Te veo.
Oteas el horizonte con un catalejo de 27 huesos, tantos como años llevas esperando. Tras la mirilla, todas las ciudades y pueblos que algún día visitarás; como una luz cegadora, el arrebatador camino de los sueños no termina donde la vista pueda alcanzar, ni determina un entorno que nunca podrías rechazar.
Los párpados protestarían un abuso prolongado del sedentarismo si no fuera por esa tenue pero incombustible línea, pintada con un sensible lápiz khol sobre los restos de una noche interminable.
Ojo avizor, pestañas indómitas, atentas, que reclaman el trono de una exquisita feminidad; es el iris agradecido castaño bajo el que refugiarse, pupila en mano, por si no arrecia la tormenta antes de que el diablo nos seduzca.
Guardo las pulgadas que me diste la primera vez como el tesoro inmaculado de aquel pecio que encalló tiempo atrás, afanosamente, como arte y parte de un enigma tan inescrutable como apetecible.
Mis piernas restan temblorosas y atónitas en cubierta, lejos de los camarotes y en previsión de abordajes; es declaración la turbación de un momento si la tregua persiste y no desiste el joven petimetre que resulte del envite.
Bordeando los siete mares, como un harapiento truhán en el bajel anclado y maldito, recogeré el testigo sin mucho fastidio en un somnoliento delirio del vivir por favor, sea dulce sensación a la que rendir cuentas o una más amarga a la que honrar haya.
¿Me ves?
brutal
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