sí); era hora de empezar a amar su trabajo de verdad.
Había acumulado el dinero suficiente como para llevar a cabo su sueño más anhelado: crear al ser perfecto. Tenía los conocimientos, dominaba la técnica y disponía del capital y los medios para llevarlo a cabo. Como buen científico, no veía ningún problema moral ni ético al respecto; se había pasado diez putos años creando fármacos para salvar a la humanidad de la nada (o sea, del pánico), sólo debido a los intereses de unos pocos.
Estuvo ocho años sin salir del laboratorio. Se hizo adecuar su desorganizada torre de marfil para no tener que pensar en nada más que en su objetivo final. Se obcecó tanto como los famosos alquimistas en el pasado o los habitualmente infructuosos buscadores de oro del oeste americano: acabó por perder el norte. Una obsesión que le impidió distinguir entre sueño y vigilia, día tras día, hasta parecer una burlesca caricatura del Jim Carrey-Enigma (que ya es difícil), en el Batman aquél cutre de Val Kilmer.
Finalmente, una noche de agosto, el minúsculo organismo celular que presidía la sala, diana de sus investigaciones (santo de sus devociones), cobró vida propia. El recipiente en el que se hallaba explotó, cayendo al suelo el bicho y empezando a resquebrajarse en lo que parecía una inminente transformación. El laboratorio quedó hecho trizas y Vincenzo, producto de la deflagración, había perdido el conocimiento y yacía en la misma superficie sin heridas de gravedad, muy cerca del jodido mutante. Ambos se despertaron al mismo tiempo; cara a cara y justo al mirarse, con el ente hecho grande y cubierto por una asquerosa capa de mucosidad, Vincenzo soltó un grito ahogado y ensordecedor, como si hubiesen asesinado a la mismísima hija del Don (con él presente) en las escaleras de un teatro.
- Dios mío, ¿pero qué he hecho?_con la Cavalleria Rusticana de fondo.
- Me has hecho a tu imagen y semejanza: yo soy tú.
Vincenzo, con los ojos como platos y en un ataque de locura, corrió al piso de arriba a buscar a su madre. La atmósfera estaba muy cargada y no se veía un carajo. Ella descansaba en su sillón, inerte.
- Mamá... ¡¡Mamá!!
No respondió, pero no tenía tiempo para eso. Buscó casi a tientas en la alacena del salón principal hasta tocar con los dedos el objeto que pretendía encontrar. Bajó rápidamente a los bajos de la choza, a su laboratorio destruído (a lo que quedaba de él), pero el sujeto no estaba allí. Después de un rodeo, lo halló sentado en una roída silla, ojeando un viejo libro de Hemingway mientras se fumaba un cigarrillo.
- Dime. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?_Vincenzo temblaba.
- ¿Recuerdas el principio? ¿El "cómo" empezó todo?
- ¿De qué cojones estás hablando? ¡¡Yo sólo quería crear al jodido ser perfecto!!
- Tú siempre has querido permanecer, no morir, ser eterno. ¿No es eso la perfección del ser? Tu ADN está por todas partes. Estás ante la otra cara del...
Lo que parecía un discurso razonado del clon se vio interrumpido súbitamente por un disparo seco, a quemarropa. Vincenzo, preso de un pánico sin retorno ya totalmente fuera de sí, acababa de matar a la obra de toda una vida, a su intento de Ser perfecto. De pie, aún apuntando al ser caído, empezó a llorar a lágrima viva, totalmente desconsolado. Le invadían un cúmulo de sensaciones y sentimientos que se tornarían en un cóctel fatal: exhausto, se dejó caer sobre la misma silla en la que se había sentado su otra cara y recogió un trozo de cristal de los restos del desastre. A esas alturas, no dudó en utilizarlo para hacerse el hara-kiri y, mientras veía caer sus intestinos por el piso, dedicarle un último pensamiento al monstruoso ser en que se había convertido.
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