jueves, 2 de julio de 2015

LA CADENCIA DEL MEZZOGIORNO


Siempre vuelvo a las playas del sur, siempre disfrutando con la cadencia del Mezzogiorno italiano y ese Mediterráneo que nos baña.
Me gustan algunas pequeñas diferencias, cosas que aquí nunca cambian y que en España puede que cambiaran, como por ejemplo las playas privadas. Aquí cada chiringo tiene su espacio con sus ombrelloni y su porción de mar.
Las playas de acceso público están debidamente señalizadas, separadas de la ostentación del que posee y no muestra ningún reparo en dividir. O puede que sea lo normal. Para los rusos sí que será normal, protagonistas del auge del este de Europa en nuestras costas, poco enemigos de los excesos. Muy poco español y tengo que escribir que a Dios gracias, estamos en un lugar muy poco publicitado (porque parece que el dinero, si bien puede entrar por estos lares, poco tarda en salir hacia otros destinos). Y me viene Saviano a la cabeza porque soy igual de apátrida que él (quizá yo por elección).
El rollo católico. Bueno, la religión, quiero decir. Está por doquier, si bien no debería sorprenderme en un país en el que convive encajonado nuestro amigo Francesco; en la entrada de nuestro camping, la madre de todas las madres gobierna desde un lugar de privilegio, con su altar ornamentado y su brillo nocturno incluido. Hay que decir que este villaggio lleva el nombre de un santo también, y que la hipocresía de la separación de lo público y lo privado aquí es más que notoria. El Papa y Roma sigue teniendo mucho poder, y está tratando de validar ese impulso que el sucesor de Pietro insufló con su llegada al Vaticano. Personalmente, más que un baño de moralidad es educación lo que necesitamos, y no tanto móvil ni tanta mierda tecnológica.
El italiano es un hombre que vive de las apariencias. Hablo de generalidades, como las poses y los aires de las mujeres desepocadas que no tienen ningún pudor en mostrar sus chichas al aire, con esa actitud casi arrogante propia de las familias patricias del Imperio. Como diría Tony S. a la pregunta de dónde está el antiguo esplendor romano, de dónde están los romanos, 'los tienes delante, gilipollas'. Qué puede decirse de las gentes que provienen de semejante imperio... Comunque me gusta esa grandeza decadente, me recuerda a la nuestra española y los constantes recuerdos a lo preCuba1898 y el señorío y toda esa mierda que nos impide avanzar.
Hoy estábamos en la playa tranquilamente, y entre todos los vendedores ambulantes, aquí no tan presentes debido a la escasez de estructuras y el olor a otra época, un señor in his fifties pretendía vendernos un artilugio para hacer mejor el agujero de la sombrilla, con su certificado de invención y todo. Mi italiano, perdido entre los albores de una isla a la deriva, daba como para congratularle por ello y decirle que en Barcelona no lo necesitaríamos, 'nunca he estado en Barcelona pero supongo que es lo mismo, es como con los griegos, somos lo mismo, mediterráneos lo stesso'. Joder, yo pensaba, los putos griegos no, pero bueno, amén a eso. Se ha ido con una sonrisa el tío, con su aspecto de Tony Bennett desvencijado a otra parte, a venderle su dentifrico a otro.
Me encanta la amabilidad de los italianos. O puede que sea el lenguaje, su manera de expresarse. Es sumamente pulcro, sofisticado, bello. El 'podría decirme cortésmente' suena fatal al lado del empalagoso 'scusi signore, mi farebbe la cortesia di...', por ejemplo. Laura me corrige con un 'se è cosí gentile mi potrebbe dire...', y así hasta el infinito. En el sur puede que haya demasiado terrone, sonrío, y los clichés aparecen de nuevo con toda su fuerza. Yo me siento más cerca de lo de abajo que de lo de arriba pero qué puedo decir, si vivo en el interior catalán. Supongo que es cosa de cada uno.
Este espolón me recuerda a Ischia. En mucho, en su poca oferta, en su tranquilidad, en su color de otrora. Me siento en mi ambiente, y esto solo acaba de empezar.

Oigo un karaoke a lo lejos, alguien canturrea Cuore ingrato como puede. Mierda, pienso, es como cuando fumaba en esos lugares mágicos de antaño. Esos momentos que hacían único el mero hecho de vivir esa conciencia cósmica, joder. Algo de aquí debí de ser en otra vida, no sé. Es esta cadencia, es este sabor de siempre.


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