martes, 19 de febrero de 2008

LA SUBORDINACIÓN A LA APATÍA


SÁLVESE QUIEN PUEDA
Hay muchas cosas escritas a lo largo de tantos años de Historia.
Muchas evidencias;
como también muchas que no hizo falta plasmar jamás sobre el papel, para desgracia de los historiadores que, como ratas enfermizas de laboratorio, se las vieron y se las desearon para desenmarañar jodidos puzzles del carajo.
De entre lo escrito y lo oral, del inconsistente Manetón al Homero más burlón, se tejen auténticas hileras vacías, huecos de tiempo y lugares sagrados en que se respira un aire diferente en el que prácticamente flotas;
no queda más remedio que poner en entredicho, pues, el trabajo tanto de unos como de otros. Desde el puto recolector de memorias hasta al analista mamón de las gafas.
Aquí no se salva ni el gato: para desamparo de muchos, hay recovecos de realidad irreales por todas partes sin registrar, aunque hasta de aquí mucho no nos juzgarán;
en esos habituales y vagos espacios se mueven todo tipo de injusticias que resultan jodidamente dolorosas, como que te llame tu mujer para decirte que se ha follado a otro con total naturalidad: "tenías razón, si bebo hago cabronadas".
La sensibilidad no se hizo, como vemos, para casos así. En este mundo hiperglobalizado, mineralizado y descarado no hay sitio para los débiles. La poesía está en duda, el talento bajo sospecha; el amor verdadero no pasa de los cuentos y ya no hay lugar que valga para proteger a estos malditos seres desvalidos de antaño.
Hay cierta intriga en algunos comportamientos que descolocan, cosa que, a la postre, no será tan de extrañar. Quizá aplicaste alguna vez el ojo por ojo y ya no te acuerdas, opción sumamente apetecible de ahora en adelante para los casos con asterisco,
aunque nunca es suficiente la emoción de la caza porque, como todo, ¿qué cojones haces cuando se acaba?
- No podría decirte mentiras, no a tí. No quería hacerlo. No quiero perderte.
Ni tan siquiera importa que haya más de 4,000 años observándonos: corazones impávidos o sálvese quien pueda;
es el enésimo apunte que dio tinta de nuevo a luces vírgenes, o sucias olvidadas, quedando de manifiesto la verdadera naturaleza del ser humano, que es la jodida y maldita desgracia llegada con una sonrisa de oreja a oreja, repetida atronadora en el estómago como un mal trago, una vez más y para celebrar el año nuevo,
ahora sí.

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